Columna de Juan Ignacio Brito: El Chile bananero



¿En qué momento nos transformamos en una república bananera? Hace no muchos años, un amigo peruano me decía que “los chilenos son unos plantas”. Quería decir que éramos sobrios, incluso aburridos. No creo que ahora pudiera decir lo mismo. Por un tiempo fuimos los nuevos ricos de América Latina; ahora que ya llevamos una década de estancamiento económico, hemos perdido en parte la riqueza, pero conservamos toda la actitud.

Por eso, los jueces de la Corte Suprema creen que pueden exigir al Fisco Lexus de 57 millones de pesos y, cuando las papas queman, desviar la responsabilidad al Ministerio de Hacienda. No por nada están en el podio de las instituciones peor evaluadas por la población: apenas 30% valora positivamente su labor, solo por delante de la ANFP y el Congreso. A lo mejor, mientras ingresan todos los días al palacio de tribunales, sus señorías podrían echar una mirada a la estatua de Manuel Montt y Antonio Varas y sentir algo de vergüenza por desmerecer la austeridad que encarnan ambos próceres.

Durante mucho tiempo, los chilenos tuvimos confianza en que las instituciones funcionaban. Hoy ya no. El ejemplo más reciente lo entregó un reportaje de Ciper que mostró que los terribles incendios en la Región de Valparaíso no encontraron respuesta adecuada en un Estado mal preparado, carente de coordinación cívico-militar y de criterio para desplegarse e ir en rápida ayuda de los afectados.

Como gesto de duelo, el Festival de Viña del Mar suspendió su tradicional “gala”. Una positiva señal de luto, pero que no debe hacer que olvidemos que en la Quinta Vergara actuará este año un artista que ha hecho carrera haciendo la apología del narcotráfico, en un país donde la criminalidad asociada a las drogas ilegales causa muchas más muertes que el megaincendio. Esto ocurre en un Festival que hasta hace algunas décadas concluía antes del Miércoles de Ceniza para dar espacio al recogimiento de la Cuaresma. Otros tiempos; los de un Chile más respetuoso y sobrio.

Quizás fue la nostalgia por ese país perdido la que condujo al extremo elegíaco en torno al deceso de Sebastián Piñera. La compasión y la sensibilidad son virtudes cuando se las utiliza con mesura, la misma que pareció faltar al analizar el legado de un Presidente de la República que pasó de antihéroe a mártir en cuestión de horas. Una evaluación más serena habría matizado las luces y sombras del hombre público, haciéndole más justicia que el panegírico destemplado.

Al comienzo de los denostados 30 años, un país frío decidió mostrarse ante el mundo a través de un iceberg en la Exposición Universal de Sevilla de 1992. En 2025, Osaka será sede de un nuevo evento de este tipo. ¿Qué objeto caracterizaría mejor al Chile actual para esa ocasión? La guayabera figura, definitivamente, entre los candidatos.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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