Opinión

Más allá de las "esferas de influencia"

Trump and Xi

A mediados de abril, el Presidente de Chile recibió en La Moneda al secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo, en una cita donde las presiones relativas a las relaciones de nuestro país con China fueron muy cuestionables. Ahora es el ministro de Relaciones Exteriores de China, Wang Yi, quien visita nuestro palacio presidencial, para explicar las razones y propósitos de la presencia de China en América Latina, la alta percepción que tienen de Chile y las proyecciones de los vínculos a futuro.

Como están las cosas, la guerra comercial y sus derivados de tensiones geopolíticas globales han colocado a los países latinoamericanos ante el desafío de ser claros e imaginativos para navegar en medio de un tiempo carente de certezas, donde la confrontación entre los poderes dominantes de China y Estados Unidos generan una tempestad global. ¿Hemos llegado al momento en que desde Beijing o Washington se presiona para saber de qué "lado" está cada país? Si bien esa lógica de la Guerra Fría parece aún ausente, no dejan de existir similitudes cuando afloran represalias y amenazas por tener relaciones con tal o cual empresa o se estudia el uso de determinada tecnología.

En el pasado se acostumbraba a hablar de "esferas de influencia", una concepción que significaba que algunos países buscaban influir en otras latitudes, en su entorno geográfico, en áreas de cercanía políticas o culturales. Esta noción fue dominante durante la Guerra Fría, donde las esferas de influencia de Washington y Moscú estaban claras. Y fue aquello lo que llevó a un conjunto de países a poner en marcha el llamado Movimiento de los No Alineados, que buscaba la independencia de esas esferas de influencia. No siempre lo lograron, pero definieron un concepto que hoy cobra nueva pertinencia.

¿Cuál es la clave hoy? Que en este mundo de interdependencias crecientes, cada país tiene derecho a definir con quién quiere comerciar, dónde quiere tener acceso, o con qué otro país del mundo quiere tener relaciones, según dónde sus intereses encuentren respuestas adecuadas y beneficiosas. En este vivir contemporáneo cada vez más globalizado, la visión clásica de las esferas de influencia se hace más difusa. Los países tienen derecho a practicar vinculaciones múltiples y -si alguna influencia logra por sus desarrollos, proyecciones o planteamientos- cabe construir desde ellas relaciones positivas con quienes exista un interés mutuo de vinculación. Las esferas de influencia no se condicen con un mundo global, donde pertenecer a uno u otro hemisferio, o a uno u otro continente, no significa definir o reconocer a priori ascendientes predominantes.

Es en este marco donde asistimos con estupor a la imposición de reglas que ya creíamos olvidadas. Nunca pensamos que se amenazaría con elevadísimas tarifas comerciales a otros países para obligar a reducir sus flujos migratorios. ¿Qué tiene que ver una cosa con otra? Nada, salvo la presión por la vía de la fuerza. Y vemos al Secretario de Estado de Estados Unidos visitando a su colega en México para fiscalizar cuánto ha reducido la presión migratoria y, de acuerdo eso, evitar el castigo del aumento en un 80% en las tarifas sobre el acero.

Peor aún es la reciente exigencia del Presidente Trump a Guatemala, vía Twitter, para que detenga el flujo migratorio o se exponga a la imposición de tarifas especiales a las exportaciones de ese país y/o de impuestos a sus remesas. Es un ejemplo entre varios donde, como se hace evidente, el G20 ha dado paso en cierta forma a un G2, es decir, un escenario donde China y Estados Unidos son los actores principales que miden sus fuerzas en el escenario internacional. Es un desafío para las otras potencias industriales u otras instancias de articulación. Es el desafío que ahora tiene Brasil al asumir la conducción del BRICS, la agrupación del país amazónico con Rusia, India, China y Sudáfrica.

Chile ha sido pionero en materia de Acuerdos de Libre Comercio. Una definición que se abordó a fines del siglo pasado, bajo la convicción que ellos garantizaban el acceso de nuestros productos, ganando con calidad nuevos mercados en pro del crecimiento económico. Y así ha sido. Chile es de los países con mayor número de acuerdos comerciales en el mundo, con más del 90% de su comercio exterior protegido por convenios multilaterales o bilaterales con países de todos los continentes.

Las imposiciones de reglas que hemos visto en el último tiempo obligan a los países latinoamericanos a hacer un planteamiento claro, de respeto a su soberanía y de cumplimiento del estado de las normas internacionales. En un mundo de relaciones entre países que cambia con tanta rapidez, es necesario adelantarse a estas "nuevas normas" que algunos poderosos quieren imponer, y rechazarlas de plano. Es mejor que se sepa anticipadamente cuál será nuestra respuesta a eventuales presiones.

Es en esa lógica de soberanía que debemos entender el TPP11. Un acuerdo donde no están ni Estados Unidos ni China, una articulación transpacífica mediante la cual Australia, Brunei Darussalam, Canadá, Chile, Malasia, México, Japón, Nueva Zelandia, Perú, Singapur y Vietnam, asumen que una economía abierta es beneficiosa y debiera traer mayor crecimiento para nuestros países. Se trata de un diálogo con naciones similares, generando una sola "esfera de influencias" de unos con otros.

América Latina nos obliga a pensar juntos, a reforzar en todas aquellas instancias donde nos corresponda estar un concepto obvio, pero no por ello menos esencial: soberanía significa que cada país define su propio destino. Algo que no debemos olvidar en estos tiempos complejos y confusos.

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