Histórico

Gabriel Salazar: "En Chile no se ha escrito la historia de la ciudadanía"

El Premio Nacional de Historia publica La enervante levedad histórica de la clase política civil (Chile, 1900-1973).

La noche del jueves 4 de agosto  de 2011, cuando volvieron los cacerolazos a Santiago y una multitienda ardió a cuadras de La Moneda, Gabriel Salazar (Santiago, 1936) aparecía en CNN Chile atribuyendo la agitación de esos días a la “absoluta incapacidad de nuestra clase política para leer en profundidad lo que está ocurriendo en la sociedad civil: esta transición ciudadana por abajo, que es muy distinta de la otra transición que, se ha dicho, concluyó por arriba”.

Salazar comentó esa noche el presente a la luz del pasado y prolongó una experiencia de intelectual público de amplio espectro. Un académico/actor social que aparece repetidamente en los medios, pero que también, y particularmente ese año, lo hacía en foros y asambleas de colegios, universidades y comunidades locales en distintas regiones. Por ese tiempo, publicaba también una especie de manifiesto llamado En el nombre del poder popular constituyente (Chile, siglo XXI), donde informaba al lector y le recordaba a quienes lo conocían, que el “poder constituyente es el que puede y debe ejercer el pueblo por sí mismo para construir el Estado (junto al Mercado y la Sociedad Civil) que le parezca necesario y conveniente”.

Cuatro años más tarde, sentado en una sala del Departamento de Ciencias Históricas de la U. de Chile, el ex militante del MIR y ex prisionero de Villa Grimaldi, tiene al frente un nuevo volumen, que suma 11 veces más páginas que el recién mencionado, pero que a su juicio cumple una función no muy distinta. Dice Salazar que “hay momentos históricos en que la ciudadanía se mueve para hacer una propuesta y ejercer poder y soberanía. En la historia de Chile eso no se da a cada rato. Pasó en 1820-1828, en 1918-1925 y ahora, de 2011 en adelante”. Y en esa lógica, cabe proveer insumo intelectual y, según parece, cabe hacerlo en cantidades.

El libro se llama La enervante levedad histórica de la clase política civil (Chile, 1900-1973) y hay en él harto más que el guiño kunderiano del título. Basada en una detallada investigación que indagó en 5 generaciones de miembros del Parlamento y el Gobierno, aísla y examina la conducta de los habitantes de un espacio de la acción pública que ya en los orígenes del orden portaliano se erigió, a juicio del autor, como un “gremio” que se autorreproduce, bloqueando toda iniciativa que le reste prebendas o lo haga responsable ante sus mandantes. La representación popular como una ilusión.

Cambiar el Estado

Con lo oceánico que resulta el volumen, su autor advierte que es la primera parte de una obra dual, que debería ser complementada en 2016 por una segunda acerca de la clase política militar, y que ambos deberían ser opuestos complementarios como lo son Labradores, peones y proletarios (1985) y Mercaderes, empresarios y capitalistas (2010) .

Si En el nombre del poder popular… fue una especie de manifiesto. ¿Qué podría ser éste?

Una defensa de la soberanía popular y de la soberanía ciudadana. La diferencia es que éste viene con todas las pruebas, fundamentaciones y estadísticas para apoyar empíricamente lo que se sugiere.

¿Hay un “palo” en la obra al cientista y al historiador políticos?

En Chile, la sociología, la historia y la ciencia política han entendido la política como la política del Parlamento, de los legisladores, de los partidos y de la Constitución vigente. No han estudiado la relación entre el sistema político y la ciudadanía. En el fondo, no se ha escrito la historia de la ciudadanía, en circunstancias que, teóricamente, es la que detenta la soberanía. En cuanto a la historiografía de derecha, que es la fundadora de la ciencia histórica en Chile, no ha hecho sino la crónica de su propia clase y de los intereses y las perspectivas que ahí se dan. Y eso ha implicado ignorar o no considerar una enorme proporción de la historia que para ellos no existe. Es como si hubiera un pacto de silencio entre ellos respecto de fenómenos históricos que ocurren a nivel de ciudadanía, de las clases populares, etc. Han escrito muy buena historia, muy bien escrita por lo demás (Alberto Edwards, Alfredo Jocelyn-Holt, Gonzalo Vial), pero con ese problema epistemológico. Los historiadores de izquierda, o renovados, creo que están develando los hechos ignorados por los primeros. El problema es que los han interpretado a partir de criterios e ideas foráneas, como el marxismo en todas sus variantes. La tendencia ha sido describir la miseria de los trabajadores, la explotación, las masacres, las luchas, las huelgas. Pero no se han fijado en lo que propiamente es la lucha política. La lucha contra el patrón, desde la dictación del Código del Trabajo (1931), ha sido una lucha económica, reivindicativa.

Ud. dice que, aparte de usurpador, el Estado ha sido extremadamente centralizador. ¿Qué pasa con el Estado entendido como conjunción de voluntades? 

El Estado fue construido desde Santiago, por Santiago y para Santiago, sobre la base de un concepto abstracto, el de nación: una sola unidad que abarca todo el territorio. Incluso gente como Alberto Edwards o Jaime Eyzaguirre hablaban de “una sola alma”. De “el Estado”, de “la nación”. Y eso es muy distinto de lo que piensan las comunidades locales. Las comunidades locales no sienten que haya una unidad abstracta. Por eso los huasos en el sur decían “voy pa’ Chile” para decir que iban a Santiago. Lo que se plantea desde las comunidades locales que trabajan en asamblea es coordinarse entre todas para hacer una asamblea nacional, y luego, construir un Estado distinto del Estado centralista, unitario, santiaguino. Por algo se está planteando la Asamblea Constituyente: porque hay que cambiar el Estado. No destruirlo ni negarlo, que sería un poco absurdo.

También compara la actual crisis de desprestigio de la política con lo que pasaba a principios de los 50, previo a la elección de Ibáñez…

Ha habido tres crisis de este tipo. La primera es la de la crisis del parlamentarismo. Nadie creía en la oligarquía política de ese tiempo. Después, con la crisis de los partidos a fines de los 40 y comienzos de los 50, el pueblo no quiere nada con ellos e Ibáñez gana lejos diciendo que va a barrer con los políticos. Y está lo que pasa ahora.

¿Se sintió, para 2011, en la cresta de algo?

Comencé a tener problemas con el MIR cuando empecé a preguntarme si es posible y necesario que la construcción de una política revolucionaria surja también desde lo social y que haya una democracia participativa. Eso me llevó a pelearme con el MIR, hasta que me echaron, y por otro lado a desarrollar la misma idea para perseguirla históricamente. Porque seguí esa pista. Fui el único que en 1987 estaba planteando el tema del poder constituyente y la legitimidad. Ahora, a partir de 2011, el proceso fue revelando poco a poco que iba caminando en la dirección que yo iba barruntando de antes.

¿Están vedados los miembros de la clase política de representar la voluntad popular? 

Se supone que los políticos son representantes del pueblo y que el pueblo delega coyunturalmente su soberanía en ellos. Pero la historia nos muestra en Chile que la oligarquía, desde la Batalla de Lircay (1829) hasta al menos 1957, con la cédula única, se eligió a sí misma. Se representó a sí misma. Ahora, si hiciéramos el estudio de cada político por separado, encontraríamos que hay políticos honestos que realmente quieren representar al pueblo. Como el propio Jorge Alessandri.

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