El buenismo también incendia el mundo
David Rieff, en una entrevista en El Mercurio el domingo pasado, afirmó que la izquierda woke nacería de una idea protestante vuelta loca. La pretensión de que cada uno debe interpretar la Biblia (y, a partir de ella, la realidad) a su manera, puede terminar haciendo más importante la interpretación que la Biblia (y el mundo). El deseo, entonces, sería preferido a la realidad (de ahí el título de su libro “Deseo y destino: lo woke, el ocaso de la cultura y la victoria de lo kitsch”). Al poner al intérprete en el centro, en vez de a Dios y la creación, ese intérprete se siente Dios. Esta idea dialoga bien con “Los nuevos leviatanes”, de John Gray, quien ve en lo woke un movimiento religioso puritano (además de una industria), y con “Sovereignty: God, State and Self”, de Jean Bethke Elshtain, que explica cómo la noción de soberanía absoluta fue mutando desde atributo asignado a Dios, traspasado luego al Estado, hasta ser adjudicado a cada individuo.
La beatería individualista y el desprecio por los hechos explicarían, a su vez, el deseo de mostrar ante todo inocencia, que Daniel Mansuy identifica, en su libro “Los inocentes al poder”, como el rasgo central de la izquierda frenteamplista y sus pares globales. Inocencia que tendría que ser actuada una y otra vez para ser afirmada. De ahí la infinita performance en relación a las más diversas causas, en la que, a su vez, parece más importante el actor que la excusa de turno para reafirmar la propia pureza. Es esto, sin ir más lejos, lo que muchos huelen en los actos de la flotilla de Greta Thunberg y compañía. Ese capitalismo moral que Rieff llama “mercantilización de la disidencia”, y que parece capaz de “monetizar” (o mediatizar) hasta los hechos más terribles.
Hagamos la suma. Individuos que se creen soberanos, incapaces de asumir responsabilidad por sus actos, y cuya única causa es apoyar, a conveniencia y con fines performativos, la expresión de lo supuestamente disidente. El resultado es bastante obvio: la negación selectiva de lo real, incluyendo la legitimación a la carta de la violencia. Terrible, espantoso que a Greta la detengan, pero irrelevante que a Charlie Kirk lo maten. Invisible que Trump detenga la guerra. Ofensivo decir (o pensar) lo contrario. Durante el estallido, acá en Chile, lo mismo: irrelevante dejar el centro de Santiago como Netanyahu ha dejado Gaza. Meras cosas. Lo importante es que nadie toque a los luchadores ni con el pétalo de una rosa. Recordemos el homenaje a la “primera línea”. O el criminal incendio en Panguipulli con lloriqueo por el malabarista que amenazó a un carabinero con un machete y terminó baleado. Cómo quieren que no lo quememos todo, nos decía Catalina Pérez.
Por supuesto, el desprecio por lo real no se limita a lo directamente violento. Terrible que el Banco Central demuestre que las políticas laborales del gobierno han generado desempleo y precarización laboral, pero irrelevante el hecho. Terrible la falta de oportunidades, pero irrelevante que toda la evidencia muestre que esas oportunidades dependen de la educación primaria. La plata se va a las universidades.
El problema es que esta forma de actuar va acumulando desequilibrios sobre desequilibrios. La parte que los individualistas puritanos deciden ignorar de la realidad no desaparece. Irrumpe con revancha, rompiendo corazón y manos a los pequeños dioses. Legitimar selectivamente la violencia, despreciar la justicia y pisotear la ley tiene efectos: allana el camino a los más violentos, abusadores y fuertes. El crimen organizado corrió cercos durante el estallido en Chile, y hoy sufrimos las consecuencias. El gobierno se sorprende de que las prioridades hayan cambiado y hoy favorezcan a la derecha, pero ellos, como oposición, crearon el ambiente que cambió la realidad, arrastrando las prioridades. Hoy lloran que viene la “ultraderecha”.
Hace 500 años, muchos campesinos alemanes, azuzados por puritanos dementes como Thomas Muntzer, se lanzaron a una guerra contra todos los poderes temporales. Lutero les advirtió que en un mundo sin ley terminaría rigiendo el demonio. Fueron finalmente aplastados por reyes y nobles, que acumularon muchísimo más poder que antes. Razón tenía Lutero.
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