América Latina, a paso de tortuga

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El estudio anual sobre América Latina que la Cepal ha hecho público confirma que esta región continúa el largo período de atontamiento que empezó hace ya varios años y que implica un paréntesis demasiado largo en el trayecto hacia el desarrollo. Las potenciales implicaciones políticas no son pequeñas. Si ahora que el populismo latinoamericano vive sus horas más bajas los gobiernos de signo contrario no ponen a América Latina en marcha, el riesgo de que la demagogia vuelva a apoderarse de la esfera pública es considerable.

Una forma de medir lo que sucede es comparar el crecimiento económico de la región, que en promedio será de apenas 1.5% este año, con el mundial, que será más del doble, o el de otras zonas "emergentes", que será el triple. La guerra comercial desatada por EE.UU. no ayuda a mejorar el clima general (el comercio crecerá un tercio menos que el año pasado) y la subida del dólar y el aumento de las tasas de interés gringas (la de diez años ya supera el 3%) hace que disminuyan los flujos de inversión hacia América Latina, pero esta es una excusa pobre. Otras zonas creciendo más y los capitales no han renunciado a todos los países no desarrollados, sólo han disminuido en general.

El verdadero problema: la insuficiente inversión. La única razón por la que hay algo de crecimiento en algunos países es el consumo, pero los motores que deberían dinamizar la economía son los otros. La inversión fija pasó de representar el 18.5% del PIB a mediados de los años 90 a representar 20.2% en 2018, muy por debajo del Asia; para colmo, el grueso de este leve aumento se dio durante el "boom" de los commodities, es decir entre 2003 y 2008. Desde entonces la inversión apenas ha aumentado menos de 1% en promedio, un ritmo diez veces menor que el de aquellos años de rumba. La inversión, crece -cuando crece- impulsada por un número pequeño de empresas, no por una multitud de negocios ambiciosos y visionarios. Un cinco por ciento de las empresas explica más de la mitad del aumento de la inversión. Por eso ese aumento es tan pequeño. Si uno mira las utilidades que las empresas extranjeras se llevan de los distintos países latinoamericanos en lugar de reinvertirlas, esto se entiende rápidamente.

Que los países que más crecerán en 2018 sean Panamá y la República Dominicana, seguidos de Bolivia y Paraguay, y que los "grandes" exhiban cifras pobres (Argentina volverá a encogerse este año), da una idea de lo que está sucediendo. Esto nos dice, en términos políticos, tres cosas: no hemos encontrado la fórmula para superar del todo la herencia populista; estamos a la espera de que el ciclo de las materias primas vuelva a sonreírnos; por último, estamos desaprovechando una bendita oportunidad hoy que el populismo es masivamente pero temporalmente impopular en la región tras lo sucedido en varios países importantes.

Esto ha ocurrido antes. Cuando la gente se pregunta (y a los que nos ocupamos de estas cosas nos lo preguntan con cansina frecuencia) por qué nunca dejamos atrás el populismo, hay que responder: una poderosa razón es que no tenemos la fuerza política, las agallas psicológicas y la imaginación reformista para hacer lo que hay que hacer cuando, a resultad del fracaso populista, se abren una oportunidad para algo mucho mejor.

No quiero dejar un sabor de boca amargo con todo esto; después de todo, depende de nosotros modificar el estado de cosas. Pero no conviene jugar al avestruz.

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