Columna de Matías Rivas: Sontag irresistible

Susan Sontag.


Susan Sontag pasó a la inmortalidad tan rápido que su desaparición parece que ha sido solo física. No ha dejado de estar presente, de marcar la pauta cultural a través de una serie de publicaciones, entre las que destacan sus diarios inéditos; estudios acuciosos, como la biografía que le dedicó Benjamin Moser; y nuevas compilaciones de sus textos, cuya máxima expresión es su Obra imprescindible editada por su hijo, David Rieff.

Una explicación posible para la vitalidad de su legado puede consistir en que describió sensibilidades cruciales para la sociedad actual: la condición femenina, la enfermedad, la fotografía, el porno, el silencio y las expresiones artísticas de vanguardia. Eran temas urgentes para ella, que la involucraban y conmovían, de los cuales se informaba para elaborar conceptos y darles nombre a nuevas expresiones. En Notas sobre el camp delinea una estética que nos rodea: el simulacro del buen gusto. La utilización de apuntes, enumeraciones, será una de sus tácticas para seducir al lector. Y seducir era una de sus mayores desvelos, pues necesitaba deslumbrar y sabía que era una tarea enorme, agotadora, que implicaba emociones complejas. En Contra la interpretación directamente propone que la crítica tenga una relación erótica con lo que examina.

La distingue a Sontag su capacidad de hacer hallazgos y revelar nuevos ídolos. Era judía de Nueva York y pasó parte de su formación en París, donde frecuentó el ambiente estructuralista. Cosmopolita en sus preferencias, nunca se molestó en rendirse ante la moda, más bien la imponía. Sentía una adicción por lo nuevo y lo desafiante, ya sea música de John Cage o el teatro de Artaud. En la esfera cinematográfica se inclinó por Fassbinder, Bresson, Godard, Leni Riefenstahl y Bergman. Vio sus películas con la misma detención con que leyó novelas, es decir, entregada al placer sin culpa, se fijaba en aquella zona de la experiencia visual que era ampliada por el talento de cada director.

Sontag destacó por su generosidad con escritores poco conocidos en EE.UU. Sus ensayos remecían el circuito literario al instalar voces que no estaban en el canon, y venían de idiomas disímiles. Examinó a Robert Walser, Joseph Brodsky, Michel Leiris, Simone Weil, Emil Cioran, Walter Benjamin y Nathalie Sarraute. La erudición con que indaga a estos autores se sostiene por su claridad. Describe y precisa, intercala juicios, anécdotas, ironiza y observa, entretiene con su afición por explicar la figura y la poética de quienes admira. En ese aspecto, no perdía tiempo desmembrando libros malos, prefería enfrentar clásicos o creadores desafiantes. Lejos de la redacción académica, su estilo es nítido y filudo, lo que definió la postura intelectual que sustentaba. Al leerla se aprecia su actitud de prosista, más allá de los géneros que ejerció: ahí radica su energía. Al igual que su maestro Barthes, consideraba que en cada anotación, reseña o discurso, había una posibilidad para mostrar su vínculo con el lenguaje, para tomar distancia del yo y practicar el análisis desde la pasión.

Otra razón, para explicar la vigencia de Sontag, es su sofisticación y originalidad. Comparada con pensadores resonantes de la actualidad, que no paran de opinar, su peso y valor trasciende. El caso de Slavoj Zizek es paradigmático: famoso y con miles de seguidores, no obstante, su discurso es confuso, arrebatado, salvo en los documentales. En ocasiones acierta con máximas, paradojas y otras figuras que nacen de su trabajo con las contradicciones. Aburre en exceso por su escasa economía de recursos y dispersión. Ocupa el psicoanálisis sin contemplar la delicadeza que tenía Freud para formular sus ideas, o la poesía que emana de la oscuridad de Lacan. Su discurso se volvió altisonante, vago, repleto de alocuciones pop.

Hay un video que registra un diálogo entre Sontag y Agnès Varda del año 1969. Son dos mujeres osadas, ambas llevan vestidos floreados, fuman, tienen un tono amable, no se identifican con las tendencias de Hollywood, ni acatan las categorías políticas. Entrevistadas por un periodista, ambas responden a las preguntas vinculadas a la contingencia con humor e insisten en que el arte no es un comentario de la realidad. Comparten el valor de lo genuino y la resistencia ante a toda imposición. Cuando difieren, solo hay miradas cómplices y risas leves. Nunca levantan la voz ni ponen énfasis en sus argumentos. Se reconocen en una frecuencia para discurrir libremente, ajenas a las sanciones morales y, sobre todo, llenas de curiosidad auténtica por los otros.

También es posible ubicar la grabación en la que conversa con John Berger sobre el arte de contar una historia, cuestión que los lleva hacia la muerte, la ética y la filosofía. Es del año 1983, están sentados frente a frente con una mesa al medio en un set de televisión. Visten con sobriedad y elegancia, son celebridades, se nota que manejan recursos de oradores. Berger es el que hace las preguntas, Sontag cita a Calvino y a Borges, y juntos elucubran sobre la ficción fantástica. Fascinados con el tema de narrar, se miran y escuchan, evitan las interrupciones con cuidado. El nivel que alcanzan con estos interlocutores se debe a la cantidad de matices que escenifican. Son sujetos que combaten las simplificaciones, que revisan la tradición.

El deseo estaba dentro de las obsesiones de Sontag. Era vanidosa, consciente de las consecuencias de la imagen personal, atormentada, su atracción hacia los dos sexos la devoraba. Sabía que el poder anida tras las apariencias, en el engaño de ser atractiva. En un artículo, titulado Belleza de mujer, anota al respecto: “salir de la trampa requiere que la mujer tome cierta distancia crítica de aquel privilegio y aquella excelencia que significa la belleza, suficiente distancia para ver cuánta belleza en sí ha sido limitada para apoyar el mito de lo femenino”.

Sin embargo, su actitud fue la de una enamorada, una amante, de la literatura. Era su centro de gravedad, y desde ese universo simbólico expandió sus conocimientos hacia otras disciplinas. Llegó con la pesquisas hasta sondear la enfermedad que la aquejó, el cáncer, y luego del sida que mató a sus amigos.

Tal vez la razón más potente para comprender por qué Sontag continúa gravitando sea su trato con las palabras, que transmiten emoción junto a su perspectiva singular. Conmueven sus frases construidas con exactitud, en las que sintetiza y esclarece sus intuiciones: “En el arte, el placer moral, así como el servicio moral que el arte realiza, consiste en la gratificación inteligente de la conciencia”.

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