El riesgo de Chile Vamos
La derecha libra este domingo una lucha que no es la más importante, pero es quizás la más dramática. Chile Vamos corre el riesgo de ser desplazado de la hegemonía de la derecha de una manera simétrica a la que sufrió la centroizquierda en su propio campo, en la segunda mitad de la década pasada.
Esa percepción predominaría, por cierto, en el caso de que su candidata, Evelyn Matthei, no logre pasar a la segunda vuelta. La competencia presidencial chilena es una naturaleza tal que, como se ha visto en ya muchos casos, los partidos que han apoyado a un candidato perdedor terminan culpándolo, abierta o solapadamente. Sólo Sebastián Piñera podía sobreponerse a eso, y quizás sólo porque había derrotado al hasta entonces invencible Joaquín Lavín en las extrañas elecciones del 2005. Vaya a saber uno.
Pero esta es una dimensión. La más importante es el rendimiento en las parlamentarias. Chile Vamos ha llevado una trayectoria poco alentadora en diputados: en el 2017 obtuvo 72 como coalición y sus dos partidos centrales, RN y la UDI, se convirtieron en la primera y la segunda mayoría individual, con 36 y 30 diputados, respectivamente. La tercera mayoría individual de ese año fue el PS, con 19 diputados, pero ya tembleque. Chile Vamos era una roca.
En las siguientes elecciones, las del 2021, las condiciones eran muy adversas. Tras el “estallido” y la elección de la Convención Constitucional, la derecha parecía condenada a un rincón marginal de la política. Eso creían los que pensaban que el “estallido” tenía una gran profundidad política, social y moral. No era así, pero aquellas parlamentarias parecieron confirmarlo: Chile Vamos cayó a 52 diputados, 11 perdidos por RN y otros siete por la UDI (los otros dos se debieron a Evópoli). Con todo, ambos siguieron siendo la primera y la segunda mayoría de la Cámara. Sólo que la tercera mayoría ya no fue el PS, sino el Partido Republicano, que saltó de cero a 14 diputados.
El desempeño en el Senado ha sido diferente, en parte porque en cada elección sólo se resuelve la mitad de esa Cámara, en parte porque ella requiere de candidatos de trayectoria más larga, que los republicanos aún no consiguen.
Y luego está José Antonio Kast. En el 2017, Kast dejó la UDI y postuló a la presidencial como independiente. Consiguió un cuarto lugar entre ocho candidatos, con un modesto 7,93%, que en esas elecciones significaba poco más de 500 mil votos.
En el 2021 volvió a competir y dio el primer campanazo: habiéndose negado a las primarias de la derecha, derrotó al candidato de Chile Vamos Sebastián Sichel, aunque lo más importante fue que los derrotó a todos, incluido el candidato de la izquierda, Gabriel Boric, aunque con un frágil 27,91% y con una rara lenidad para ir por la segunda vuelta, que hizo parecer que se sentía derrotado de antemano.
Esa situación contrasta agudamente con la decisión de desafiar a Evelyn Matthei cuando las encuestas la favorecían sin sombra de duda, en la segunda mitad del año pasado. Otra vez rechazando primarias con Chile Vamos, Kast tomó el liderazgo en la carrera presidencial y se convirtió, más o menos desde mayo, en el adversario principal del oficialismo. Lo favorecieron la emergencia de otro candidato más a su derecha, Johannes Kaiser, y la repetición de un excéntrico como Franco Parisi, un derechista que toca la cuerda del populismo con éxito decreciente.
Kast busca sustituir a Chile Vamos, o minimizarlo. Su proyecto parece ser, de manera específica, la sustitución de la UDI, a la que puede acusar de un exceso de complacencia con la izquierda, que es la misma imputación que la UDI de los 90 hacía contra RN. ¿Será esta la deriva natural de la derecha a medida que constata la debilidad de su inmovilismo? No podemos saberlo.
Los dirigentes históricos de la UDI no creen que Kast quiera asaltarlos, sino que sólo ha buscado polarizar el debate. Pero la ira con que reaccionaron ante la sola insinuación de que Kast se sintiera como el heredero de Jaime Guzmán muestra un trasfondo más complicado. Es cierto que Kast no podría arrogarse el nivel de cercanía que tuvo Guzmán con los “coroneles” de la UDI, pero también es cierto que fue su alumno y que uno de sus hermanos mayores, Miguel Kast, tejió una particular alianza con Guzmán en los años en que el régimen de Pinochet se empezó a mostrar hostil con el ideólogo derechista.
La alusión de Kast no puede ser tomada tan livianamente. Su renuncia a la UDI marca un punto de discrepancia que se volvió insalvable en su momento, pero sus posteriores incursiones presidenciales, sin aceptar primarias, indican que va por más. Si desplaza a la UDI, desarma a Chile Vamos, tal como el desplazamiento de la DC y el PPD desarmó a la Concertación. Es una apuesta más grande de lo que parece.
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