La búsqueda del padre de Pablo Teillier: “Nunca me sentí guacho, pero sí muy solo”

Pablo Teillier en el Bar la Unión, lugar donde acostumbraba reunirse con su padre, Guillermo.

El hijo menor de Guillermo Teillier tuvo un miedo durante su infancia: perder a su padre, que aparecía y desaparecía durante sus años clandestinos. Ese temor, que mezcló con admiración e incomprensión, recién ha empezado a sanarlo ahora, luego del funeral del dirigente comunista. Sobre ese proceso, en que a veces tuvo que obligarlo a que le dijera que lo quería, habla en esta entrevista.


Al momento de esta entrevista, Pablo Teillier Contreras llevaba 38 días sin su padre. Tras la muerte del histórico dirigente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, su miedo de infancia se hizo realidad. Según cuenta, el sentimiento de pérdida se repitió innumerables veces cuando era niño. Pasaba, por ejemplo, al momento de despedirse tras cada visita durante sus años de clandestinidad: “Cuando era niño me preparaba para que no volviera. Siempre tenía la sensación de que realmente podía no volver. Yo viví mi infancia sintiendo que en cualquier momento mi mundo podría desaparecer. Creo que eso me preparó para la despedida final”, dice ahora, sentado en el café Nueva York del centro de Santiago.

La vida de Pablo Teillier está indeleblemente marcada por lo que fue la larga militancia comunista -de 66 años- de su padre. Nació en 1977, el mismo año en que Guillermo Teillier recuperó la libertad, luego de haber sido secuestrado y torturado durante casi tres años por el régimen militar. Y durante muchos momentos de su vida, si no toda ella, debió adaptarse al estilo de vida que llevaba su padre. Teillier hijo -quien es actor y músico- lo sabe bien: el poder que su papá logró asentar en el PC tuvo una contracara para su familia.

El primer recuerdo que tiene con su padre es vago, cerca de 1980, en una calle en La Cisterna, donde vivieron como allegados en un garaje adaptado como casa. Con solo cuatro años debió viajar a Estocolmo, Suecia, con su madre, Magdalena Contreras, dado el momento que atravesaba el país. Tras un año y medio viviendo en el extranjero decidieron regresar. Se instalaron en Pitrufquén, en la Región de La Araucanía. Teillier confiesa que tiene varios momentos de su infancia borrados.

El camino escogido por su padre implicó sacrificios, ¿cuáles recuerda?

Las reglas eran muy estrictas para las personas que vivían en la clandestinidad. Como por ejemplo renunciar a su familia, renunciar a tu hijo, renunciar a la licenciatura de tu hijo, las cosas que son importantes para todo el mundo.

¿En qué momentos se sentían con mayor fuerza esas renuncias?

En las navidades, por ejemplo, que hasta el día de hoy son una cuestión penca para mí. O cuando venía el Día del Papá y tenía que hacer manualidades y pegar los fideos… Después me preguntaba: ¿A quién se lo entrego?

Pablo Teillier, en las afueras del Bar Unión en el centro de Santiago.

Las renuncias que su padre debía hacer no fueron lo único que impactó en la vida de sus hijos: Lorena y Fernando Teillier Viveros, y Pablo. El menor de ellos creció siguiendo varias instrucciones: una de ellas era siempre andar con dinero en efectivo. También le exigían ser muy puntual en la llegada de sus salidas. Vivir en alerta fue una de las consecuencias de ser el hijo de un hombre que vivía en la clandestinidad.

“Fíjate que los niños, aunque no les digan lo que está pasando verbalmente, perciben que hay peligro. Los niños perciben el miedo”, dice mirando el tazón en el que toma un té.

Hay un momento que recuerda bien. Él tenía 14 años. Un día, caminando por las calles de Temuco, se cruzó con su padre. El dirigente comunista no lo miró. Inmediatamente, Teillier comprendió que no debía saludarlo, porque podía ser peligroso: “Ahí entendí que podía ser un riesgo, podía ser un punto débil para mi padre”.

Dentro de este mundo de reglas, Guillermo Teillier lograba visitar a sus hijos durante un par de días, un puñado de veces al año. Esas instancias las aprovechaban para hacer paseos familiares junto a sus hijos.

“Esos momentos me servían como para pensar que vivía en una familia. Yo nunca me sentí guacho, pero sí muy solo”, confiesa su hijo menor.

Sin embargo, uno de esos paseos lo recuerda con un sabor amargo. Fue en 1987, cuando él tenía 10 años. Estaban en los Saltos del Laja, tenía una cámara Kodak que habían comprado cuando vivieron en Suecia. Pablo Teillier le pidió a su padre sacarse una fotografía. Él le contestó que no, a secas, sin una explicación.

“Eso me dolió. Uno siente que te están negando, que te están rechazando. Y es súper duro, además, sobre todo, cuando viene del padre”.

Tras años de sentirse incomprendido, Teillier Contreras decidió hacérselo saber. Fue en 1992. Con 15 años, él trabajaba como actor en la Universidad de La Frontera mientras cursaba su enseñanza media en el Liceo Carlos Condell de la Haza. Una mañana, después de haberlo citado, se reunió con su padre en el Café Suiza, en Temuco. “En ese encuentro, como dicen los psicólogos, maté al padre. Tenía mucha rabia. Le dije que me sentía muy dañado, que me sentía muy distanciado emocionalmente de él. Que lo quería mucho, pero que no aguantaba esto de perderlo permanentemente”, recuerda.

Fue su forma de pasarle la cuenta. “Fue súper liberador”, relata. Guillermo -rememora- no le contestó.

Amor tosco

Tras esa conversación en el café de Temuco, el hijo decidió alejarse por un tiempo y durante un año Pablo Teillier Contreras no supo nada de su padre. Los años siguientes fueron así: distantes, viéndose una o dos veces al año.

El actor, bebiendo su té, describe al dirigente comunista como un hombre de pocas palabras: “Era demasiado hermético y ese hermetismo algunas veces hería sensibilidades”.

Ese hermetismo, ¿en qué se reflejaba?

Muchas veces yo lo tenía que obligar a decirme te quiero. Yo le decía, “oye, papá, te quiero”. Silencio. “¿Tú me quieres o no?”. Él me decía, “sí, ¿por qué no te voy a querer?”. Ya, ok. Tenía que pedírselo. Era un amor tosco.

Pablo Teillier Contreras junto a su padre, Guillermo Teillier del Valle, histórico dirigente del PC.

Para sobrevivir durante los años de dictadura, Guillermo Teillier adoptó varias chapas. Algunas de ellas fueron José, Fernando y Sebastián Larraín. Con esta última, hasta 1987, ya había asumido la jefatura de la Comisión Militar del Partido Comunista, participado de la fallida operación de Carrizal Bajo y autorizado el atentado contra Augusto Pinochet. Pero su hijo no lo conoció en esa faceta:

“Para mí, mi papá era un vendedor de libros. Un editor que tenía que viajar por el país y que estaba trabajando, porque en Pitrufquén no estaban las condiciones económicas como para que tuviera un trabajo y nos pudiese mantener. O sea, llevar alimento a la casa”.

Los años distanciados siguieron pasando, pero un día el hijo decidió ponerle fin a esa lejanía. Terminado el liceo en Temuco, decidió continuar sus estudios en Santiago, precisamente para estar cerca de su papá. Sintió que necesitaba reencontrarse con él, por lo que fue a tocar su puerta. Pablo Teillier hoy agradece que el dirigente comunista y su pareja, Margarita Alvarado, lo recibieran con los brazos abiertos.

Fue un ejercicio consciente de ir a buscarlo, de decir: yo quiero tener una relación de amigo con mi papá. Sentí una necesidad muy grande e intuitiva de ir a buscarlo”.

En ese momento, con 19 años, Teillier Contreras comenzó a comprender lo que sucedía. Conoció la historia de sus padres, las torturas, la persecución del Partido Comunista y varias de las decisiones que su padre había tomado. De todas maneras, asegura que no conoce en detalle su participación en diferentes operaciones, pero sí comenta algo: “Él decía que lo mejor era andar sin armas. Yo creo que no fue una persona que ejecutó. Y más información no tengo”.

A sus 28 años, Pablo Teillier se inscribió en el Partido Comunista y recibió su carné de militante. Durante casi 10 años participó activamente en política. Sin embargo, al entrar en este mundo no logró acercarse a su padre. Por el contrario, recuerda que optó por mantenerse al margen para evitar confusiones de nepotismo. Un tiempo después comenzó a acompañarlo en sus campañas. La primera la recuerda bien. Fue en 2005, cuando Guillermo Teillier fue candidato a diputado por el Distrito 46, por la Región del Biobío, y no salió electo.

“Empecé a aprender de él. Eran campañas de otro estilo, no es como ahora que no se puede hacer nada, antes se podía megafonear, uno podía repartir volantes, se podía rayar los muros cuando uno los pedía. Para mí fue una tremenda escuela haberlo visto y haberlo acompañado en su campaña”, dice.

Pablo Teillier junto a su padre, Guillermo, en las votaciones por la nueva Constitución.

¿Alguna vez sintió que la política o el PC le quitó la posibilidad de vivir con su padre?

Atravesé una época rebelde, de resentimiento juvenil. Pero es una cuestión que yo creo que a muchos jóvenes les pasa. No creo que un partido le quite libertad a una persona. Obviamente que militar en el Partido Comunista, sobre todo en los años en que militó mi papá, era una cuestión muy exigente y arriesgada en la vida. Él tenía una visión del mundo muy especial y una convicción a prueba de todo. Una vez dijo una frase muy decidora: “Si íbamos a morir, íbamos a morir luchando”.

Soltar el peso

El 4 de diciembre de 2022 el entonces presidente del Partido Comunista fue hospitalizado por complicaciones de salud a raíz del Covid-19 en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile.

“Su salud se fue debilitando. El Covid después le afectó el sistema vascular severamente y fuimos como familia viviendo las distintas etapas. Es una cuestión bien dura cuando una persona se va enfermando y uno como familia no tiene mucho que hacer al respecto, pero él estuvo siempre muy entero, muy digno, hasta el final”, recuerda su hijo.

Los años clandestinos de Guillermo Teillier
Guillermo Teillier del Valle

Durante diciembre de 2022 y febrero de 2023 el timonel del PC debió ser hospitalizado en varias ocasiones producto de secuelas que le dejó el Covid. El 26 mayo de 2023 fue sometido a una intervención quirúrgica. Finalmente, el 14 de agosto fue internado por última vez en la Unidad de Tratamiento Intensivo del Hospital Clínico de la Universidad de Chile.

¿Presentía que esta hospitalización podía ser más grave que las demás?

Sí, yo decidí empezar a prepararme personalmente. Porque la partida de mi padre para mí era una cuestión muy significativa, siempre tuve mucho miedo de ese momento. Siempre tuve mucho miedo de perderlo. Entonces era una cuestión para la cual había que prepararse.

El 29 de agosto, a sus 79 años, Guillermo Teillier falleció. Ese mismo día, a las 18.01, se ingresó en el 28° Juzgado Civil de Santiago una demanda en su nombre contra el Estado, fundada en los apremios que el extimonel comunista sufrió durante la dictadura.

Su hijo menor había comenzado a escribir el discurso que leería en su funeral un mes antes de su muerte. Lo ayudó su primo René Teillier, un sociólogo que conoce bien la historia familiar. Sin embargo, decidió no leer nada, sino que inspirarse en lo que ambos habían conversado:

“Para nosotros fue muy difícil vivir los años de dictadura sin nuestro padre. Nuestro padre, como lo hemos escuchado hoy, estaba haciendo lo que un hombre tenía que hacer, o una mujer tenía que hacer: estaba luchando contra la dictadura. Si nos preguntan a nosotros como hijos si fue difícil vivir nuestra infancia sin nuestro padre, sí, fue difícil. Pero si nos preguntan si estamos orgullosos de las decisiones que tomó nuestro padre, sí, estamos orgullosos de las decisiones que tomó nuestro padre”. Esas fueron parte de sus palabras en el funeral.

Pablo Teillier junto a Lautaro Carmona cargando el ataúd de Guillermo Teillier.

Luego de años viviendo con temor a perderlo, el fallecimiento de su padre obligó a Pablo Teillier a cerrar un ciclo y a superar el miedo que había marcado su vida. Recién ahora, a los 45 años, está entendiendo algunas cosas. Por ejemplo, todo el peso que la figura de Guillermo significaba para él. Es algo que aprendió hace poco, cuando se atrevió -por primera vez- a ir a terapia.

“No sabía todo lo que tenía dentro”, admite.

Ahí, frente al psiquiatra, pudo despojarse de todo eso y entender la carga de la mochila que llevaba: los efectos que tuvo en él, la forma en cómo ese peso determinó el hombre en que se terminó convirtiendo.

“Ese -dice ahora- es el daño indeleble que queda”.

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