Crítica de cine: El Concierto
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Hace 30 años, Andrei Filipov era el maestro. En esa época, sus manos y su batuta volaban graciosamente frente al público y los músicos de la orquesta Bolshoi de Moscú. Pero esos días ya no existen, ni para Andrei ni para los rusos. Tras ser acusado de traidor por el Partido Comunista, el director de orquesta fue denigrado con dureza: se le prohibió volver a tocar algún instrumento musical, y hoy -aunque el poder y el prestigio del partido ya no son ni la sombra de lo que fue- aún debe cumplir su humillante condena: ser el encargado de limpieza del teatro. Por lo menos hasta cuando Andrei casualmente se entera de una invitación hecha al Bolshoi por los franceses del teatro Chatelet en París, y decide suplantar la orquesta y recobrar la gloria perdida.
El concierto comienza como una comedia sobre la miseria y redención proletaria que se consigue a través de algún tipo de performance o puesta en escena, un subgénero que estuvo muy de moda a mediados de los años 90 en Inglaterra con cintas como Todo o nada: el Full Monty de Peter Cattaneo o, más directamente, Tocando el viento de Mark Herman, donde la banda de bronces de una mina de carbón del norte de Inglaterra debía sacar fuerzas de flaqueza para participar en una competencia nacional. En esta clase de películas, el empeño y la torpeza se abren paso por un bien superior: la dignidad que está a punto de ser arrastrada por los vientos de la historia. La sátira dispara con fuerza hacia los protagonistas, quienes apenas tienen conciencia de su ceguera, y sobreviven más por intuición que por lucidez.
Esta primera parte de comedia se fundamenta en el contraste entre la grotesca fauna de la Rusia actual (dominada por el mal gusto infinito de los nuevos ricos y el salvajismo de los post proletarios que no creen en nada), y el ánimo de guardar apariencias de los franceses, en particular, para ocultar cierta miseria económica muy poco asumida. La película es particularmente aguda en estos retratos, quizás en parte porque es la mirada de dos inmigrantes: un guionista chileno (Héctor Cabello Reyes) y un director rumano (Radu Mihaileanu).
Hasta acá, todo anda bien. Lo que viene después es más simplón: el concierto de los rusos se concreta y ahí la película hace striptease de sus verdaderas ropas, una exaltación de los valores profundos del director de orquesta, donde la aparición de una joven y bella solista de violín (Mélanie Laurent, la misma de Bastardos sin gloria de Quentin Tarantino) viene a subrayar el mensaje humanitario que la vieja Rusia comunista no fue capaz de ver. Que la pieza elegida para esta parte sea el Concierto para violín en re mayor de Tchaikovsky (una de las más difíciles del repertorio clásico) reafirma esa nobleza que aparece entre la miseria, pero también le quita acidez al retrato más descarnado del comienzo.
Que el sarcasmo inicial claudique a mitad de camino no es poco común en el cine de los buenos sentimientos: la tentación por aterrizar en la comodidad de lo predecible siempre es más fuerte. Pero por lo menos El concierto da la pelea por un rato.
EL CONCIERTO
Director: Radu Mihaileanu. Con Aleksei Guskov, Mélanie Laurent. 119 min.Comedia Francia, 2009. Todo espectador.
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