Columna de Ricardo Lagos: Pandemia y guerra, costos impredecibles para todos

REUTERS

Si queremos ser capaces de cruzar este tiempo de desafíos mayores, la unidad y los consensos fundamentales son de máxima prioridad. Eso, tanto en el continente, como entre nosotros, en Chile.



No es cualquier titular el de la portada de The Economist de esta semana: “The Fed that failed: How inflation humbled America´s central bank”. La influyente revista inglesa dice que la Fed (la Reserva Federal) norteamericana fracasó. Y llama a ver como “la inflación humilló al banco central de Estados Unidos”. La tasa interanual de inflación en ese país se disparó en marzo a 8,5 %, la más alta en más de 40 años. El alza se debe principalmente al encarecimiento de la gasolina, los alimentos y las materias primas, pero también a la alta cantidad de circulante entregado como apoyo social hace un año, junto a medidas hoy consideradas erróneas. Detrás está el impacto de la guerra en Ucrania y las sanciones occidentales contra Moscú, que han desencadenado un alza en los precios del combustible y los alimentos en todo el mundo. Y a ello se suma la pandemia en su tercer año, reflotando con fuerza en China.

No hace mucho, no habríamos imaginado que en 2022 estaríamos ya en el tercer año de una pandemia y, a la vez, viviendo una guerra en el borde de Europa que está lejos de encontrar la paz. Ambos eventos, inconmensurables, han generado costos enormes en el mundo contemporáneo.

Un mar agitado, que habrá que saber navegar.

Ante la crisis generada por la pandemia, con impacto en los ingresos de millones de personas, en todo el mundo se tomaron medidas de urgencia. El presidente norteamericano Joe Biden, apoyado de hecho por presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, dispusieron tres trillones de dólares para ir en ayuda de las personas sin empleo e impulsar un plan de estímulo. Si aquello fue valorado en su momento, dos años después tiene consecuencias macroeconómicas y financieras complejas: una alta inflación que trajo el aumento de precios y el alza de las tasas de interés de los créditos. Esto último, aplicado para contener la inflación, significó el aumento de la deuda de los créditos hipotecarios, con la consiguiente recesión en el sector inmobiliario.

Esto nos recuerda lo ocurrido en 1980, cuando la inflación arreciaba en Estados Unidos, y Paul Volcker, quien llegó a hacerse cargo de la Reserva Federal, subió las tasas de interés, encareciendo el crédito fuertemente. Las consecuencias de esa medida llegaron a todo el mundo, y por cierto a Chile, provocando la imposibilidad de mantener el precio del dólar y generando la debacle de los bancos, insolvencias y quiebras de empresas, entre otros.

Por otra parte, la guerra en Ucrania generó efectos económicos impredecibles, que superan el territorio invadido, las destrucciones, los muertos y los cinco millones de refugiados. Por un lado, Ucrania es el principal productor de trigo y otros cereales del mundo, lo que ha hecho que estos productos se encarezcan y suban a precios exorbitantes a nivel internacional, sumándose como un factor más en el problema de la inflación. Además, las inéditas medidas de presión y castigo a Putin por la invasión, aplicadas por la Unión Europea y Estados Unidos, pusieron en cuarentena las transferencias económicas rusas –y con ello las internacionales– generando una enorme presión en el comercio mundial.

Hay consenso sobre las medidas tomadas contra Rusia, pero surgen diferencias en las nuevas respuestas ante la pregunta de lo que vendrá. La Secretaria del Tesoro de Estados Unidos, Janet Yellen, planteó en la conferencia Atlantic Council, en Washington, que era necesario revisar las instituciones de Bretton Wood y las normas del acuerdo de 1944 para modernizar el Fondo Monetario Internacional y otras organizaciones financieras internacionales. Pero su propuesta llama a la parcialidad y la segmentación: propone reformular las referencias de intercambio en función de los valores democráticos de los países que ejercen el libre comercio, rechazando a aquellas naciones que, pese a definirse como democráticas, utilizan a las materias primas como un instrumento de coerción para influir sobre otros países. Difícil lograr consenso sobre aquello.

En un mundo interconectado como el nuestro, lo que sucede en Estados Unidos, Europa o China incide directamente en las economías latinoamericanas. Si Shanghai se encuentra en cuarentena y centenares de buques esperan apretujados más de 12 días en su puerto, cunde la preocupación en nuestros países. Ya el encierro de Shanghai implica la paralización comercial del 30% de la venta del cobre, lo que ha llevado a la moneda chilena a ser una de las que mayor valor ha perdido a nivel internacional durante este año. Y eso trae alertas porque en Chile, para otorgar ayuda a los más afectados por la pandemia, el Estado aumentó su deuda externa de un 30% del producto interno bruto a un 48%. Es decir, el 18% de lo que Chile produce en un año se gastó para satisfacer las demandas mínimas de la ciudadanía. Esto ha generado un proceso inflacionario muy alto, que obligará al Banco Central a subir la tasa de interés, lo cual traerá una fuerte alza en el costo del crédito.

En esta hora de tempestades, sería lógico ver a Latinoamérica compartiendo ideas para resolver sus dificultades. No se ve fácil, porque hace mucho que no nos hablamos. Sin embargo, ante los momentos duros que avecinan, cabe pensar cómo encaramos en conjunto los desafíos tanto a nivel continental como local. Quizás buscar un nuevo multilateralismo Norte/Sur.

Y, por cierto, lo político se agita: hay elecciones llenas de cambios en Colombia y un rescate democrático en Brasil. Chile está llevando adelante una transformación liderada por la Convención Constituyente, que debería traer tranquilidad y establecer líneas de acción para nuestro futuro. Esto está por verse. Lo único claro es que si queremos ser capaces de cruzar este tiempo de desafíos mayores, la unidad y los consensos fundamentales son de máxima prioridad.

Eso, tanto en el continente, como entre nosotros, en Chile.

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