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Regulación sobre bienes esenciales que pueden ser vendidos en las comunas con cuarentena divide al comercio

A alguien se le ocurrió que la situación sanitaria es tan grave que, para restringir la circulación no solo es necesaria la cuarentena y el toque de queda, sino también que los permisos de traslado para comprar bienes debían restringirse a aquellos esenciales. Destinarle espacio al error, o seguirle pegando en el suelo a la torpeza, parece innecesario, señales recientes del gobierno dan cuenta de un implícito reconocimiento del exabrupto cometido.

Pero, especialmente en los tiempos refundacionales que vivimos, sí merece la pena detenerse un momento para reflexionar por qué, incluso en un gobierno que aparece como de centroderecha el ejercicio del poder estatal se expande, el vértigo por controlar la vida de las personas -para cuidarnos por supuesto- emerge impenitente y el uso arbitrario de las potestades públicas en la relación con el sector privado se muestra como una constante que, con mayor o menor intensidad, cruza a los distintos sectores políticos y del cual esta administración está lejos de constituir una excepción.

Lejanos parecen los días en que nuestra sociedad promovía la generación de oportunidades para que cada uno, con su esfuerzo, talento y voluntad de superación, pudiera progresar. Hoy el discurso imperante es el de los “beneficios”, transferencias universales a las que, por el solo hecho de vivir en nuestro territorio tendríamos todos el derecho de acceder. Así la dignidad deja de ser un concepto asociado al empeño por ser dueño del propio destino, para trocar en la capacidad de recibir, en un reconocimiento que nos convierte primero y nos define después en sujeto pasivo de un orden social y una escala de valores determinada por quienes gobiernan.

Desde luego, es inevitable que una sociedad que concibe la dignidad del ser humano en el ejercicio activo de la dependencia del ente colectivo se mueva progresivamente en la dirección de decidir por cada uno de nosotros, de cuidarnos cada vez más minuciosamente, de especificarnos hasta lo que es, o debiera ser, esencial en nuestras vidas. Las autoridades, pretendida encarnación de esa voluntad colectiva, no pueden evitar mirar el poder depositado en sus manos con la misma fascinación con la que Gollum mira el anillo - “mi precioso” - convencidos que con cada intervención que restringe nuestra libertad somos todos mejores: ellos, porque están cumpliendo un rol “social” y nosotros, las personas, porque hemos sido reconocidos en nuestro derecho a depender.

Cada día parece más necesario que los ciudadanos -pedírselo al gobernante cualquiera sea su color político es una ingenuidad-, recordemos a Saint-Exupery, cuando en palabras del zorro al Principito le dice: “lo esencial es invisible a los ojos”. En efecto, lo esencial no es el arroz, ni los medicamentos, es la libertad. Si lo olvidamos nosotros, no esperemos que lo recuerden quienes nos gobiernan.

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