Judith Butler, filósofa feminista: “No queremos imitar a quienes nos violentan”

La influyente pensadora feminista se manifiesta asqueada “por la monstruosa y violenta invasión de Ucrania” y sostiene que “las divagantes e incoherentes justificaciones de Vladimir Putin para la guerra que libra contra el pueblo de Ucrania fueron un ejercicio de patriarcalismo estridente e histérico”. Llama categóricamente a la no violencia en la lucha contra la injusticias y plantea que “los misóginos y los homófobos obtienen una sensación de su valor al creer en su superioridad”. También se declara entusiasta por el nuevo gobierno del Presidente electo chileno, Gabriel Boric.


Judith Butler es una de las pensadoras más influyentes del mundo y es descrita a menudo como una “celebridad académica internacional”. Filósofa y teórica del género, sus estudios son centrales, tanto en el estudio del feminismo, como la teoría queer y la teoría literaria, así como en la filosofía política.

Nació en 1956 y es profesora emérita de Literatura Comparada en la Universidad de California en Berkeley, donde ha enseñado desde 1993. El género, según Butler, no es esencia ni naturaleza ni binario, sino que “está constituido performativamente por las mismas ‘expresiones’ que se dice que son sus resultados”. Su libro más relevante, El género en disputa, es lectura obligada en la materia.

Su obra no es solo teórica: posee un reconocido liderazgo luchando por los derechos de la comunidad LGBTQI+, los derechos humanos y el feminismo. Butler ha participado activamente en varias organizaciones de DD.HH., como el Centro de Derechos Constitucionales de Nueva York y el consejo asesor de Jewish Voice for Peace. Entre muchos reconocimientos, obtuvo el Premio Andrew Mellon por sus logros académicos en el ámbito de las humanidades; el Premio Adorno (2012) por sus contribuciones a la filosofía feminista y moral y el Premio Brudner de la Universidad de Yale por su trayectoria en los estudios sobre gays y lesbianas. En 2014 recibió la distinción Chevalier of the Order of Arts and Letters del Ministerio de Cultura francés, mientras que en 2015, “geógrafa honoraria” por la Asociación Americana de Geógrafos, además de ser elegida miembro correspondiente de la Academia Británica. Forma parte de la American Philosophical Society y de la American Academy of Arts and Sciences desde 2019. Su última obra es The Force of Nonviolence (La Fuerza de la no violencia).

Desde Estados Unidos contesta vía e mail las preguntas de La Tercera.

¿Cuál es su visión de la guerra desatada en Ucrania?

Estoy, por supuesto, asqueada por la monstruosa y violenta invasión de Ucrania, la amenaza de guerra nuclear por parte de Putin y el desplazamiento radical de tantas personas que han estado viviendo en Ucrania. Pero pongamos esta situación en contexto: Putin es un autoritario nacionalista en un mundo con varios autoritarios nacionalistas, como Bolsonaro, Orban, Trump, Salvini, Erdogan, por nombrar algunos. Los otros no se dedican a la guerra y la usurpación como Putin, pero Erdogan hizo la guerra contra los kurdos, negándose a honrar su territorio. Todos ellos han abandonado a la gente en las fronteras, se han involucrado en políticas xenófobas y buscan (o, en el caso de Trump, buscaban) expandir sus poderes. Mientras vemos a la gente de Ucrania huir de su propio país, quizás sea un momento para hacer un balance de todas las formas de migración forzada, expulsión y desterritorialización que se han convertido en el sello del autoritarismo contemporáneo. Las divagantes e incoherentes justificaciones de Putin para la violenta guerra que libra contra el pueblo de Ucrania fueron un ejercicio de patriarcalismo estridente e histérico. Recordemos que esta guerra también busca establecer su hombría, y la masculinidad de la nación, y que en Rusia coincide con el ataque al feminismo y a las personas LGBTQI en nombre de los “valores familiares tradicionales”. ¿Qué hay de tradicional en esos valores? El poder y la violencia patriarcales.

Un edificio destruido en la ciudad de Irpin, en la región ucraniana de Kiev, el miércoles. Foto: Reuters/Serhii Nuzhnenko

Su libro La fuerza de la no violencia es muy esclarecedor. ¿Por qué es importante abrazar la no violencia, especialmente cuando se lucha contra la injusticia social?

Hay una buena razón: no queremos imitar a quienes nos violentan. Si lo hacemos, entonces produciremos un mundo más violento. Deberíamos estar luchando -activamente, incluso agresivamente- por un mundo menos violento.

“Acaban de emitir más violencia en el mundo”, dijo a The New Yorker sobre las personas que usan la violencia para luchar contra la injusticia social. ¿Podría profundizar en aquello?

Podemos decirnos a nosotros mismos que nos involucraremos en la violencia para ciertos propósitos y no para otros. Pero luego pensaremos que nuestra intención seguirá restringiendo la violencia que creamos. Sin embargo, la violencia tiene una forma de fomentar más violencia, excediendo la intención de quien la crea. Así es que no debemos imaginar que es posible la “violencia controlada”, eso es una contradicción, un oxímoron.

En Chile estamos elaborando una nueva Constitución, y se parece en algunos aspectos al proceso sudafricano. ¿Cómo no caer en la venganza?

Por supuesto, el problema es que la injusticia y la violencia deben terminar, y luego deben reconocerse, no una vez, sino de manera continua. Uno necesita museos, esfuerzos educativos y prácticas culturales continuas para mantener vivo el reconocimiento de la pérdida y la injusticia. Si pensamos que la “amnesia” es la única forma de evitar la venganza, nos equivocamos. Porque las mismas injusticias volverán si no buscamos el poder transformador de reconocer la historia por lo que es, y esto incluye reconocer todas las formas en que la violencia continúa bajo nuevos nombres.

Distintas formas de opresión

El Covid ha tenido un efecto muy dañino para las mujeres de todo el mundo: violencia, pérdida de empleos, falta de corresponsabilidad que ha traído graves problemas de salud mental. ¿Cómo cree que se debe afrontar esto desde una perspectiva global?

Sí. Hemos visto cuántas mujeres han tenido que perder su trabajo para asumir trabajos de tiempo completo como cuidadoras dentro de la familia, y también sabemos que muchas mujeres han estado encerradas dentro de sus casas, sujetas a abuso doméstico. Tan importante como es pensar en la difícil situación de las mujeres bajo la pandemia, también debemos considerar la situación de las y los jóvenes queer y trans que han perdido sus espacios de reunión, y la situación de todos aquellos que son pobres, a quienes les resulta cada vez más difícil ganarse la vida dignamente. Recordemos que “mujeres” es una categoría compleja, y que cuando pensamos en la opresión de las mujeres, tenemos que pensar cuidadosamente en las formas que toma esa opresión. Los temas de alfabetización, educación, servicios de salud y violencia se ven de manera diferente cuando hablamos de mujeres indígenas, mujeres de color, mujeres queer y trans. Necesitamos romper la homogeneidad de la categoría de mujeres no solo por el bien de la inclusión, sino también para describir el funcionamiento real del poder y la opresión.

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Judith Butler

Desde su punto de vista, ¿de dónde viene esta violencia contra las mujeres? ¿Es una reacción a sus avances?

La historia de la violencia contra las mujeres no siempre ha seguido el progreso feminista. De hecho, esa violencia es anterior al advenimiento del feminismo y fue una de las razones de su surgimiento. Sí, hay formas de contragolpe que buscan “recolocar” a las mujeres en el hogar, y eso supone que dejan el ámbito doméstico por el trabajo, por la vida social y como expresión de libertad corporal. Este último concepto es crucial para que reflexionemos. Porque cuando hay hombres que creen que la “violación conyugal” es su derecho, eso nos dice que piensan en la violencia como su privilegio y en los cuerpos de las mujeres como su propiedad.

¿Ve una ventana de posibilidad de una sociedad más igualitaria después del Covid?

Quizás todas las personas hemos soñado que cuando las industrias cerraran y las personas dejaran de hacer de la “producción económica” el objetivo de sus vidas, descubrirían otros valores, incluida su interdependencia a escala global. Espero que la interconexión que ha sacado a la luz el virus nos ayude a desarrollar solidaridades globales para combatir la destrucción climática, el extractivismo y el control patriarcal.

A causa del Covid se ha valorado la labor de cuidado de niños, de personas mayores. ¿Cómo cree que debería reconocerse?

Me preocupa que a medida que salimos de la pandemia - si salimos- los ancianos y los inmunocomprometidos no regresarán fácilmente a los espacios públicos y a las reuniones públicas. Me preocupa que surja una nueva forma de desigualdad en la que los sanos, incluidos los que están inmunológicamente preparados para el virus, abandonen a los que no pueden, a pesar de las vacunas, acumular anticuerpos o células T, o que no pueden luchar contra el virus por otras razones médicas. Creo que esto conducirá a la exclusión de los ancianos y los inmunocomprometidos, incluidos los niños, del mundo común, y que esto se aceptará como una nueva normalidad. Esta perspectiva es aterradora, porque significa, una vez más, que hay una población prescindible, cuya privación de derechos permite que otros sean libres.

“Debemos esperar reacciones y retrocesos”

Han pasado 32 años desde la publicación de su influyente libro, El género en disputa. ¿Cómo funcionan y afectan los estereotipos de género en nuestras vidas, tres décadas después?

Tal vez no haya una perspectiva global sobre este tema. Necesitamos encontrar formas de crear colaboraciones, apoyar traducciones, para ver hasta dónde han llegado las mujeres en la superación de las limitaciones que restringen su libertad y socavan sus reclamos de igualdad. La historia no avanza de manera ininterrumpida. Tenemos que esperar reacciones y retrocesos, y crear nuestras estrategias para debilitar la oposición.

Usted tiene fuertes vínculos con los movimientos feministas latinoamericanos. ¿Cómo los ve hoy?

Tengo un gran respeto por los feminismos latinoamericanos, y entiendo que esta historia es compleja, que el feminismo en la región no es una sola cosa. Pero la lucha contra la violencia en América Latina es a la vez una lucha contra la violencia estatal, el asesinato y la violación autorizados por el Estado, especialmente bajo la dictadura, pero también contra la violencia cotidiana, la violencia en la familia y en el lugar de trabajo. Encuentro que algunas de las batallas internas en las que se involucran las feministas no se están dando de la misma manera en América Latina. La alianza con las luchas antirracistas, anticapitalistas, queer, trans e indígenas le permite al mundo ver lo dinámica y poderosa que puede ser la solidaridad.

El ex Presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Usted misma ha sufrido violencia, especialmente en una visita a Brasil. ¿Por qué hay tanto miedo y odio contra el feminismo?

Quizás sea el feminismo o quizás sea la política y formas de vida LGBTQI*. Podemos ver que hay algunas personas que quieren que la familia heteronormativa y los roles de género tradicionales sean formas de vida necesarias e inmutables. Si, en cambio, estas se muestran variables, cambiables, esas personas sienten que su misma existencia es atacada y está en peligro. Este es un problema “psicosocial” que se relaciona con la sensación que tienen muchas personas de que el mundo que conocen está en peligro. Pero el género no es el culpable. El cambio climático, el capitalismo, las formas patriarcales de poder nos han traído este peligro.

En Chile, dos congresistas solicitaron a universidades públicas una lista de las y los profesores que imparten estudios de género. ¿A dónde puede conducir este tipo de requerimiento?

El ataque a los estudios de género está ocurriendo en todo el mundo. En Hungría, Brasil, India, Italia y Francia, por ejemplo. Aquello es una reacción al progreso que hemos logrado para hacer que las vidas LGBTQI sean más vivibles, más reconocidas, más reafirmadas en las políticas, las leyes y la vida cotidiana. Muchas personas temen que aceptar que las vidas de las mujeres y las personas LGBTQI son igualmente valiosas, disminuya su (propio) valor. Pero, ¿por qué la igualdad es tan amenazante? Debe ser porque los misóginos y los homófobos obtienen una sensación de su valor al creer en su superioridad. La sexualidad y el género son históricos. Sus formas cambian con el tiempo. Y, sin embargo, la reacción mantiene que son leyes eternas, incluso mandatos divinos, que están encarnados por aquellos que son más odiosos y estrechos. Cuando este tipo de odio y desigualdad es defendido por las iglesias, el cristianismo sufre, porque puede y debe ser una religión de amor y de afirmación de la diferencia.

La nueva Constitución se escribe con paridad de género y con la intención de establecer una democracia paritaria. ¿Cómo cree que debería configurarse esto?

Oh, eso no me corresponde a mí decirlo. Hay una historia fuerte e impresionante de feminismo en Chile, y esas activistas sabrán cómo cambiar y crear leyes de la mejor manera.

El nuevo gobierno del Presidente electo, Gabriel Boric ha elegido un gabinete con más mujeres que hombres y con miembros de las disidencias sexuales. ¿Qué impacto puede tener aquello en nuestra sociedad y en el mundo?

Estamos todos entusiasmados por ver qué diferencia hará. Me alivió mucho que derrotara a la oposición, que hubiera devuelto el espíritu y la práctica de Pinochet a Chile.

Volviendo a su país, ¿teme que Donald Trump vuelva a ser Presidente?

No creo que Trump vuelva a ser elegido, pero sigue esforzándose al máximo para destruir lo que queda de democracia en Estados Unidos. Tengo temor a la continua irrupción de milicias fascistas y racistas, y la falta de coraje de los “liberales” para defender los ideales democráticos.

¿Qué explica el auge del populismo de derecha radical en diferentes países?

Tendríamos que mirar a diferentes países para hacer un juicio informado sobre lo que explica el surgimiento de la política de derecha. Veo más autoritarismo y fascismo que populismo. No creo que el “populismo” pueda describir correctamente las formas de racismo contra los indígenas, negros y morenos, inmigrantes en los EE.UU. y en Europa, por ejemplo. Entiendo que el neoliberalismo ha producido poblaciones prescindibles, pero no es solo una política económica. Es también una forma de destruir los cimientos de la vida democrática, la posibilidad de trabajar juntos para proveer y apoyarnos unos a otros. En cambio, vemos corporaciones que obtienen ganancias obscenas mientras que los trabajadores son abandonados y, en lugares como Brasil, aumenta el número de muertos por Covid.

¿Qué se puede hacer para proteger la democracia contra cualquier tipo de autoritarismo?

Seguimos necesitando movimientos sociales fuertes de izquierda que no releguen a las mujeres, queers y trans al margen, que sepan relacionar el capitalismo con el racismo y construyan formas de solidaridad radicalmente horizontales. Nuestros movimientos sociales deben prefigurar el mundo que queremos construir.

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