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Harry Potter

Quizás sea una pequeña rebelión ante el hecho cierto de que se vive con la sensación de una generalizada cara de raja por parte de los poderes, con la corrupción diciendo presente hasta en tribunales y un senador socialista analizando dimes y diretes con el fiscal nacional como quien comenta entre amigos el incendio de Notre Dame o lo mal que juega la nueva Roja.

Los rayados invaden muros en numerosas calles de las ciudades en Chile. Foto: Benjamín Rodríguez

El otro día me interpeló en la calle un sujeto malacatoso y muy vehemente con la manifiesta intención de hacerse de mis pertenencias, de colgarme, pero como era de día, había gente cerca y me desplacé bien, tuvo que resignarse con intentar que le comprara a la mala unos parche curitas, cuestión a la que me resistí no por darle un mordisco a la delincuencia sino por las odiosas palabras con que acompañó su intentona: "Compra un parche, Harry Potter".

No tengo nada contra el mago de la Orden del Fénix, pero un símil así no me hace el día, es evidente que busca estropeármelo. Yo creo que es culpa de mis anteojos. En el fondo, al decirte eso desde el lugar de enunciación que ostentaba mi interlocutor, lo que te está diciendo es nerd, pendejo, cuico y carewea. Perkin, en coa. LOL, para mis adentros.

"You look like an old Harry Potter", le dijeron a un primo cuando fue a Estados Unidos y me reí mucho al saberlo; diez años después me tocó a mí estar arriba de ese columpio, lo cual me dejó pensando no en la delincuencia sino en la magia. Quizás a este mundo le falte voluntad mágica, me dije, tal vez le falte credulidad y le sobre sospecha, pero algo en mí sabía que no, que a los Harry Potter de la vida es mejor mantenerlos a raya.

En vez de su magia (o la magia negra de un magistrado rancagüino), los humanos nos quedamos con la ciencia. Por eso celebramos con alegría, asombro y sensación de abismo la primera imagen obtenida de un hoyo negro. No es mi intención banalizar un momento estelar del conocimiento, por no decir de la humanidad, pero como a varios, supongo, me resulta imposible eludir 100% el doble sentido que la expresión astronómica gatilla. Y me costó más aún porque poco antes de la divulgación de la imagen me tocó oír, en un bar capitalino, una animada conversación en la que quien parecía ser un joven médico comentaba con sus amigos, en clave más técnica que jocosa, el incremento del blanqueamiento anal en el país, esa intervención que tiene por objeto decolorar el exceso de pigmentación en la zona referida. No sé cómo interpretarlo, pero si el dato es verídico no puede ser insignificante: algo dirá de nosotros como sociedad. Quizás sea una pequeña rebelión ante el hecho cierto de que se vive con la sensación de una generalizada cara de raja por parte de los poderes, con la corrupción diciendo presente hasta en tribunales y un senador socialista analizando dimes y diretes con el fiscal nacional como quien comenta entre amigos el incendio de Notre Dame o lo mal que juega la nueva Roja.

Justo por estos días vi en la muralla del banco Santander de Providencia con Orrego Luco un rayado que decía "Conoce tu ano". Puede leerse como el llamado a una sexualidad integral, como un acertijo jodorowskiano o como la típica tallita de virilidad atrofiada (en la noche esa es una zona de carrete). No hay que ser Freud para saber de la existencia de la llamada fase anal, aquella en que los niños de dos o tres años hablan todo el día de poto y caca. Quizás Chile esté en esa etapa, mentalmente hablando. Hay fundadas razones para creerlo. Si es así, es de esperar que la metáfora formativa llegue hasta ahí nomás porque si no a nivel país se nos viene una fase diez veces peor: las pataletas. Alguien dirá que ya empezaron, y puede que sea cierto: he ahí las vocerías.

Con todo esto me acordé de un adelantado personaje que Marcelo Mellado inventó hace una década y que ya en el título del relato quedaba expuesto en su esencia: "Harry Potto y la raja filosofal". Se trataba de un villano de la provincia chilena "sin espesura moral" que combatía contra el bien y llevaba a cabo sus magias fraudulentas provisto no de una varita sino de un sopapo y que en sus andanzas cometiendo daño y pillaje se dejaba ver como arquetipo de cierta chilenidad malacatosa y muy vehemente.

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