Columna de Pablo Ortúzar: Rey de reyes

AFP


Hoy es Navidad. Conmemoramos el nacimiento de Jesús el Cristo. La fecha para ello fue elegida en el hemisferio norte, razón por la cual coincide -más o menos- con su solsticio de invierno. Es el día en que el sol les gana terreno a las tinieblas. Así, una fecha en que se adoraba al globo solar fue convertida -bajo Constantino- en la celebración de la venida al mundo del salvador de la humanidad.

No sabemos con total precisión cuándo nació Cristo, porque fue un hecho irrelevante para los poderes terrenales. Al igual, por cierto, que casi toda su existencia. La máquina imperial mantenía el orden en las provincias turbulentas a punta de látigos, clavos y cruces, y Jesús de Nazaret no fue ni el primer ni el último predicador asesinado por revolver levemente el gallinero.

El hijo de Dios pasó por esta tierra sin ostentar fuerza ni riquezas. Las tentaciones satánicas del desierto no lo conmovieron. No desafió política ni militarmente al imperio. No convocó ni a los más inteligentes ni a los más valientes. Compartió mesa con prostitutas y cobradores de impuestos. Y hasta su catálogo de milagros es bastante pobre. Tal como destacaban después los romanos que seguían a Apolonio de Tiana, se habían visto portentos mayores que reparar unos cuantos ciegos, leprosos y muertos. Ni hablar de convertir agua en vino para que siguiera la fiesta o multiplicar pan y pescados para mantener una reunión andando. Jesús fue todo lo que el mesías nacido de la línea del Rey David no debía, en teoría, ser.

A través de estos actos Cristo fue señalando los materiales de su Reino. Y esos materiales resultaron ser todos humildes. El conjunto de piedras descartadas por los constructores de imperios: amor, amistad, compasión, servicio y caridad. No hay mensaje más terrorífico, en realidad, que este: todo nuestro orgullo, opulencia, vanidad y jactancia valen exactamente nada a los ojos de Dios. Seremos juzgados exclusivamente por nuestra capacidad de amar al Creador y al prójimo. Y amar, como dice la canción, es entregarse.

La humanidad ha intentado escapar de dicha revelación de muy variadas formas. La última es la idea de la soberanía individual. Izquierdas y derechas podrán pelear a muerte por la organización del Estado, pero en esto están de acuerdo: cada sujeto debe reinar en su metro cuadrado con voluntad soberana. El tema es cómo maximizar y asegurar ese reinado para cada cual. El individuo es el nuevo faraón egipcio, Rey de Babilonia y Emperador de Roma. Un, como decía Tomás Moulián, consumidor consumido (por su deseo de consumir). Alguien incapaz de entregar.

Este año la Navidad llega a Chile en medio de un ambiente enrarecido por la odiosidad política. El horizonte de reformas sociales genera esperanzas y miedos. Pero sin una disposición penitente, amorosa y servicial, nada traerá paz ni justicia a nuestro país. Por lo mismo, esta es una buena fecha para recordar y rezar por los adversarios que uno ama o ha amado. Alejandro Zambra, en un bello texto, destacó hace poco el doloroso valor de las familias políticamente diversas. Y esa verdad vale también para las amistades: en todas ellas resplandece el Reino de Cristo y su triunfo sobre cada uno de los poderes de este mundo.

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