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Recorrido: El Tigre, Buenos Aires "vivir en el delta"

Bosques de ceibos, pajonales, praderas de herbáceas acuáticas, plantaciones de salicáceas y florestas en los que habita una fauna de especies rioplatenses en riesgo de extinción, se conjugan con viviendas permanentes y semipermanentes, hosterías modestas, hoteles de lujo, cabañas de alquiler y quintas de fin de semana. Un estilo de vida que, cerca de la gran ciudad, permite un verdadero contacto con la naturaleza en su estado más primitivo.

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Cada instante se extiende, como la calma infinita que provocan el río y su contemplación. Desde la lectura hasta el asado con amigos o la caminata a la vera del río atravesando puentes vecinales y zanjas más o menos profundas.

Las imágenes se repiten cada fin de semana, cuando una infinidad de visitantes abordan embarcaciones de distintos tipos para navegar por los encantadores ríos y arroyos que conforman el Delta del Tigre.

La navegación en sí misma es toda una experiencia: abordar una lancha colectiva -como un colectivo terrestre, pero en el agua- en la estación fluvial, arrojar bolsos y mascotas al techo, acomodarse en los bancos alargados y, al fin, zarpar.

Desde las ventanas se puede apreciar la magnitud de un otrora aristocrático Tigre; con sus

mansiones inglesas -hoy más o menos conservadas- y sus exclusivos clubes de remo. Mas adelante, al internarse en alguno de los ríos del delta, el lento transitar de los habitantes ocasionales: una silueta que se hamaca en una cama paraguaya a la sombra de un sauce; otra que sorbe, sin prisa, un mate desde la galería elevada de una típica casa de madera a la vista, o una tercera que, sentada en los escalones de algún muelle destartalado, remoja sus pies en el agua amarronada.

En el delta todo se trata de calma y disfrute. Aunque también hay amantes de los deportes acuáticos, propietarios de jet ski, lanchas a motor y barcos con todos los lujos, que circulan por este oasis ubicado a solo 30 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires.

El Delta del Tigre conforma, apenas, la parte baja del llamado Delta del Paraná. Es por eso que también se lo conoce como primera sección, que se extiende entre los ríos Paraná, Luján y Arias. Un poco más allá comienza la segunda sección, que corresponde al municipio de San Fernando e implica casi dos horas de viaje desde la estación fluvial de Tigre, y así se suceden las secciones hasta llegar a la quinta, en la provincia de Entre Ríos.

Fue entre mediados del siglo XIX y el XX que una gran cantidad de inmigrantes europeos llevaron la civilización a este conjunto de islas. Dedicados principalmente a la producción frutícola, emplazaron el mítico puerto de frutos, hoy convertido en un mercado turístico a orillas de río Luján, y fomentaron la prosperidad en la zona.

A mediados del siglo XX, el Tigre era el destino de fin de semana elegido por la aristocracia porteña. Y el delta ofrecía los habituales paseos en remo o la posibilidad de pernoctar en algún hotel ultraexclusivo como el Tres Bocas. Alojamiento que eligieran, entre otros, Juan D. Perón y el mismísimo príncipe de Gales en su paso por Argentina.

Pero el surgimiento de otras zonas de cultivo y algunas importantes crecidas del río Paraná marcaron la decadencia del imperio frutal junto con el del auge turístico. Convertido entonces en destino de aventureros, refugio de excéntricos, de gays escapados de la dictadura, pero también de lugareños dedicados a la explotación forestal y a la producción de cestería, el delta se mantuvo intacto por casi 40 años. Fue recién a partir de la incorporación del tendido eléctrico, a inicios de los 90, que el turismo volvería a renacer de la mano de hosterías, cabañas de alquiler, restaurantes, hoteles y spas de lujo.

El proyecto ecosustentable

Si bien los humedales resultaban atractivos para las primeras civilizaciones -los egipcios, por ejemplo -durante el siglo XX se los consideró inútiles, además de responsables de diversas enfermedades. Es así como se llevaron a cabo procesos de drenado y relleno que derivaron en las innumerables consecuencias de un ecosistema dañado por la mano del hombre.

De preservar el humedal conformado por el Delta del Tigre y su particular ecosistema, además de regular el crecimiento y la construcción para generar un desarrollo sustentable del área, se ocupa el Plan Integral de Manejo de las Islas del Tigre. Un extenso escrito desarrollado por el concejo deliberante de la comuna, en el que se revela todo lo que es necesario saber sobre este maravilloso estuario.

“Las islas del delta del partido de Tigre tienen menos de trescientos años y su existencia es resultado de los aportes aluviales de las cuencas del Bermejo y el Paraná, que sedimentan en las orillas isleñas, antes de alcanzar el estuario del Plata. Su combinación particular de albardones costeros y zonas inundables por mareas de agua dulce ha producido un ecosistema característico, denominado humedal”.  Explica, y más adelante agrega: “Por su proximidad con una de las mayores áreas urbanizadas del continente el delta juega un rol ambiental de importancia creciente, ligado a la preservación de recursos naturales, fauna y flora autóctonas, así como a la oxigenación de las aguas. La evolución de las islas muestra hoy un singular mosaico de ambientes naturales y de origen antrópico que coexisten”.

Y sí, el atractivo del Delta del Tigre es incuestionable y de preservar su ecosistema único se ocupan

sus habitantes. De un tiempo a esta parte son muchos los que eligieron mudar sus petates de la gran ciudad a bordo de un bote a motor e instalarse en alguna isla. Algunos escapados de las sucesivas crisis económicas, otros para encontrar inspiración en la calma o espiritualidad en el sosiego. Todos, a pesar de sus distintas razones, coinciden en una misma consigna: resguardar el terreno, adoptar un modo de vida sustentable, pertenecer a la naturaleza en lugar de conquistarla.

“Es que si venís a vivir al delta, está claro que querés un proyecto de vida sustentable”, explica Diego, habitante de las islas desde el año 1996 y dueño del restaurante Beixa Flor. “No podés venir acá y rellenar las zanjas para tener un terreno parejo, porque si lo haces el agua no drena después de una marea alta. Tampoco podés tirar la basura en cualquier lado, cortar indiscriminadamente los árboles o construir fuera de los parámetros que admite el ambiente. Cualquiera de estas cosas daña el ecosistema y si lo haces, entonces no vengas al delta”. Su vivienda, pintada de azul eléctrico, sobresale entre los arboles verdes y alberga el restaurante que fundó después de mudarse definitivamente a la casa de fin de semana heredada del padre. “Era la época más feroz del menemismo y nos vinimos para acá con mi ex mujer porque en Buenos Aires la plata no nos alcanzaba. Al principio ella se deprimió, porque estar acá es duro, sobre todo al principio; estás muy aislado y dependes de la solidaridad de los vecinos para muchas cosas. A veces no anda el teléfono, se corta la luz o el agua te impide salir de tu casa y llegar a tierra firme ante cualquier emergencia. Con el tiempo, y el contacto con la naturaleza, nos fuimos relajando y emprendimos el proyecto de la huerta propia y, más adelante, del restaurante en el que ofrecemos platos elaborados con ingredientes que nosotros mismos cultivamos”.

“En mi caso, lo que me trajo al delta fue la continuidad de algo que comenzara mi padre, uno de los pioneros en la zona conocida como Tres Bocas”, explica Marta Mattone, dueña de un establecimiento apícola en el arroyo Santa Rosa. “Era el año 1946 y el Tigre era muy distinguido. En el continente había unas mansiones inglesas imponentes, que todavía hoy se pueden ver a la vera del río, cerca de la estación fluvial, y también estaban los clubes de remos. Hay una larga tradición de remeros que venían al delta cada fin de semana. En ese contexto, mi padre compró estos terrenos para construir una casa de verano y, entre sus muchos emprendimientos, en 1960 decidió construir la primera plataforma para colocar 100 colmenas y comenzar la producción apícola. Muchos años después, recibida de perito apicultor, yo decidí instalarme en la misma casa y hacer crecer su proyecto. Actualmente hacemos visitas guiadas, damos cursos de apicultura y vendemos los distintos tipos de miel que producimos artesanalmente. ¿Si es orgánica? Claro, ¡pero hasta acá no llegan esos sellos internacionales que lo certifican!”.

“Es importante respetar los tiempos del río”, agrega Maricel Página, una trabajadora social que emigró a la isla hace tres años: “Si bien es cierto que la isla aísla, hay que aprender a estar solo y a fluir con el agua; yo vivo sola aquí, pero no me siento sola”, explica señalando su casa sobre el río Capitán, reciclada con la firme intención de respetar los materiales y aberturas originales de 1930.

Aguatierra Casa de Río, la misma casa que Maricel habita y arrienda para grupos con fines sanadores y espirituales, se presenta como un espacio para compartir conocimientos y recuperar sabiduría circular, poniendo en diálogo saberes provenientes de las ciencias, de las comunidades indígenas y la sabiduría ancestral. Transferir conocimientos y prácticas que se orienten a deconstruir lo binario y den espacio a lo complejo. Habitar otras formas de relación con uno mismo, con lo otro y con el universo.

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“Otros mundos se van abriendo a partir de la vida en el delta; es un lugar especial para las prácticas que llevamos a cabo, para conectarse con uno mismo y la naturaleza”.

Así como Maricel, muchos otros abordaron proyectos alternativos de conocimiento y estilos de vida con miras a la sanación personal y a la conformación de una sociedad diferente. Tal es el caso de “Múltiple y Extenso”, un grupo de jóvenes que trabajan comunitariamente la educación de sus hijos y les enseñan todo lo necesario en su propia isla. “Los chicos rinden libre cada año del colegio y les va superbién”, concluye uno de sus integrantes.

Por su parte, Gabriel Litwin dejó de lado sus actividades relacionadas al cine y a la comunicación para mudarse al arroyo Las Casas y editar una pequeña revista con temáticas culturales que interesan a los nuevos isleños. “Es que desde hace unos años hay mucha gente con una activa vida artística e intelectual que eligió instalarse en el delta. Ya no son solo los lugareños que trabajan la madera y hacen cestería para vender en el Puerto de Frutos”. En Isleña, que se publica cada tres meses, se suceden entrevistas a muchos de los nuevos personajes célebres de las islas, como el músico Daniel Melingo, el artista plástico y ex director del Centro Cultural Ricardo Rojas, Jorge Gumier Maier; la fotógrafa Silvia Sergi o el escritor Osvaldo Baigorria. “Pero también proponemos temáticas que ayudan a sobrellevar problemáticas propias de la vida cotidiana, como consejos sobre huertas y permacultura, métodos de purificación de agua, tratados de la tierra y otras informaciones útiles sobre las actividades que implican gran parte de nuestro tiempo”, agrega Gabriel, mientras nos muestra su oficina, elevada sobre los clásicos pilotes de madera, que evitan que una eventual marea alta se lleve su computador.

Para Alejandra, una arquitecta oriunda de la capital, el delta es un oasis semipermanente. “Vivo aquí todo el verano y durante el invierno paso tres días acá y cuatro en mi casa de Vicente López”, explica. “Como yo, hay mucha gente que se conecta con el río y este estilo de vida, pero no puede

dejar sus actividades para mudarse aquí definitivamente”. Su casa, en el río Abra Vieja, fue construida de cero con la estructura de una verdadera casa isleña: de madera autóctona, con pilotes que permiten elevarla por encima del nivel de las mareas y que, asimismo, definen un espacio de sombra y frescura ideal para los días de calor. Debajo de la casa está la parrilla, una enorme mesa de cemento pensada para recibir amigos y un living de sillas plásticas amarradas al piso. Todo pensado para resistir el agua y la humedad.

Lucie Haguenauer, una francesa que se ocupa de las actividades culturales de la Alianza en Buenos Aires, también se enamoró del delta a medio tiempo. Con su pareja, el fotógrafo Adrian Salgueiro, arreglaron una rústica casita para pasar los fines de semana.

“El delta nos da la posibilidad de estar en otro mundo. Aquí, a medida que pasan las horas, entramos en un modo low que potencia el contacto con la exuberante naturaleza, con el río que cambia constantemente, con el canto de los pájaros, con los peces que saltan a pocos metros. Es un privilegio poder estar aquí durante el año y ver los cambios de colores, la enorme variedad de flores, los árboles frutales que crecen salvajes… pareciera que todo es fértil y desbordante. Es nuestro oasis, nuestro escape de la vorágine urbana. No imaginamos la vida sin la posibilidad de ir al delta” Explican.

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