Implementación responsable de la IA
¿Tiene miedo de perder su trabajo a causa de la inteligencia artificial? La pregunta puede parecer exagerada, pero refleja una inquietud creciente en distintos sectores frente al avance de esta tecnología, que está empezando a reemplazar tareas humanas en diversas industrias y está generando preocupación.
Un caso reciente es el de Tilly Norwood, una “actriz” generada por inteligencia artificial que ha despertado el interés de agencias de talento. Aunque no ha participado en ninguna producción, su presencia en redes sociales como influencer ya ha provocado controversia en Hollywood. Algo similar ocurrió con Jianwei Xun, supuesto autor visionario del exitoso ensayo “Hipnocracia”, citado en conferencias y elogiado por intelectuales europeos, que también resultó ser una ficción creada por el filósofo italiano Andrea Colamedici junto a sistemas de IA, como parte de un experimento para “generar consciencia”.
Estos casos, que hasta hace poco parecían escenas de ciencia ficción, ya están ocurriendo y evidencian cómo la inteligencia artificial puede generar contenidos creíbles, pero completamente ficticios, e incluso adoptar forma humana. Y no se trata solo del mundo creativo o de las artes, sino a todo nivel. La IA está transformando la forma en que trabajamos, tomamos decisiones y nos relacionamos dentro de las organizaciones. Automatiza tareas, redefine roles e incluso puede reemplazar funciones.
Entonces, así como las organizaciones deben adaptarse a esta nueva realidad, también tienen la responsabilidad de acompañar a las personas en ese proceso. Porque la transformación no es solo tecnológica, sino humana. Y para que sea sostenible, debe estar guiada por principios claros sobre cómo se implementa, se integra y se comunica.
La inteligencia artificial es, probablemente, la revolución industrial de nuestra era. Y como tal, traerá profundos cambios. Pero el desafío no está solo en avanzar, sino en hacerlo con ética, propósito y poniendo a las personas en el centro. Porque no olvidemos que las empresas están formadas por personas, y deben asumir un rol activo y consciente frente a esta disrupción. La IA puede optimizar procesos, pero no reemplaza el juicio, el pensamiento crítico ni la verificación humana, y, por lo tanto, más que desplazar a los trabajadores, debe empoderarlos y prepararlos. No basta con centrar la adopción en los modelos de negocio, sino también en quienes los hacen posibles.
Si bien las nuevas generaciones llegan con habilidades digitales más integradas, gran parte del capital laboral actual se ha encontrado de golpe con la irrupción de la IA, enfrentando el reto de adaptarse rápidamente para no quedar atrás. Las empresas tienen el deber de acompañar esa transición, entregando formación, herramientas y espacios para actualizar habilidades. Porque implementar la IA de forma responsable no es solo incorporar tecnología, sino también cuidar a quienes sostienen hoy sus procesos.
Según The State of AI (2025) de McKinsey, el 78% de las organizaciones ya usa inteligencia artificial en al menos una función empresarial. A la vez, el Informe sobre el Futuro del Empleo 2025 del Foro Económico Mundial revela que el 63% de los empleadores ve las brechas de habilidades como el mayor obstáculo para transformarse. Ante esto, un 85% planea priorizar la capacitación de su fuerza laboral, el 70% prevé contratar nuevos perfiles, el 40% reducir la plantilla a medida que sus habilidades se vuelven menos relevantes y el 50% reasignar personal. Como vemos, el futuro del trabajo exige acción estratégica hoy.
Por eso, el despliegue de la IA no puede dejarse al azar ni quedar solo en manos del área técnica. Se requiere liderazgo, visión y compromiso desde la alta dirección. De ahí que la gobernanza de la IA debe ser una urgencia, porque innovar sin una estructura sólida no solo puede derivar en consecuencias serias, sino también en decisiones desconectadas del propósito, los valores y de las personas. Gobernar implica desarrollar políticas internas claras, basadas en principios rectores que orienten su desarrollo, uso y monitoreo continuo. También requiere definir responsables, asegurar trazabilidad en los procesos, proteger los datos personales y promover una cultura organizacional que incorpore la ética digital y valore el desarrollo de habilidades como parte del cambio.
Implementar IA con responsabilidad es también formar equipos capaces de cuestionar, de entender su alcance y de tomar decisiones informadas sobre su uso.
Si las empresas logran integrar la IA con una visión clara, formando a su gente y guiándose por principios claros, esta tecnología puede convertirse en una verdadera ventaja competitiva. Pero si se ignora su impacto cultural y humano, además de los riesgos que conlleva, se exponen a debilitar la confianza, perder identidad corporativa y profundizar brechas. Porque, al final, por muy sofisticada que sea -y por mucho poder que adquiera-, la IA no encarna valores. La responsabilidad, al final del día, nunca será artificial. Siempre será humana.
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