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Viaje al pasado

Un lugar, un juguete, una fotografía, un olor especial. Esos detalles son los que estos cinco personajes compartieron con nosotros con el objeto de revivir, en parte, su infancia.

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Macarena Carroza, historiadora del arte

  • Objetos usados, antiguos y con historia han sido parte de su niñez; para ella piezas invaluables.
  • Hasta hoy ha reunido alrededor de cuarenta álbumes repletos de postales.

Cuando viaja, las primeras paradas son en anticuarios y ferias de antigüedades. Lo hace ahora que está casada y con hijos, y lo hizo también cuando niña –en Valparaíso– con su papá, el anticuario Jorge Carroza. Recorrer lugares donde vendan objetos que han sido ocupados por otras personas y que, por ende, en sus manos pueden tener una segunda lectura, es algo que ha sido parte de ella desde su niñez. Una simple afición que el tiempo transformó en pasión. Macarena es feliz hablando de cosas antiguas y más aun si éstas son “objetos intervenidos”, como ella llama a un libro cuyos párrafos han sido destacados, por ejemplo, o una postal con su debida dedicatoria. Y de estas últimas hizo una colección. Desde los 12 años hasta hoy ha reunido alrededor de cuarenta álbumes de postales que datan de la primera década del siglo XX. Por eso se define como “coleccionista de recuerdos de otros”; siendo el álbum más especial el primero que le regaló su padre y donde hay postales dedicadas a una misma persona. Amigas, parejas y familiares le escribieron por mucho tiempo a una mujer que estaba lejos; escuetas y caligráficas líneas que reviven la historia y la estética de 1900. Se trata de un objeto funcional que hoy ha adquirido un sentido decorativo importante, pero que también tiene un cuento detrás, cuestión que le hace pensar a esta profesional que está frente a “verdaderas obras de arte”.

Francisco de la Puente, pintor

  • Una antigua colección de 20 libros con gruesas tapas de cuero llamada El Tesoro de la Juventud es lo que define la niñez del pintor.
  • "Eran una especie de video que jamás me aburría de ver", dice Francisco.

Este es el truco: “En una botella con su corcho pones una aguja. Luego tomas otro corcho y le insertas una moneda en forma vertical para que quede como una medialuna; al mismo corcho le enganchas un tenedor en cada lado y la moneda la instalas en la punta de la aguja de manera que el conjunto se equilibre completamente solo”, cuenta este pintor. Su relato corresponde a uno de los tantos actos de magia que ha sacado de la antigua colección de 20 libros con gruesas tapas de cuero llamada El Tesoro de la Juventud, que por años permaneció donde su abuelo paterno y que no sabe cómo llegó a estar dentro de los objetos más preciados que hoy conserva en su hogar. De niño eran los ejemplares que más miraba, por la cantidad de publicaciones que allí podía encontrar. Cuentos, inventos, pruebas de magia –que hace hasta hoy cuando está con amigos–, información geográfica e investigaciones de todo tipo. “Los objetos están pigmentados de sentimientos; basta mirarlos para que de inmediato determinadas situaciones regresen a tu memoria”, piensa el artista, y agrega que a pesar de lo anterior y aunque es receptor de infinidad de cosas, su apego a lo material es prácticamente nulo.

Luis Poirot, fotógrafo

  • Coré es el autor de las obras que obsesionan a este fotógrafo, y su encuentro ha tenido que esperar varios años.
  • Su abuela le daba la semanada con que compraba cada ejemplar de El Peneca.

Por cinco años este fotógrafo corrió al puesto de la esquina para comprar El Peneca, revista que con la ayuda de su abuela coleccionó sagradamente hasta 1950, cuando la repentina muerte de Coré, el famoso dibujante, detuvo su afán, pero no su admiración. Tanto que cuando la editorial Zig-Zag organizó una exposición y venta de sus obras, Poirot vio la oportunidad de tener un dibujo de su ídolo. Le pidió a su mamá que lo acompañara al edificio de Santa María y una vez ahí pidió que le comprara una imagen en blanco y negro. Pero nada. “¡Yo no entendía por qué! Y por primera vez en mi vida (ya que siempre fui un niño superobediente) me tiré al suelo, lloré y grite como nunca lo había hecho. Lo encontré injusto. Sabía que no habría otra posibilidad”, cuenta. Desde ese minuto, dice, guardó ese mal recuerdo. Un sentimiento que duró hasta hace seis meses, cuando supo de una venta de creadores chilenos en la que estarían los dibujos de Coré. “Reapareció el niño de nueve años diciéndose que esta vez no lo dejaría pasar. Hice un canje: dos fotografías mías por el dibujo en blanco y negro que siempre quise. Y así resultó. Sesenta años después pude tenerlo, pero la sensación fue aun mejor al intercambiarlo por una obra mía. Un traspaso de creador a creador”.

Alberto Montt, ilustrador

  • Ecuador es su país de nacimiento y del que heredó el gusto por aquellas piezas que hacen alusión a sus tradiciones, como las vírgenes, máscaras y caras de animales de la santería religiosa.
  • "Es llamativo que algo tan pagano logre vincularse a algo tan religioso y a la vez tan visceral".

Doble nacionalidad. Ecuador y Chile han marcado la vida de este ilustrador. Quito, eso sí, tiene el mérito de haberlo inspirado en sus primeras ilustraciones y en un poco más. De ahí que todavía usa algunas palabras en quechua (como cuando dice ‘achachay’ en vez de decir que hace frío), y de ahí también su atracción por el mundo indígena, en especial por sus costumbres religiosas. Es un país que extraña y del que tiene recuerdos, entre ellos algunos objetos que hacen alusión a sus tradiciones. Desde niño ha comprado o heredado algunas piezas que representan el mundo de la santería ecuatoriana. Tiene máscaras con caras de animales o diablos, una virgen que le regaló su abuela y unos ángeles que ni él sabe cómo llegaron a su casa. “Cuando comencé a ilustrar eran mis fuentes de inspiración. Simples figuras con una cromática. Esta religiosidad traducida al animismo; el estar en un carnaval, por ejemplo, y ver seres humanos con cachos y máscaras son situaciones que traduzco en lo que hago”, comenta. El ilustrador es claro y enfático cuando se le pregunta por el sentido espiritual que estas piezas tienen para él: “Absolutamente ninguno”, aclarando que si las conserva es por su apuesta estética, histórica, sociológica y teológica.

Javiera Infante, fotógrafa

  • Desde que tuvo uso de razón pensó en entregarle este perro de peluche que le regalaron sus papás a Celeste, su primera hija de siete meses.
  • El perro supo integrarse incluso con los pósters de los artistas de moda que Javiera pegaba en sus muros cuando era adolescente.

Un perro con babero es su objeto. Uno que sus papás le entregaron recién nacida; acto que ella repitió con su hija Celeste apenas nació. Por eso lo quiere y lo guarda con cariño. Un perro que nunca ha tenido nombre y ha estado en cuanta casa Javiera ha vivido. Comenzó sus días en calle O’Brien, luego se cambió a una comunidad Castillo Velasco en La Reina, donde si bien junto a su hermana mayor hacían harta vida al aire libre, el peluche no pasó al olvido. En la siguiente etapa el anónimo objeto supo integrarse bien incluso con los pósters de los artistas de moda que Javiera pegaba en los muros. Y años más tarde fue el turno de Estados Unidos. Esta vez el cambio era más grande y el espacio para llevar cosas, mucho menor. Sin embargo Javiera ideó una cajita en la que echó sus cuatro objetos más preciados: unas antiguas cartas; una polvorera de su abuela; una camisa de dormir de cuando tenía siete años, y el perro de peluche. Europa vino en su período universitario y Santiago nuevamente, ciudad en la que éste sigue siendo un compañero para Javiera.

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