Columna de Paula Escobar: Le duela a quien le duela

El ministro de Salud, Enrique Paris.


Ceño duro, semblante tenso, tono molesto. El ministro Enrique Paris proyectaba irritación e incomodidad: “Aunque a algunos les moleste -aparentemente de algún canal, de algún matinal-, agradezco a los canales (...). Y si a alguien le molesta, que siga reclamando, porque no le vamos a hacer caso”, dijo esta semana, en que la segunda ola nos encontró, y bastante mal parados. Un millón de contagios en total (ocho mil diarios), 30 mil muertos, trazabilidad “desbordada”, hospitales al borde del colapso, elecciones postergadas y, como si no fuera suficiente, nuevas y más duras cuarentenas y restricciones: este fin de semana, 97% estamos confinados.

La rareza es que esto sucede en un país con récord mundial de vacunados, casi siete millones, y la mitad ya con dos dosis.

Varias voces en Chile y en medios extranjeros han alertado de esta paradoja. El New York Times dijo que -según los expertos consultados- el gobierno relajó demasiado las medidas en cuanto a viajes, negocios y colegios, “creando una falsa sensación de seguridad de que lo peor de la pandemia había pasado”. El Washington Post publicó que “el exitismo del gobierno chileno eclipsa una campaña de vacunación que pudo ser ejemplar”. The Guardian, la BBC y la Deutsche Welle plantearon análisis similares. Este último advirtió sobre la “contradicción chilena”, esto es, que el éxito (de la vacunación) ponga “en segundo plano la necesidad de mantener las medidas de prevención”.

Consultado por estos cuestionamientos, Paris decidió molestarse con el mensajero. Con tono irónico deslizó una delirante idea de “conspiración” entre dos de los mejores diarios del mundo, grandes competidores entre sí por lo demás.

“Hoy día, curiosamente, el Washington Post y el New York Times, ambos, se ponen de acuerdo para transmitir esta noticia”, dijo el ministro, y luego aseguró que “esta noticia no es verdad”.

Sus palabras hicieron recordar inmediatamente a Donald Trump y sus ataques permanentes a la prensa -especialmente a aquellos dos diarios- culpando de “fake news” cada vez que la información, interpretación y opinión del medio no le gustaba.

“Seguiremos vacunando, le duele a quien le duela”, remató el ministro, molesto.

Esta actitud, en la hora más oscura, revela -en la forma y en el fondo- que el ministro no está procesando adecuadamente lo que está pasando. En el plano de la forma -al cual él ha manifestado darle especial importancia-, no corresponde trasuntar irritación, hostilidad o molestia sin filtro; el autogobierno es esencial para las autoridades en momentos críticos. Más inapropiado aún es sugerir algún tipo de colusión medial global para enlodar los logros del Minsal o, peor aún, sostener que “no es verdad” lo que estos publican, sin tener pruebas certeras y precisas de qué exactamente no es cierto de lo allí expuesto.

El ministro Paris debe ser capaz de dejar de lado sus sentimientos de irritación -y su cierta compulsión a defender al gobierno en todo momento- y reflexionar sobre el tema de fondo: qué decisiones, declaraciones u omisiones pudieron incidir en el relajo de las medidas de autocuidado y cómo evitar que pase otra vez. ¿Faltaron normas o fiscalización más estrictas? Lo más relevante es esto: ¿Cómo se encierra a las personas sin darles sustento seguro? También debiera preguntarse, con serenidad y sin amargura, si la narrativa de “éxito” por las vacunas -por haberlas negociado hábilmente y administrado de modo ejemplar- bajó la percepción de riesgo y alentó la idea de que la pandemia ya había pasado. En ese sentido, debe pensar si era necesaria tanta insistencia en que éramos “récord” o “ejemplo”, tanta foto en el aeropuerto, tanto énfasis en que éramos los campeones. Hay que pensar si la excesiva comunicación de un logro -real y meritorio- pudo haber silenciado aquello que no era tan luminoso: que había un espacio considerable de tiempo entre la vacunación y la disminución de casos y muerte; que había que seguir pacientemente viviendo en modo Covid. Claro, decir eso no es popular, es ingrato, y el ministro ha dicho que quería dar “esperanza”. Pero era la pura y triste verdad.

Es humanamente entendible, por cierto, su frustración y malestar. Su cargo es de una complejidad monumental y la realidad de hoy es tétrica. Pero eso no obsta a que se les deba exigir a todas las autoridades que se comporten, en el fondo y en la forma, a la altura de su cargo. Es su deber. Y para tomar decisiones criteriosas es necesario que apliquen racionalidad, que estén abiertos al diálogo y a enfrentar todas las dudas y las críticas. Sea que vengan de otros poderes del Estado o de otras organizaciones y, por cierto, de la prensa. Es el derecho y el deber del periodismo “reportar la verdad e interrogar al poder”, como le retrucó el New York Times.

Le duela a quien le duela, señor ministro.

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