¿El temor irreal?
Chile tiene altos niveles de temor al delito. No es un problema actual sino más bien una característica de la ciudadanía y su relación con el Estado. La población se siente afectada directamente por la sensación que el crimen crece, el país es inseguro, la noche es peligrosa y que salir a la calle reviste amenazas permanentes.
Los datos de la encuesta del Centro de Estudios Públicos muestra que el crimen ha sido una preocupación ciudadana desde el retorno de la democracia y que la “inercia del temor” es importante. Es decir, que el temor se mantiene más allá de los cambios que pueda presentar la victimización. Todos los estudios que hemos realizado por más de dos décadas muestran que la brecha entre crimen y miedo es amplia, de las más amplias del mundo, y la explicación a este fenómeno es diversa, pero cuatro cosas son claras.
Primero, el temor al delito es un fenómeno social autónomo del crimen y que se vincula a sentidos de precariedad generalizada e impunidad. La fragmentación socioterritorial no ayuda. Las balaceras, la presencia de control territorial, los fuegos artificiales se concentran en comunas donde además los espacios públicos son pocos, presencia policial es menor y especializada en la reacción más que en la prevención. Esos vecinos tienen todos los elementos necesarios para sentirse asustados. No es necesario mirar cuantos robos ocurren en estos lugares para entender los motivos del miedo y las consecuencias del mismo. El encierro, la desconfianza, la frustración y también la intolerancia frente a declaraciones políticas que sienten no mejorarán su calidad de vida de forma directa. Segundo, el temor se alimenta de la sensación generalizada de fragilidad. La ciudadanía aún espera que sus líderes tengan respuestas más que diagnósticos, y en general no los logran encontrar. También la hiper concentración de población migrante que sobrevive alquilando cuartos, o incluso camas, que habitan lo público con costumbres y formas distintas que son percibidas como amenazas permanentes.
Tercero, el debate público consolida una profunda sensación de orfandad. Las peleas permanentes por quien entrega el dato más duro o resalta el grado de la “crisis” o culpa a la institución vecina de los problemas, no ayuda. Los medios de comunicación son reproductores de estas constantes disputas masificando su llegada y sumándole imagen y visibilidad. ¿Si los encargados de solucionar los problemas, se pelean por los medios; que le queda al ciudadano que los escucha? El encierro. Cuarto, el temor tiene serias consecuencias políticas, sociales y económicas. Acostumbrarse a ser un país con alto temor impacta en la forma como nos comunicamos y nos vinculamos. El uso de la violencia como forma de solución de conflictos, la desconfianza institucional pero también entre personas, el desapego del debate político y la reducción significativa de los tiempos y lugares en las que desarrollamos nuestra vida son solo algunas.
El temor no es irreal. Es un problema clave que debe preocuparnos, más aún en plena campaña electoral donde los incentivos no están en definir acuerdos, plasmar tareas conjuntas o asegurar a la ciudadanía sobre un camino común. Tal vez es momento de exigir un debate mejor que incluya a la ciudadanía no como un espectador encerrado y asustado sino como un fiscalizador de las ofertas y un propulsor de un acuerdo político para enfrentar el crimen como un problema de Estado con resultados de corto y largo plazo.
Por Lucía Dammert, académica de la Universidad de Santiago de Chile.
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