Brasil al descubierto, los problemas ocultos que tuvo la Copa del Mundo
Todo el brillo futbolístico dentro de la cancha se vio opacado por serias fallas de organización, caos en transporte y el oscuro negocio de la reventa de entradas, que hacían difícil disfrutar de la fiesta del Mundial.

Que Brasil es un continente dentro de América del Sur cobró más fuerza que nunca en este Mundial. Las distancias entre algunas sedes superaban en ciertos casos los tres mil kilómetros y los traslados eran verdaderas odiseas.
Se sabía de antes que sería así. Todo un tema por la gran cantidad de visitantes que recibiría Brasil. Lo que nadie imaginó es que se convertiría en un gran dolor de cabeza para autoridades y fanáticos, que se vieron totalmente superados por la alarmante falta de movilización y sus altos costos.
Este fue quizás el mayor problema que padeció una Copa del Mundo que concretó en la cancha todas las expectativas, pero que fuera de ella desnudó a un país sobrepasado en muchas materias. Las protestas contra el gobierno no destacaron. A la postre el gran enemigo de la organización fue interno, por sus promesas insatisfechas.
Sin ticket de avión, imposible
Las tres aerolíneas que habitualmente trasladan pasajeros dentro de Brasil no dieron abasto. A los más de quinientos mil pasajeros que llegaron a esta parte del mundo durante el evento.
Pese a que el sistema de buses permitía movilizarse cómodamente de manera frecuente entre sedes cercanas, hasta 600 kilómetros de distancia, se hacía urgente tomar un avión para llegar a la zona norte del país, donde estaban sedes como Salvador, Recife, Fortaleza y Natal. Los más de dos mil kilómetros que separaban a algunas de estas ciudad de, por ejemplo, Sao Paulo y Río de Janeiro, hacían imposible el traslado terrestre.
Sin otra alternativa que un avión, la colusión de precios de las líneas aéreas fue tremendo. Un ticket el día previo para alguna de estas ciudades llegaba mil dólares. Sólo para llegar. Salir ya sería otro problema tanto o más grave y costoso.
Quien tiene las entradas
Si ya era complejo seguir de cerca el Mundial, ingresar a los estadios resultó una verdadera odisea para los hinchas. El oscuro negocio de la reventa de entradas, digitados por personas en algunos casos muy cercanas a la FIFA, provocó que los tickets llegaran a costar hasta 20 veces su precio original.
Lo protagonizado por fanáticos chilenos y argentinos en el Maracaná dejó en claro que el número de boletos era insuficiente. Y unos ni llegaron a manos de los hinchas. Las acusaciones contra agencias de viaje y empresas deportivas a cargo de la distribución su multiplicaron. Todas las trabas que hubo para conseguir un boleto sólo terminó favoreciendo a los revendedores.
Para la final que se jugó ayer en el Maracaná, un boleto se llegó a transar en el mercado negro hasta en 20 mil dólares, cuando su precio de salida no superaba los mil de la moneda norteamericana. Pese al estricto control policial en las cercanías de los estadios para ahuyentar esta práctica, por internet existían foros abiertos para consultar y transar tickets. Los gusanos cibernéticos, como se le conocen en Brasil a quienes reventaron el sistema on line de entradas de la FIFA, se aseguraron varios millones.
La mafia detrás del negocio no sólo blindó una enorme cantidad de entradas, sino que además se dio el lujo de hacer sus transacciones en los hoteles oficiales de la FIFA. La operación policial que acabó con la detención de nueve personas vinculadas a este sucio emprendimiento, en pleno Copacabana, dejó en claro que la corrupción estaba muy cerca de Zurich.
Elefantes blancos
Los miles de millones de dólares invertidos por el país organizador en infraestructura para el Mundial dejó a la vista bellos estadios. Todos modernos, más allá de que en algunos todavía quedan rastros de obras inconclusas. El nuevo Maracaná o el Arena Fonte Nova de Salvador son pruebas concretas de modernidad en el fútbol de este país.
Sin embargo, la otra cara, más allá del enfado de mucha parte de la población por el millonario gasto que supuso la organización del Mundial, es que muchos de los estadios construidos o modernizados, quedarán prácticamente sin uso. Allí quedará el Mané Garrincha de Brasilia, por ejemplo, donde no existe un club profesional que compita en el campeonato brasileño. Un estadio para setenta mil personas que sólo podría ser ocupado por la selección verdeamarilla en las próximas eliminatorias. O quizás para la Copa América de 2019. Algo que asoma como muy inútil para tamaña inversión.
Lo mismo corre para los estadios de Cuiabá, Manaos y Natal, donde el Brasileirao no pasa ni por los alrededores. Los dos primeros, terminaría como estacionamiento o cárcel, respectivamente. De hecho, antes del Mundial, la confederación brasileña dispuso que algunos partidos del torneo de primera división se llevaran a cabo en algunos de estos recintos para que la gente se acostumbrara a visitar esta clase de construcciones. Obviamente, a partir de ahora pasarán a convertirse en verdaderos elefantes blancos que no podrán ser transformados en los cientos de millones de dólares que costó levantarlos.
Fútbol al rescate
Afortunadamente para los organizadores, muchos de los inconvenientes que se vivieron quedarán se olvidarán por el gran fútbol que se apreció a lo largo de todo el torneo. Más allá de la decepción del combinado brasileño, lo concreto es que torneo fue apasionante.
La consolidación de Alemania como la nueva potencia dominante, con cuatro semifinales consecutivas y una generación brillante que aún le resta varias competiciones internacionales por disputar, la consolidación de Lionel Messi como el mejor del mundo, y la aparición de una serie de futbolistas a tener en cuenta, como James Rodríguez y Paul Pogba, dos de las mejores revelaciones del campeonato, auguran un buen porvenir.
Brasil baja la cortina. Con muchos problemas fuera de la cancha, con evidentes síntomas de corrupción en la FIFA, pero al mismo tiempo con una oleada de buen fútbol que bien podría convertirlo en el mejor Mundial desde 1982. Ahora, a esperar cuatro años más para vivir otra fiesta. Que venga Rusia 2018.
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