Columna de Jorge Heine: La cumbre de la discordia



Por Jorge Heine, profesor de Relaciones Internacionales, Universidad de Boston

La IX Cumbre de las Américas tendrá lugar en Los Ángeles, California, del 6 al 10 de junio. Desde 2015 que los presidentes de América Latina no se reúnen con el ocupante de la Casa Blanca. El Presidente Trump canceló su participación en la VIII Cumbre en Lima, en 2018. La cumbre siguiente, de abril de 2021 a hacerse en EE.UU., fue postergada por casi año y medio, so pretexto de la pandemia, aunque en ese período el Presidente Biden participó en numerosas otras cumbres.

Dada la crisis de la región, una reunión así es bienvenida. Después del negativo impacto de la pandemia, de la cual la región fue Zona Cero, las turbulencias económicas debido a la guerra en Ucrania han exacerbado esta crisis y la inflación se ha disparado.

La Cumbre constituía además una gran oportunidad para que el Presidente Biden marcase diferencias con la administración anterior, que tanto daño le hizo a la región, y que bajó los niveles de aprobación de Estados Unidos en América Latina a cifras inéditas, de 24% en 2017, igual a Rusia, y cuatro puntos por debajo de China, según Gallup. Sin embargo, las señales desde Washington parecieran ser de redoblar las políticas del trumpismo para dividir a los países de la América morena.

El trascendido que, en un hecho sin precedentes en las casi tres décadas de estas cumbres, tres países (Cuba, Nicaragua y Venezuela) no serían invitados a Los Ángeles, ha dejado estupefactos a los observadores. La exclusión de Cuba casi provoca el fracaso de la VI Cumbre en Cartagena en 2012, algo que solo se evitó gracias a gestiones que aseguraron la presencia cubana en la VII Cumbre en Panamá en 2015. La noción que, de un plumazo, se pueda excluir no ya a uno, sino que a tres países de este ejercicio, por el mero capricho del país anfitrión, es insostenible.

Ya el Presidente de México ha señalado que es inaceptable, y que así no asistirá a la Cumbre. Lo mismo ha dicho el Presidente de Bolivia. El distorsionar de esta forma la Cumbre de las Américas, y transformarla en una especie de “club de amigos” del gobierno de turno en Washington, le hace daño no solo a la región, sino que a los principios básicos del panamericanismo.

El silencio del gobierno de Chile en esto ha sido ensordecedor. ¿Avala, acaso, el gobierno del Presidente Boric, este despropósito que atenta en contra no solo de una mínima solidaridad latinoamericana, sino que de prácticas diplomáticas establecidas en estas cumbres?

Enfrentado a un desafío comparable en el caso de otra institución panamericana, en la elección de presidente del BID en 2020, el gobierno anterior de Chile se opuso al afán hegemónico de romper precedentes e imponer la voluntad de Washington por el mero capricho de algunos funcionarios. Sería irónico que este gobierno, que tantas esperanzas ha generado en la región, demostrara ahora un compromiso inferior a ese con la causa de nuestra América.

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