De cordillera a mar: Extremos atacameños
<img height="16" alt="" width="60" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193728.jpg " /> Desde montañas y volcanes que sobrepasan los 6 mil metros hasta una puesta de sol en el Pacífico con los pies en la arena.

Son las 6 y media de la mañana y el frío cala como el mejor pirquinero de la zona. Los 3.800 metros de altura no ayudan, pero sí un café cargado al que nos aferramos cual mástil de un barco que se hunde en medio de este desierto de montaña. Estamos en la orilla de la laguna Santa Rosa, en el Parque Nacional Nevado Tres Cruces –a unos 180 km de Copiapó– contemplando embobados la perfecta quietud de la laguna y cómo se reflejan en ella los cerros y volcanes que la rodean. Es un bello momento que disfrutamos en completo silencio con un tazón en la mano, esperando que el sol confirme su presencia. Y luego, el primer rayo que aparece tras el macizo Nevado Tres Cruces que interrumpe la calma que existía hasta hace unos segundos en la cuenca del salar de Maricunga, el más austral del país. Y luego otro y otro más y el sol que no se aguanta ilumina el salar y una extraña sonrisa se nos instala en la cara, porque de golpe la temperatura sube unos grados y con Here Comes the Sun de Los Beatles de fondo esto sería un excelente comercial de café instantáneo.
El rosado de los elegantes flamencos en la laguna contrasta contra la infinidad de tonalidades terrosas de este paisaje, mientras caminamos sobre la capa de sal que cruje bajo los pies, y nos cuentan que el volcán Copiapó, a un costado de Santa Rosa, es uno de los santuarios de altura del sector. Uno de aquellos sitios donde los incas realizaban rituales, compuesto de dos plataformas, donde se han encontrado interesantes vestigios en muy buen estado de conservación. Sol, una de nuestras guías, agrega que en el otro extremo de la laguna existen ruinas de antiguos asentamientos incas, donde se ubicaba la administración de este lugar, pero el relato es interrumpido por una bandada de fucsias flamencos que vuelan hacia otras reservas acuáticas del parque, dejando plasmada en la retina una de las más reconocidas postales de la puna de Atacama.
Desarmamos las carpas instaladas dentro de una pequeña casa de madera junto a Santa Rosa, refugio dispuesto para visitantes, y nos dirigimos a otra de las lagunas del parque, la del Negro Francisco, situada a unos 75 km. En el serpenteante camino de tierra vemos humedales, vizcachas y estilizadas vicuñas de fino pelaje que se mantienen estáticas al vernos. El avance a veces exige doble tracción y he aquí una de las recomendaciones: si viene por su cuenta, hágalo en un vehículo 4x4 y tomando medidas para evitar que se "apune". Las distancias no son cortas, las rutas son arenosas en ciertas ocasiones y el flujo de visitantes no es alto. Varias son las historias que escuchamos de personas que han tenido que ser rescatadas por privados o algunos de los pocos guardaparques. Por ejemplo, la de cuatro abuelos entrampados en un camino que, a pocos momentos de oscurecer y sufrir sin abrigo la gélida noche, jugaban un relajado carioca esperando la llegada del solidario automovilista que finalmente apareció.
La diferencia de colores también se repite en la laguna del Negro Francisco, así como la sequedad del aire debido a los 4.100 metros de altura. Su nombre se debe a la existencia de un antiguo hostal o refugio a la usanza de los tambos incas, donde contrabandistas de animales entre Argentina y Chile descansaban y compartían, y donde además el Negro Francisco, dueño del lugar, murió producto de una nocturna riña de alcohol. Así relatan Mauricio y Andrés, dos de los guardaparques que trabajan en este extremo sitio, donde ahora hay un refugio con camarotes y cocina (que cierra a fines del otoño y durante el invierno, cuando pueden haber dos metros de nieve y veintitantos grados bajo cero) al que vienen principalmente los que quieren aclimatarse para subir los casi 7 mil metros de altitud del volcán Ojos del Salado. Aunque también están los que vienen a disfrutar el paisaje que mezcla el imponente volcán Copiapó, los dos colores de la laguna y los cerca de 13 mil flamencos de tres especies que aquí residen.
LA HORA MÁGICA
La tarde se va y avanzamos rumbo a la última laguna del día y otra de las estaciones para los que suben los Ojos del Salado. Lleva por apellido Verde, está fuera del parque y mientras nos acercamos, los colores del paisaje se intensifican, las sombras se alargan y un naranja sol crea una singular atmósfera en estos instantes que los fotógrafos denominan la "hora mágica". Anochece y esta vez es la mitad de la luna la que se refleja en el agua; algunos prefieren descansar tras el largo día y de los 4 mil 200 metros en el sencillo refugio (también se puede acampar con el equipo adecuado), y otros meterse lentamente a unas más que pertinentes piscinas termales a metros de la fría laguna.
Dormir en esta altura puede resultar incómodo y al día siguiente te despiertas con una sensación similar a la de una resaca (según internet), pero el día es espléndido y otro baño en la terma todo lo soluciona. Aurelio, un francés que arribó a Chile por amor y ahora viaja por estas latitudes con su cámara de video filmando documentales, se acerca a la laguna y comienza a tocar su clarinete. El seco aire se llena de agradables notas y justo cuando la idea de Robert de Niro tocando la flauta en la película La Misión se aparecía, Ercio, otro de los guías, nos invita al paso fronterizo San Francisco, lugar por donde alguna vez caminó la expedición de Diego de Almagro. Ercio conoce muy bien la zona, posee una muñeca digna del Dakar 2010 y le gusta el rock. Así es que, conforme recorremos la Ruta Internacional y nos muestra la serie de coloradas montañas sobre los 6 mil metros que existen aquí –donde destaca el Ojos del Salado–, Led Zeppelin aparece por los parlantes e instala un aire de road movie mientras alcanzamos los 4.800 metros de la frontera.
Damos la vuelta y es como bajar por un tobogán de parque de diversiones hacia el mar. La idea es llegar esa noche al otro extremo de la región, al Parque Nacional Pan de Azúcar, para disfrutar de sus bellas playas, miradores, cactus, zorros y los insuperables pescados de roca de su caleta. Son cerca de 400 km que nos permitirán conocer los contrastes de Atacama, además de convertirse en una excelente clase de geografía. Pero antes hacemos una parada en un atractivo visitado por locales: las termas de Juncal. Para llegar, nos desviamos de la ruta que conduce al salar de Pedernales algunos kilómetros antes del sector de La Ola y recorremos una huella arenosa sin ninguna indicación por entre caprichosas formaciones rocosas de diversos colores. La quebrada del Juncal comienza a estrecharse, la camioneta comienza a circular bíblicamente por las mismas aguas del río Negro y la verdad es que sería imposible llegar a este sitio sin alguien que conozca. El paisaje es de película y tras 25 km llegamos a un gran pozón de agua termal a la que nos tiramos como si hubiésemos descubierto El Dorado. Luego aplicamos barro en la cara, rejuvenecemos un par de años y permanecemos con la cabeza fuera del agua contemplando el privilegiado sitio y el intenso azul del cielo.
Pero debemos llegar al mar y viajamos a toda velocidad por entre paisajes altiplánicos que se reflejan en el espejo retrovisor, mientras dejamos atrás la Cordillera de Domeyko y sacamos las manos por la ventana como si fuesen aviones al mismo tiempo que bajamos por sendas cuestas. Y dan ganas de detenerse a fotografiar pequeños asentamientos abandonados al costado del camino, siempre custodiados por los infaltables pimientos del norte. Y es así como obviamos el abandonado campamento de Potrerillos y la ciudad con forma de casco romano de El Salvador hasta llegar a Chañaral, donde nos aprovisionamos y recorremos los últimos 30 km que separan esta localidad del Parque Nacional Pan de Azúcar. El día termina y resulta sorprendente recordar que durante esta mañana contemplábamos montañas que sobrepasan los 6 mil metros con el agua termal hasta el cuello, y ahora con los pies en la arena esperamos que el sol se hunda en el Pacífico.
GUÍA DEL VIAJERO
- Parque Nevado Tres Cruces
Se recomienda visitar el parque entre los meses de octubre a mayo, debido a las extremas condiciones climáticas durante el invierno, así como ir con equipo de montaña si la idea es pernoctar allí. Sugerimos también realizarse un chequeo médico previo para evitar complicaciones relativas a la altura. Existe un sencillo refugio de madera junto a la laguna Santa Rosa para uso de los visitantes, y otro en laguna Verde usado principalmente por los postulantes a la cima del Ojos del Salado. Si la idea es subirlo o dormir en el refugio de laguna Verde, puede contactarse con los administradores en www.aventurismo.cl. Para preguntas y alojarse en el refugio de la laguna Negro Francisco ($8.000 pp), contactarse con el guardaparque Mauricio Torres al mail mauriciotorres.73@hotmail.com.
- Parque Pan de Azúcar
De las zonas de camping que posee el parque, destacan los 60 sitios frente a las playas Piqueros y Soldado ($ 3.500 pp). También hay cómodas cabañas frente al mar desde 30 mil pesos por noche. Más información en www.lodgepandeazucar.cl.
Totalmente recomendable es recorrer los sitios nombrados en este artículo con la agencia Gran Atacama de Copiapó. Teléfono (52) 219 271; o con el guía Ercio Mettifogo al 09-051 3202.
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