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Los vuelos de los gazatíes tristes

La Cancillería ayudó a 26 palestinos con familiares chilenos a obtener las visas que les permitieran salir de Gaza y volar a Chile. Aquí, a pesar de vivir lejos de los bombardeos, siguen soñando con volver. ¿Qué lleva a alguien a extrañar un hogar destruido? ¿Puede alguien sentir que sobrevivir es una derrota?

13/06/2025 - ASHRAF OTHMAN - Foto - Mario Tellez / La Tercera MARIO TELLEZ

Hasta el 7 de octubre de 2023, Ashraf Othman aún podía dormir. En eso estaba, de hecho, cuando recibió esa llamada: en la cama, en su casa en Maipú, junto a su esposa, cuando su hermano Tareq lo llamó desde Gaza cerca de la medianoche, con miedo.

13/06/2025 - ASHRAF OTHMAN - Foto - Mario Tellez / La Tercera MARIO TELLEZ

–Me dijo: parece que Israel mató a un dirigente de alto rango, porque ahora Hamas estaba respondiendo al ataque.

A esa hora los misiles volaban a través de la frontera por algo que Othman y su familia pronto aprenderían: que los ataques de ese 7 de octubre no comenzaron por Israel, sino porque alrededor de seis mil soldados de Hamas invadieron territorio israelí, asesinando a 1.200 civiles y secuestrando a otros 250 durante el feriado religioso de Simjat Torá.

09/12/2023 Miltiares israelíes en Gaza. Las autoridades del kibutz Beeri han confirmado este sábado la muerte de Sahar Baruch, un militar israelí de 25 años que había sido secuestrado el 7 de octubre por las milicias de Hamas. Israel denuncia que ha sido "asesinado" por los milicianos, mientras Hamas sostiene que murió durante un ataque israelí. POLÍTICA ORIENTE PRÓXIMO ASIA ISRAEL FUERZAS ARMADAS DE ISRAEL FUERZAS ARMADAS DE ISRAEL

Ashraf Othman tenía 54 años. Había llegado a Chile en 2000, cuando era un tecnólogo médico de 34, que luego de haber sacado su título universitario en La Habana y de haberse casado con una cubana, se vino a Santiago siguiéndola, porque aquí ella había decidido realizar su doctorado en Matemáticas.

En Chile, Othman tuvo una hija y en 2006 montó un negocio de venta de ropa usada en Estación Central. Mientras prosperaba en Santiago, su familia en Beit Hanun, una ciudad al noreste de la Franja de Gaza, sufría la muerte del padre por un infarto y, además, el sinsentido de la guerra. Desde los bloqueos internacionales y cierres de frontera cuando Hamas ganó las elecciones parlamentarias de 2006 y expulsó a sus rivales políticos de Fatah al año siguiente, a los misiles israelíes que, dice, destruyeron la casa de cuatro pisos de su familia en 2014. Esa casa pudieron reconstruirla, cuenta Othman, pero lo que nunca pudo recomponerse fue su visión de que su familia, sus siete hermanos, cinco hermanas y, en especial su madre, Ayesha, tenían que salir de ahí por una certeza que a ellos les costaba aceptar.

–En Gaza ya no hay más posibilidades de futuro.

El único que salió fue un hermano que hoy vive en Francia. Pero el resto seguía en esa franja densamente poblada, sin demasiadas posibilidades laborales, donde, explica, un día completo de trabajo no se paga con más de cinco dólares.

Todos esos miedos empeoraron después de la llamada de Tareq. En las horas siguientes, mientras su familia le contaba que debían desalojar Beit Hanun y que se moverían a la casa de uno de sus hermanos en la ciudad de Gaza, Othman revisaba las noticias que se publicaban sobre la represalia del gobierno de Benjamín Netanyahu en la penumbra.

–La venganza de Israel empezó ahí, en mi ciudad. Se perdió todo.

En Beit Hanun, leyó, todo había sido destruido. Othman pensó en la casa de su familia, esos cuatro pisos que había levantado su padre, otra vez en el suelo.

–Después de esa noche ya no pude dormir.

Los 26

A Ahmed Almanassra también le pasó. Después del 7 de octubre comenzó a desvelarse en su departamento en Recoleta, consumiendo noticias sobre Gaza, pensando en su madre, Neama, y en sus seis hermanos y sobrinos atrapados en la franja después del ataque de Hamas. La falta de sueño se convirtió en ansiedad, depresión y, al final de todo, en pelo cayéndose nerviosamente desde su cabeza de 32 años. Terminaba con mechones en sus dedos cuando se lo lavaba en las mañanas, y en las noches sentía cómo su mandíbula se apretaba y sus palpitaciones subían. Todos esos síntomas los conocía por sus estudios de Medicina en Cuba y podían explicarse por el estrés, que sólo aumentaba cuando miraba su teléfono:

–Me daba pánico mirarlo, buscar las noticias y ver el nombre o la cara de algún conocido en los videos. Hasta ese punto llegué. En un momento tuve que dejar de seguir las noticias.

También tuvo que dejar de trabajar como doctor en Maipú, pedir vacaciones y días de libres. Pensaba que esos dos meses de pasar tiempo con su hija y esposa jordana lo ayudarían, pero no fue así. No estar en el hospital, dice, lo afectó más todavía, porque le daba demasiado tiempo para pensar en todas las tragedias que podían darse si no encontraba una forma de sacar a su madre de allá.

Ya había perdido a su padre, Mahmoud, en 2011, dice, cuando un misil israelí impactó la casa que estaba ampliando. Almanassra supo por un amigo que lo llamó a La Habana. Cuando quiso confirmar la noticia con su familia, le costó.

–Al principio no me querían decir nada, pero insistí e insistí. Ahí me contaron que había sido uno de esos tanques que siempre estaban en la frontera, porque vivíamos cerca de ahí. A pesar de los ataques anteriores, mi padre siempre aguantó. Decía que su familia siempre había sido de Gaza, que no se iba a ir de ahí.

Almanassra sintió que el momento de sacar a su madre de 68 años había llegado, a pesar de que durante los seis años que llevaba en Chile lo había intentado varias veces, sin importar los cerca de cinco mil dólares que costaba el viaje.

–A la gente mayor le cuesta mucho salir. Sacarlos de su casa, de su ambiente, es algo que igual les afecta mucho, ¿me entiendes?

Palestinians transport their belongings as they flee the northern Gaza Strip toward the south, along the coastal al-Rashid road on May 25, 2025. Rescuers in Gaza said eight people were killed and dozens more wounded in Israeli air strikes across the Palestinian territory on May 25. (Photo by Omar AL-QATTAA / AFP) OMAR AL-QATTAA

Esa porfía, dice Kamal Cumsille, profesor de estudios árabes en la UCH, tiene su origen en el desplazamiento de muchos palestinos luego de la guerra de 1948 y la instauración del Estado de Israel.

–El apego a la tierra es algo que tienen todos los pueblos humanos. Pero acá, además, está el relato y la reivindicación nacional de los palestinos como pueblo de querer seguir viviendo y existiendo en su tierra de la cual se les quiere despojar. No querer irse es una cuestión política.

La desesperación de Almanassra pudo más esta vez. A fines de 2023 contactó a la ministra de la Mujer y Equidad de Género, Antonia Orellana, a quien conocía a través de una amiga en común, para pedirle ayuda. Quería saber cómo podía traer a su madre. Parte importante de eso era conseguir una visa hacia Egipto, que le daría 72 horas para llegar a El Cairo y dejar el país. Conseguirla no era fácil, pero esas eran la clase de restricciones que otros vecinos árabes les aplicaban a los refugiados gazatíes. Orellana y su equipo se detuvieron en el detalle de que la madre de Almanassra tenía una nieta chilena en Recoleta.

–Eso era atípico, pero nos permitía argumentar reunificación familiar.

Durante meses la misión chilena en Ginebra intentó dar con la mujer en el campamento de Rafah, próximo a la frontera egipcia, para luego coordinar con El Cairo y el Ejército israelí. Una vez que lo hicieron, Almanassra tuvo que conseguir rápidamente los cinco mil dólares para costear los pasajes de avión, alojamiento y traslados.

Displaced Palestinians prepare to evacuate a tent camp, after Israeli forces launched a ground and air operation in the eastern part of Rafah, amid ongoing conflict between Israel and the Palestinian Islamist group Hamas, in Rafah, in the southern Gaza Strip, May 11, 2024. REUTERS/Hussam Al Masri Hussam Al Masri

–Un hermano me llamó y me preguntó si podía sacarlos de allá. Yo le dije que lo que me limitaba era el tema económico.

El médico pensó que la comunidad palestina en Chile lo ayudaría a conseguir más dinero para traer al resto de su familia, pero no fue así.

Al final, sólo Neama pudo viajar. Después de 12 años de no verla, Almanassra la recibió llorando en el aeropuerto.

Ella fue una de las 26 gazatíes que aterrizaron en Santiago en abril pasado. Todas esas personas fueron ayudadas por el Ministerio de Relaciones Exteriores para tramitar sus visas hacia Egipto y llegaron a una de las cinco familias chilenas, o con vínculos familiares en el país, que solicitaron la ayuda argumentando reunificación familiar.

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A pesar de estar lejos de los bombardeos, viviendo en el departamento de su hijo en Recoleta, la pena de Neama, dice Almanassra, sigue ahí.

–Todos los días piensa en sus nietos, en mis hermanas que no tienen qué comer, y dice que quiere volver. Incluso, cuando salimos y la pasamos bien. Yo le digo que estaba viviendo una situación miserable y ella me dice sí, pero allá estaba con todos.

Ashraf Othman también pidió ayuda. Luego de muchas noches sin dormir y sólo conciliando algo de sueño masticando gomas de melatonina, fue donde un amigo: el abogado y exparlamentario DC Fuad Chahin, para preguntarle cómo podía traer a los suyos.

–Cada vez que me venía a ver lloraba. Yo le preguntaba por su familia y tiritaba, se emocionaba. Tenía un estrés e impotencia muy grandes, porque a pesar de tener los medios económicos, no podía protegerlos.

Eso era lo que más le dolía. Porque después de llegar a Chile sin nada y construir un negocio de seis locales que le permitió ganar el dinero suficiente como para tomar control de su vida, Ashraf Othman se encontró con una situación que la plata no podía resolver. Lo único que podía hacer, dice, era transferir los mil dólares que estaban cobrando por un saco de 25 kilos de harina. También intentó pagarle 40 mil dólares a unos contrabandistas egipcios para que sacaran a ocho miembros de su familia. Pero, cuenta, tampoco pudieron.

Luego de algunas reuniones, llegaron a la misma conclusión que la ministra Orellana: la reunificación familiar con ayuda de Cancillería.

Siguieron ese camino hasta que Ayesha, la madre de 80 años de Ashraf Othman, además de su hermano Tareq, su esposa y tres hijos, salieron por Jordania y fueron parte de los 26.

13/06/2025 - ASHRAF OTHMAN - Foto - Mario Tellez / La Tercera MARIO TELLEZ

Con ellos ya en Chile, Othman pensó que podría volver a dormir.

Entonces se enteró: su hermano Tagrid, viudo hace algunos meses, había muerto el 23 de marzo por una infección. Dejaba a dos hijas universitarias, Meso y Anood, solas en Gaza.

Cada vez que Othman iba al baño, miraba su teléfono e imaginaba que el nombre de ellas, o de su hermana, o el de la hija de ella aparecerían en las listas de muertos.

Cuando eso sucedía, ya no podía volver a dormir.

Sumut

No todos los que querían lograron salir de Gaza. Hubo un hombre, según fuentes de Cancillería, que a pesar de tener la visa y los pasajes, no tenía la salud mínima para aguantar el viaje. Otros, como los padres de Mohammed Albalawi, nunca supieron. Él, un enfermero de 35 años que lleva 10 en el país, salió de Gaza buscando un futuro que no le permitiera mirar atrás. En la década que lleva fuera, nunca regresó a la franja y sus padres tampoco lo visitaron. Aquí armó un hogar en Ñuñoa con su esposa y sus dos hijos. Pronto, su madre y cuatro hermanos siguieron su ejemplo, migrando a Egipto. El único que no pudo salir fue Mazed, su padre: un obrero de 69 años que, dice su hijo, nunca consiguió los papeles para abandonar Gaza.

Luego del ataque de Hamas, Albalawi escuchaba a su padre relatarle cómo los bombardeos caían en cualquier parte, que no había zonas seguras y que el alimento era cada vez más difícil de conseguir. Eso, le decía, hacía que los gazatíes se pelearan entre ellos por comida y que sobrevivieran apenas.

–Él está viviendo en una carpa en la calle, donde la gente se junta. Estar en un campamento no significa estar seguro.

Esa acumulación de tragedias diarias dañó la salud mental del enfermero.

–Mira, yo tengo señora, dos hijos. Si esto me afecta, significa que va a afectar a mi familia. Entonces estoy tratando de que eso no pase, porque soy la cabeza de mi familia. No puedo dejar que me afecte, que afecte mi trabajo, porque yo estoy haciendo un reemplazo ahora y necesito ese dinero. Cuando necesito llorar trato de hacerlo solo, para que mi familia no me vea débil, ¿me entiendes?

Hasta ahora, dice Albalawi, Mazed aún vive en una carpa, sin posibilidad de sacar un pasaporte y con la frontera egipcia cerrada y destruida.

Anood y Meso Othman también siguen esperando su oportunidad para salir, mientras su tío presenta copias de sus documentos de identidad y certificados de defunción de sus padres en Cancillería.

–Ashraf quiere conseguirles la visa de turista para traerlas por tres meses y luego prolongarla 90 días más. A diferencia de la madre de Ashraf, que tiene un hijo acá, ellas no pueden optar a la visa de reunificación familiar. No les sirve. Necesitan solicitar refugio –explica Fuad Chahin.

En Santiago, Ayesha, a pesar de volver a comer carne después de 17 meses, poder operarse las cataratas en sus ojos y de vivir en una casa donde no corre el riesgo de ser bombardeada, sigue preguntando cuándo puede regresar a Gaza, porque quiere morir en su tierra.

–Hay un concepto que tienen los palestinos que se llama sumut –explica el académico Kamal Cumsille–. Es una interpretación que le dan a la resistencia, pero que significa permanecer. Viene de la palabra estatua, que perdura inamovible. Entonces, cuando ellos dicen que practican el sumut, es eso: que, a pesar de todo, permanecerán allá.

Por eso que dejar Gaza es tan doloroso, cree Cumsille.

–Ellos se sienten igualmente desplazados en el Líbano que en Chile. El tema para ellos no es cultural, es político. Y lo que significa tener que irse es justamente ver doblegada su voluntad de resistir y de permanecer allí. Tener que salir es, finalmente, una derrota.

Para Ashraf Othman, en cambio, la derrota es que a pesar de todo el dinero que está dispuesto a gastar no pueda rescatar lo que queda de su familia:

–No sé qué hacer, porque me siento amarrado, como que no puedo hacer nada.

Eso, cree, sigue explicando su insomnio y las pastillas que toma cada noche para evitar despertarse a revisar los nombres de los muertos. El problema, piensa, es que sólo se le ocurre un remedio:

Que una noche se levante, mire las otras piezas y Anood y Meso estén ahí.

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