La calle del perdón
Familiares y vecinos de Felipe González, el conductor del auto que fue arrollado por Vidal, vibran por la Roja y eximen de su culpa al Rey por el "bien" del fútbol.

La Granja no es Ñuñoa, y el pasaje Isla Tierra del Fuego tampoco es, por lo tanto, Carlos Dittborn o cualquiera de las otras grandes avenidas que desembocan en el Estadio Nacional. Sin embargo, en ambos puntos de la geografía santiaguina, distantes entre sí, el fútbol se vive como lo que es, una incontrolable pasión de multitudes.
Hace poco más de una semana, un desgraciado azar propició que el destino de Felipe González, un ingeniero de 37 años natural de este pasaje del sector sur, se cruzase con el de Arturo Vidal, que regresaba a la concentración de la Selección manejando a toda velocidad y en estado de ebriedad.
Lo que sucedió esa triste noche (triste para el celebérrimo conductor del Ferrari rojo, pero también para el hombre anónimo que manejaba el Chevrolet blanco), es ya de dominio público. Sampaoli, no sin cierta polémica, decidió indultar a su pupilo, de manera que a las 20.30 en punto, mientras las cámaras filmaban cómo el volante saltaba a la cancha ante Uruguay, en algún lugar del país, González, el ingeniero anónimo, se recuperaba de las secuelas del accidente sufrido lejos de su casa natal.
Juan, su padre, apoyado contra el muro de la viviendamientras Chile comenzaba a dirimir su futuro en la Copa América, era quien comunicaba la noticia, mostrándose, sin embargo, conciliador. “Felipe no está acá. Él se está recuperando en otra parte, porque con el movimiento que hay estos días por aquí es difícil descansar”, decía el progenitor, antes de restar gravedad a lo sucedido: “Prefiero no hablar demasiado, pero yo opino que nadie es perfecto y que cualquiera se puede equivocar”.
Frente al domicilio, en la vereda opuesta, tenuemente iluminada, se encuentra el modesto negocio de venta de sopaipillas y empanadas que regentan José Ortega y María Inés. Llevan más de 25 años viviendo en Tierra del Fuego, y conocen a Felipe “desde siempre, desde chico”. “Él siempre fue muy trabajador, muy decente, del que nadie puede decir nada malo, pero el perdón es lo más grande que tenemos los seres humanos”, comenta María Inés, sonriendo con una naturalidad incontestable. “Lo más importante que hizo Vidal fue reconocer su error. Cualquiera se equivoca. No a cualquiera lo perdonan, porque no cualquiera es Vidal, pero lo mejor es dar vuelta a la página. Tiene que pagar el error que cometió, pero nadie en el barrio le agarró mala a Vidal por lo que pasó. Si estamos todos con Chile”, agrega, al respecto, su marido.
A medida que el cronómetro comienza a avanzar en Ñuñoa, las parrillas se encienden en los patios, iluminando la calle. Con asados como el que preparan Mirko y Marco, se digieren mejor los partidos. “Hoy lo más importante es que gané Chile. No pasó nada tan grave. Hay que tratar de olvidar, nomás”, sentencia uno de los jóvenes. Las arengas y los gritos de apoyo a la Roja son constantes durante todo el encuentro, y alcanzan su punto álgido con el agónico gol del triunfo. Los cánticos más entusiasmados son, irónica y paradójicamente, para el Rey Arturo. Los gritos de los vecinos de La Granja resuenan en el pasaje vacío. Con el pitazo final, uno abandona el lugar con la sensación de que lo que el fútbol ha unido, no lo puede separar el hombre. Y quizás tampoco la ley.
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