Opinión: Mr. Nadie, el candidato ideal

El presentador anuncia al candidato: "Ahora con Uds., el abanderado del pueblo: Nadie en persona". La mutiltud aplaude y Mister Nadie entra en escena. Lo acompaña una banda de circo. Toma el micrófono y pregunta: "¿Quién solucionará nuestros problemas?". "Naaadie", responde el público. "¿Quién controla la inflación?". "Naaadie", dicen todos. "¿Quién defenderá los derechos humanos?". "Naadie". "¿Quién es el campeón de los humildes?" "Nadie". Al final, todos lo proclaman: "¡Nadie Presidente!".
Mister Nadie es uno de los protagonistas de Hojas de Parra, el montaje que en 1977 estrenaron Jaime Vadell, José Manuel Salcedo y Susana Bomchill en una carpa en Providencia. La obra era una adaptación de textos de Nicanor Parra, entre ellos Mister Nadie for President.
El poema estaba inspirado en la realidad: en 1976, un grupo de artistas, hippies y pacifistas, lanzaron la campaña Nobody for President en San Francisco. Hicieron volantes, afiches y chapitas, llamando a votar Nobody. Organizaron concentraciones, mitines y desfiles callejeros. Llevaron su campaña desde California hasta Nueva York, pasando por Washington. Era una bufonada, una fiesta y una tomadura de pelo: de hecho, la cara visible de la campaña era un clown. Pero tenía un lado serio. En clave satírica, era también una protesta y una declaración política: ninguno de los candidatos a la Casa Blanca valía la pena.
A diferencia de Pablo Neruda y Vicente Huidobro, Parra nunca fue candidato a La Moneda (Huidobro postuló en 1925 y Neruda fue proclamado por el PC en 1969). Pero tomó la idea de Nobody y creó al candidato ideal: Mister Nadie. Un abanderado infalible, porque "Nadie es perfecto", "Nadie está a salvo de una pulmonía", "Nadie tiene todas las respuestas", "Nadie lo sabe todo".
En Hojas de Parra, Mister Nadie se volvía un personaje provocador: estrenada en los años más duros de Pinochet, la obra estaba cruzada de alusiones políticas y, entre bromas y risas, era una corrosiva crítica al régimen. La pieza narraba la historia de un circo pobre y andrajoso, emplazado junto a un cementerio. Mister Nadie quiere arrendarlo para realizar su proclamación a la Presidencia. "Yo necesito manifestantes, gente que grite, que me avive la cueca", dice. Pero el dueño del circo tenía miedo: "¿No sabe del receso político?", le pregunta. "No se preocupe, es una proclamación relámpago", insiste el candidato. El circo necesita el dinero y al final el empresario accede: "¡Vamos a terminar todos en una embajada!".
A medida que la historia avanzaba, el cementerio crecía: las cruces se multiplicaban e invadían el circo. A buen entendedor pocas palabras: era una alusión a los muertos y desaparecidos. En un momento se celebraba un banquete por los poetas muertos y vivos. Y el dueño del circo pasaba lista: "Carlos Pezoa Véliz... Presente; Juan Guzmán Cruchaga... Presente; Eusebio Lillo... Presente; El que sabemos... Presente; El que te jedi... Presente; El que la caga... Presente".
La obra fue un éxito: tenía un promedio de 600 personas por función. Pero no le causó gracia a la autoridad. El Servicio de Salud clausuró la carpa, porque tenía pocos baños y sólo un extintor. Los actores solucionaron el problema técnico, pero los extintores igual fueron insuficientes: deconocidos quemaron la carpa.
Hojas de Parra es un gran testimonio del poder subversivo del arte: la antipoesía como una bomba molotov. El reciente proyecto de remontarla se frustró. Una lástima. En época de campaña, habría sido sabroso escuchar las preguntas del candidato: "¿Quién solucionará nuestros problemas...?".
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