Histórico

Coco Chanel: Vida de película

<img height="15" alt="" width="50" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193770.jpg " /><br /> Cumplió un importante rol en la emancipación de la mujer durante el siglo XX.

Si amamos a Audrey Tautou en la cinta Amélie, dirigida por Jean Pierre Jeunet, lo más probable es que la queramos mucho también en Coco Antes de Chanel, película producida en Hollywood y dirigida por la actriz Anne Fontaine que se anuncia como uno de los platos más fuertes del próximo Festival de Cannes. En ella, Tautou encarna a una muy joven Coco Chanel, según la describe Edmonde Charles-Roux, ex editora de la versión francesa de Vogue, en la biografía L´Irreguliere. Una Coco que escaló en la sociedad parisina de los años 20 respaldada por su ingenio, fuerte personalidad e ideas progresistas, pero también con la ayuda de acaudalados amantes que le pasaban dinero como "agradecimiento" por sus favores sexuales.

Uno de estos amantes, el músico Igor Stravinsky, es el personaje central de otra cinta sobre la vida de la modista que se estrena este año: Coco Chanel e Igor Stravinsky. Basada en la novela Coco and Igor, del inglés Chris Greenlagh, esta película, dirigida por William Friedklin, se centra en cómo la diseñadora se empeñaba en demostrar que era mucho más que la simple dueña de una boutique. Porque ella se codeaba con el mundillo intelectual de su época.

No podrían haber escogido a una mejor protagonista: la actriz franco-griega Anna Mouglalis, quien cosechó aplausos al caracterizar a la intelectual francesa Simone de Beauvoir en una serie para la televisión gala. Además, es una de las musas de Karl Lagerfeld, director artístico de la casa Chanel desde 1983, quien la escogió como modelo para varias campañas publicitarias de carteras.

Ambas cintas se filmaron entre septiembre y diciembre de 2008 y contaron con la venia de Lagerfeld, quien no sólo dio permiso a los productores para husmear en los archivos de la casa en Rue Cambon, donde Coco tenía su boutique y donde hoy funcionan los cuarteles generales del imperio Chanel, sino que, además, asistió a las filmaciones y entregó su "OK" –cosa no muy fácil de conseguir, según se rumorea– al vestuario escogido para las actrices.

La relación entre cine y moda no es nueva. Ambos mundos se retroalimentan constantemente; prueba de ello es la alta frecuencia con que vemos modelos en el cine, y cine sobre modelos. Es que las pasarelas despiertan un cierto morbo en los espectadores, que ansían descubrir en el celuloide lo que no se muestra en el glamour de los desfiles. La pantalla es el mejor lienzo para desplegar las usualmente temperamentales personalidades de los modistos y la decadencia asociada a la fama y el dinero fácil. Además, por supuesto, del trabajo duro que respalda el triunfo de los modistos más conocidos. Así lo demuestra el éxito –de público, al menos– de cintas como Prêt-à-porter (1994), El Diablo se Viste a la Moda (2006) y la serie Sex & the City (serie de 1998; película de 2008).

Hay que agregar que no es raro que el vestuario de películas o series de televisión se convierta en el mejor registro de una etapa en la historia de la moda, como sucedió con las series Los Ángeles de Charlie en los años 70, Dinastía en los 80 y la mentada Sex & the City en los 90.

En el caso de Coco Chanel, a estos factores se suma un hecho indiscutible: esta mujer realmente tuvo una vida digna de película, de esas que hacen recordar cuán cierto es eso de que la realidad supera a la ficción.

Gabrielle, como se llamaba realmente Coco Chanel, nació un 19 de agosto en un barrio pobre de Saummur, en Francia. Su madre, un ama de casa, murió de tuberculosis en 1895, cuando la futura modista era una niña de 12 años. Su padre, un vendedor ambulante, la envió junto con sus hermanas al condado de Auvergene –donde unas tías administraban un orfanato– y se desentendió de las niñas. Marcada por el abandono y llena de desesperanza, la pequeña Gabrielle pasó una niñez amarga y una adolescencia profundamente triste. "Durante mi infancia ansié ser amada y todos los días pensaba en cómo quitarme la vida, aunque, en el fondo, ya estaba muerta. Sólo el orgullo me salvó", declaró en una oportunidad.

DEL ORFANATO AL CABARET
Para que esta niña triste a la que llamaban "Coco" pudiera ganarse la vida, sus tías le enseñaron el oficio de la costura. Gracias a ellas, descubrió su interés por la moda y también su talento para trabajar con hilos y agujas. Pero decidió que no quería vivir detrás de una máquina de coser, trabajando de sol a sol y ganando lo mínimo. Por eso, a los 17 años, dejó el empleo que sus tías le habían conseguido y partió a París.

Sin mejor opción que frecuentar el sórdido mundo de los cabarets, Coco se enrieló en la vida nocturna parisina de comienzos del siglo XX, donde el sexo casual y el alcohol eran la norma. Destacó rápidamente por su figura menuda, su belleza discreta, su pelo corto, su manera de fumar, su boca siempre pintada de un apasionado rojo.

La elegancia adquiría en ella una nueva dimensión, lo que hizo que le llovieran los pretendientes de la alta sociedad. Deslumbrados con su inteligencia y sentido del humor, pero conscientes de su origen social bajo, estos hombres solían involucrarse mucho con ella en lo emocional y lo sexual, pero no estaban dispuestos a ofrecerle matrimonio. Cosa que, en rigor, a ella le importaba un comino. Se había puesto el objetivo de llegar a ser una gran modista y sabía que el roce con estos amantes la iba a ayudar.

El playboy Étienne Balsan fue el primero en tenderle una mano. Gracias al dinero que él le entregaba, Coco pudo abrir su primera tienda. Se llamaba Modas Chanel y ofrecía sombreros. No es casual que haya comenzado ofreciendo este accesorio: Balsan solía ir mucho con ella a las carreras de caballos, ocasión en la que las mujeres debían usarlos. Como los suyos llamaban la atención por su simpleza, las asistentes –acostumbradas a llevar sobre sus cabezas intrincadas piezas llenas de adornos– solían preguntarle dónde podían conseguir uno similar. Y llegaban a su local.

Se dice que muchas de estas potenciales clientas aparecìan en su tienda con más ganas de conocer a Coco que de comprar ropa. Su relación con Balsan era objeto de comentarios maliciosos, pero su ropa despertaba admiración: en esos tiempos, nadie usaba un chaleco suelto con un cinturón y una falda. "Es evidente que su particular estilo derivó de la necesidad, porque no podía costear el vestuario que usaban las damas de alta sociedad, pero también fue un reflejo de su actitud desafiante, que despreciaba lo convencional", apunta Ingrid Sischy, colaboradora de Vanity Fair.

Balsan solía hacer muchas fiestas en su casa y en una de ellas Coco Chanel conoció a Arthur Capel, un jugador de polo inglés "de grueso pelo negro". Ése sería el gran amor de su vida. Balsan creía que el trabajo de la diseñadora no era más que un pasatiempo, cosa que enrabiaba a la modista. Y mientras el playboy se iba de fiesta en fiesta, el acercamiento con Capel, que sí tomaba en serio el talento de Coco, se hizo inevitable. Entre otras razones, porque Boy, como apodaban a Capel, también había perdido a su madre a temprana edad y se decía que era hijo ilegítimo de un importante banquero. Ambos se preocuparon de ocultar su pasado y se insertaron juntos en la alta sociedad parisina, que no tardó en sucumbir ante la encantadora personalidad de la informal pareja (que nunca se casó) y su nueva manera de entender la elegancia, más vinculada con la sobriedad que con la ostentación.

En febrero de 1910, Coco puso su tienda –que ya no sería sólo de sombreros– en el número 21 de la Rue Cambon. Las clientas comenzaron a llegar en forma lenta pero creciente, hasta que apareció el espaldarazo que necesitaba: la influyente revista Les Modes anunció la llegada de una nueva diseñadora llamada Gabrielle Chanel. Desde entonces, la moda de los "locos años 20" fue suya. Una moda comandada por collares de perlas, trajes de chaqueta y falda a la rodilla, botones vistosos y mucho blanco y negro. Una moda que, por primera vez, se atrevía a usar en mujeres telas y cortes que antes eran sólo para hombres. Antes de Coco, el jersey no era más que la tela que se usaba para la ropa interior masculina.

Qué duda cabe: Coco Chanel había llegado a la cima. Y la creación del perfume Chanel N° 5, en 1923 –que se mantiene hasta hoy como uno de los perfumes más vendidos en todo el mundo–, no hizo más que reafirmar el peso de su nombre en la historia de la moda. "Una mujer sin perfume es una mujer sin futuro", dijo, mientras mostraba al mundo la botella art decó que contenía este famoso aroma.

Tras la lamentable y temprana muerte de Capel en un accidente automovilístico, Coco se fue a vivir sola a un departamento en el Hotel Ritz, frente a la Place Vendôme, donde permaneció por más de 30 años. Ahí comenzó a codearse con una elite que le parecía bastante más atractiva que la frívola alta sociedad: el mundillo intelectual. Claramente, el dinero ya no despertaba interés en ella, y por eso se dio el lujo de rechazar la oferta de matrimonio que le hizo el duque de Westminster, uno de los hombres más ricos de Europa, con quien compartió cama en más de alguna ocasión. "Ha habido muchas duquesas de Westminster; Chanel hay una sola", le dijo, para después vincularse sentimentalmente con el escritor Bernard Shaw, el compositor Jean Cocteau –el mismo que contribuyó a dar fama a la cantante Edith Piaf– y el músico Igor Stravinsky. Todos hombres que estimulaban su intelecto.

En este ambiente, Coco encontró eco a su interés por entender la moda como una expresión artística dotada de peso específico. Era frecuente que entablara conversaciones de alto nivel sobre los procesos artísticos, donde el diseño de moda tenía el mismo valor que la música de Stravinsky o las letras de Cocteau.

Chanel nunca se vio a sí misma como una simple dueña de boutique: creía que la ropa debía ser parte del proceso de emancipación femenina y por eso se la jugó por crear trapos que liberaran a la mujer de la incomodidad y que no la adornaran como si fuera un objeto. Hubo muchos que la tildaron de feminista, pero ella prefería hablar siempre de feminidad, como si tratara de resguardar el valor de la elegancia. Tras cada uno de sus diseños había un marco conceptual nítido, que reflejaba un ideal trascendente. Tanto así que, en una ocasión, Cocteau declaró: "Por algún tipo de milagro, ella trabajó en una moda que se ajustaba a las reglas que parecían tener valor sólo para los músicos, los poetas y los pintores".

Lamentablemente, la Segunda Guerra Mundial la golpeó con fuerza. El horno no estaba para bollos y Coco tuvo que cerrar su tienda. Además, se emparejó con Hans Gunther von Dincklage, un oficial nazi, cosa que no cayó bien en los círculos sociales que antes frecuentaba. Se dice que en ese tiempo Coco empezó a hacer comentarios antisemitas y homofóbicos, alejados de las ideas progresistas que había abrazado en su juventud.

En 1954, con 71 años, Coco reabrió su tienda en la Rue Chambon. Era un París diferente, lleno de modistos con tanta fama y dinero como ella. Pero mantuvo su nombre en alto, con la mezcla de sencillez y elegancia que la hizo conocida y creó su estilo inmortal. Hasta que el 10 de enero de 1971 su corazón dejó de latir. Con 87 años, una avanzada artrosis y adicción a la morfina, es probable que no haya imaginado el gran imperio que hoy es Chanel. A 38 años de su muerte, el mundo de la moda no olvida su legado.

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