Columna de Juan Cristóbal Guarello: Fútbol noruego o búlgaro
En los fríos números, la Sub 17 es una de las selecciones de mejor rendimiento de la historia en este tipo de torneos. En la evaluación de su fútbol el análisis es más complejo de hacer: tiene una impronta, una forma de jugar, que cambia todo lo que entendíamos como "identidad" del fútbol chileno. Antes y después de Bielsa.

Antes de comenzar, una aclaración: este texto lo escribo sin saber el resultado del partido contra Paraguay. Tal vez Chile gane o empate, y clasifique, tal vez pierda y necesite todavía un esfuerzo más para clasificar al Mundial Sub 17 de India.
Han sido continuados y estruendosos los fracasos de las selecciones juveniles en los últimos sudamericanos (y por extensión, nos hemos quedado fuera de los respectivos campeonatos mundiales). La exigencia ha ido bajando, en escala descendente, desde pelear el título, clasificar al Mundial, llegar a la ronda final, ganar algún partido, no quedar últimos hasta, como señaló Alfredo Grelak hace un par de años, a la modesta pretensión de "proyectar jugadores a los primeros equipos".
A partir de estos resultados se infirió, y con base, que el futuro fútbol chileno se vislumbraba de manera inquietante. Que el mentado "recambio" de la selección adulta pintaba muy mal, casi tan mal como el inexistente recambio de la generación de tenistas que se extinguió con el retiro de Fernando González.
Hasta que apareció este singular equipo dirigido por Hernán Caputto. En los fríos números es una de las selecciones de mejor rendimiento de la historia en este tipo de torneos. En la evaluación de su fútbol el análisis es más complejo de hacer: tiene una impronta, una forma de jugar, que cambia todo lo que entendíamos como "identidad" del fútbol chileno. Antes y después de Bielsa.
Chile juega un fútbol extremadamente físico, duro, con un nivel de compromiso, intensidad y garra que les pelea a los mejores momentos de los adultos (Copa América 2015, por ejemplo). Es una selección frontal, mecanizada en extremo, que basa su juego en una defensa aplicada y solvente, se proyecta por las bandas y se salta el mediocampo con pelotazos largos. Un equipo áspero, duro, que no mete una pared, raramente alguien gambetea y los lujos no existen.
Por momentos parece esas rústicas selecciones del centro de Europa o de los países nórdicos. Donde toda la falta de talento era reemplazada por sudor, aplicación, planificación y estado físico. Que se siente más cómoda defendiendo que controlando el balón y tocando. Que utiliza muy bien el juego aéreo y las pelotas detenidas para generar peligro. Un fútbol que no llena los ojos, que espanta a los líricos, pero que obtiene resultados.
¿Será una avance de lo que jugará la selección adulta en pocos años? Es prematuro sacar una conclusión. Pero, de momento, es una de las pocas selecciones juveniles que no ha hecho el ridículo.
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