Histórico

Los 60 años de la Filarmónica: del foso al gran repertorio

El conjunto formado por Juan Matteucci en 1955 nunca se conformó con ser una simple orquesta que acompañaba óperas y rápidamente se transformó en una entidad de fuerte personalidad sinfónica.

En su juventud había sido campeón de boxeo y era tan adicto a la música como a la nicotina. En más de una oportunidad dirigió con el cigarro y, confundiendo el orden de los elementos, solía terminar soplando la batuta. Dueño de un sentido del humor imbatible y al mismo tiempo de un carácter que se irritaba con cierta frecuencia, el músico de origen italiano Juan Matteucci protagonizó en 1955 su más grande acto de rebeldía. Dejó su puesto como chelista en la Orquesta Sinfónica de Chile y junto a otros instrumentistas de esa agrupación formó la Orquesta Filarmónica de Chile, que luegó pasaría a ser simplemente la  Filarmónica de Santiago. Esta fue la orquesta que hace 60 años debutó bajo la dirección del maestro alemán Leopold Ludwig, un día domingo 3 de julio.

Las seis décadas de vida del grupo, que luego pasó a ser el conjunto sinfónico estable del Teatro Municipal a través de una subvención de la comuna de Santiago, se conmemorarán hoy y mañana con un programa que incluye la Danza fantástica del compositor chileno Enrique Soro, el Concierto para violín en mi menor de Mendelssohn (con la solista suiza Rachel Kolly D’Alba) y la Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky. Es un concierto de repertorio bastante romántico para un grupo que aquel 3 de julio de 1955 también tocó a Tchaikovsky, pero se hizo  acompañar de obras de Bach, Beethoven y Wagner. Al parecer. se trataba de echar toda la carne a la parrilla y demostrar que la Filarmónica tenía tantas aptitudes como su hermana mayor, la Sinfónica de Chile.

El propio director de origen español Agustín Cullell, que conduciría la agrupación en los años 60, recordaba así los difíciles inicios de la Filarmónica. “Yo era miembro de la Orquesta Sinfónica y Juan Matteucci también. Por tanto, recuerdo perfectamente las tensiones que se generaron en nuestro propio seno cuando se difundió la noticia del proyecto en gestación”, escribió Cullell en la Revista Musical Chilena en el 2005. El director también recordaba que existía temor de parte de la Sinfónica a perder el protagonismo y que incluso alguien llegó boicotear las partituras, que venían de Buenos Aires, para que no llegaran a los músicos de la Filarmónica.

A la larga, la ópera diría otra cosa: la agrupación creada por Matteucci, el contrabajista Ramón Bignon y otros instrumentistas se especializarían en el repertorio lírico, diferenciándose con claridad de la Sinfónica. Aquel perfil era, después de todo, evidente en un conjunto llamado a ser el corazón sinfónico de un teatro de ópera. “Sin embargo, eso no significa que seamos poco flexibles. Por el contrario, la Filarmónica de Santiago tiene una ductilidad y una capacidad para trabajar contra el tiempo que es única. Hacemos mucha música en muy poco tiempo: pasamos de la ópera a los conciertos y de estos al ballet”, explica José Luis Domínguez, director residente y ex violinista de la Filarmónica.

Formada con el objetivo de dar cabida también a músicos egresados del Conservatorio Nacional que no tenían un espacio dentro de la Sinfónica de Chile, la agrupación ha sido dirigida en su vida por conductores de prestigio, pero sobre todo ha acompañado a solistas de primer nivel. Entre ellos el chelista Mstislav Rostropovich,  el tenor Plácido Domingo y la pianista Martha Argerich. Un lugar aparte merece el 12 de mayo de 1984: ese día la orquesta acompañó al pianista Claudio Arrau en su primer concierto en Chile tras 17 años de ausencia. Fue una jornada maratónica, con el Concierto para piano N° 5 Emperador de Beethoven y el Primer concierto de Brahms, dos obras sobre los 40 minutos de duración. Aquel programa fue conducido por el maestro Juan Pablo Izquierdo y la transmisión llegó a todo Chile por Canal 7.

Los años 80 también fueron un período de gran renovación, liderada justamente por Izquierdo, quien tocó por primera vez todas las nueve sinfonías de Mahler , varias de ellas en conciertos gratis en iglesias de Santiago. En el año 1990, la Filarmónica se enfrentó a otra encrucijada histórica al tocar en la gala de asunción del mando del Presidente Patricio Aylwin, el primer gobierno democrático de Chile en  17 años. Esta década también fue la que demandó el mayor desafío posible para una orquesta de teatro de ópera: entre  1994 y 1997 interpretó la tetralogía de El anillo de los nibelungos de Wagner, 16 horas de música a altísimos niveles de exigencia.

“La Orquesta Filarmónica ha sido y es la viga maestra del Teatro Municipal. Ha afrontado las obras cumbres de la música como el Anillo de Wagner, pero también las grandes óperas de Verdi y Puccini y el gran repertorio sinfónico”, dice Max Valdés, quien fue su director titular entre 1990 y 1991 y luego entre el 2002 y el 2006.  Fue en este último período, que el conjunto hizo una exitosa gira a Finlandia. “Participamos en el Festival de Opera de Savolinna,  lo que  es un hito en la historia del teatro. Era el primer teatro latinoamericano en ser invitado a ese festival. Llevamos  la ópera Fulgor  y Muerte de Joaquín Murieta del compositor chileno Sergio Ortega, que despertó un gran interés”, agrega Valdés.

Con compromisos que dentro de un par de semanas la tendrán estrenando en Chile la ópera La carrera de un libertino de Stravinsky y compuesta por una buena cantidad de músicos extranjeros (“alrededor de un 40 por ciento”, en palabras de Domínguez), la Filarmónica dejó hace mucho tiempo de ser una simple orquesta de foso para entrar al terreno del gran repertorio. Sin embargo, los desafíos están pendientes.  “Beethoven y Mozart son como el agua, siempre hay que tocarlos. Pero uno de nuestros objetivos  es ampliarnos y  tocar a Bach y Bruckner. Recuerdo que cuando el maestro Gabor Otvös dirigió Bruckner,  la orquesta llegó a un nivel difícil de superar”, dice Domínguez.

Con la misma urgencia que la interpretación de nuevas obras, la Filarmónica también siente la necesidad de mejorar las condiciones de trabajo y hacer giras. “Estamos en un buen momento, pero nos hace falta una sala de ensayo y también deberíamos viajar más en Chile”, explica Domínguez. Desde España, Max Valdés también recuerda su paso con esa inquietud: “Me hubiese gustado presentar a la orquesta a lo largo y ancho de nuestro país. Haberla llevado a festivales y haber grabado  obras chilenas que son desconocidas fuera de nuestro país”, finaliza.

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