La importancia de ser una familia protectora




La familia es, por lejos, el mejor y mayor factor protector para nuestros hijos. Cómo la formamos y qué hacemos para que este núcleo sea lo más cercano y profundo posible es vital. Somos familia y equipo, en las infinitas formas y deferencias que aparecen como parte de ser humanos, todos con distintas historias y elecciones. Y es en este equipo único y especial donde nuestros hijos lograrán encontrar la fuerza o las herramientas para enfrentar todos los desafíos que les pone la vida, que sin duda serán muchos.

¿Qué podemos hacer para transformarnos en ese núcleo y familia protectora? ¿Cómo fortalecemos nuestra familia? No existe la familia perfecta, ni los hijos, ni los padres perfectos. Tampoco la receta para hacerlo. Cada familia es única y humana y tiene la posibilidad de decidir detenerse a mirar, buscar y encontrar su mejor versión, con sus luces y sombras.

Está comprobado que pasar tiempo, como compartir una comida diaria con nuestros hijos sin distracciones (celular, televisión o computador), es una actividad que fomenta el bienestar familiar y ayuda a profundizar nuestros lazos y comunicación. ¿Cuánto lo estamos haciendo? Suena fácil “solo una comida diaria”, pero la realidad es que cuando planteo esto a amigos, familia o pacientes, tiendo a escuchar lo mismo: “es que los horarios no calzan”, “es que mi marido llega tarde”, “es que los niños tienen distintas edades”. En fin, excusas y más excusas para dejar de hacer algo que nos fortalece como familia, que nos conecta y que nos hace por fin detenernos en el otro.

¿Cuáles son esos factores que nos acercan como familia y que podemos buscar desarrollar para proteger a nuestros niños y adolescentes? ¿A qué podemos ponerle más energía?

La conexión familiar es el núcleo que alimenta todo el resto de aquello que buscaremos desarrollar, porque nos habla de vínculos, es decir, nos habla del más puro amor. Porque es en esa conexión emocional y vínculo con el otro cuando realmente logramos que nuestros hijos se sientan amados incondicionalmente y aceptados como personas únicas e irrepetibles. ¿Cuánto la logramos? ¿Nos damos el tiempo de sentarnos y compartir en familia? ¿Cuánto salimos en el uno a uno con cada uno de nuestros hijos? La conexión es una invitación que podemos regalarle a ellos diariamente o tomar la que ellos nos hacen inconscientemente día a día: “papá quédate un ratito acá”, “mamá estudia conmigo”, “¿mamá vamos a comprarnos ropa?”, “¿papá juguemos cartas?”. Identifiquemos esas invitaciones y tomémoslas. O intentemos hacernos cargo de nosotros invitándolos a ellos a conectar al menos por unos minutos al día.

¿Somos un equipo como familia? La cohesión familiar nos habla de la importancia de configurarnos como equipo, sentirnos todos en el mismo barco y remando en la misma dirección. ¿Cuál es nuestra dirección? ¿Tenemos clara nuestra flor de los cuatro vientos y hacia dónde queremos navegar? Necesitamos fortalecer los valores que nos identificarán como familia. ¿Humildad, generosidad, perseverancia, responsabilidad, honestidad, respeto, sencillez, empatía, solidaridad, justicia? Son miles las opciones, detengámonos en nuestra familia, elijamos tres y conversémoslo con nuestros hijos. Necesitamos tener nuestro mapa de navegación claro, porque al final estamos todos juntos en esta travesía y no mirarlo de esa manera nos aleja y a ellos los hace naufragar.

¿Cómo nos comunicamos día a día en nuestra familia? La efectividad en la comunicación sólo se logra cuando eliminamos palabras como “tú siempre” o “tú nunca”, cuando dejamos de quejarnos y aprendemos a pedir, cuando dejamos de juzgar y criticar los errores, y aprendemos a resolverlos siendo compasivos. Si lográramos abrir espacios de conversaciones invitando al otro a la reflexión y a mirar las cosas desde distintas perspectivas, nuestros diálogos con nuestros hijos dejarían de ser unidireccionales y quizás comenzaríamos a escucharlos hablar más a ellos. Generemos instancias de conversaciones en donde seamos escucha activa a lo que nuestros hijos tienen para decirnos.

¿Somos realmente modelo? ¿Dejo de mirar el celular cuando me habla, yo que le pido que use menos pantalla? ¿No bebo en asados familiares, yo que le pido que se regule con el consumo de alcohol? ¿No le grito cuando estoy enojado, yo que le pido buen trato? ¿Qué estamos dispuestos a transar nosotros para ser modelos? Suena obvio, pero ¿es realmente obvio lo que estamos haciendo?

La mayoría de las veces miramos en ellos nuestros sueños inconclusos o les exigimos ser lo que nosotros somos o no fuimos. Las expectativas de lo que creemos que los hará felices muchas veces los aleja de sus propios sueños. Necesitamos comprender que nuestros hijos son distintos a nosotros, que tienen sus propios sueños y distintas habilidades. Necesitamos respetar su individualidad porque eso los hace ser personas únicas y amadas por ser lo que son. Simplemente ellos.

Entonces no nos aburramos de decirles cuánto los amamos, porque esa es la manera más simple y básica de sentirnos queridos. ¿Cuántas veces nos detenemos en esas dos palabras? ¿Cuánto los abrazamos? La expresión afectiva es algo que hace crecer las relaciones y que nos hace sin duda sentirnos amados. Simplemente necesitamos hacerlo más. Cada te quiero es un cariño al corazón, un paso más para acercarse a nuestros hijos.

Muchas veces, insertos en un mundo de exigencias, tendemos a ver lo que nuestros hijos no están haciendo y lo que les falta por mejorar. ¿Cuánto realmente valoramos sus cambios, sus esfuerzos y lo que sí hacen? Dejemos de ver el vaso vacío, miremos sus recursos y valoremos sus esfuerzos porque solo así ellos podrán tener la mirada en lo que sí tienen. Nosotros más que nadie necesitamos tener la mirada puesta en sus conquistas diarias para poder celebrarlas.

¿Cuánto confía mi hijo en mí? ¿Me cuenta sus conflictos? El clima de confianza se forja cuando hemos logrado trasmitirles que todos somos humanos que nos equivocamos y que cuando ellos se equivoquen estaremos ahí para ellos. El clima de confianza se logra cuando hemos creado espacios de conexión e instancias de acercamiento, cuando somos un equipo donde todos nos ayudamos. La confianza la hemos logrado cuando dejamos de juzgar para poder abrazar los errores del otro y cuando hemos aceptado a nuestros hijos en su individualidad. Cuando valoramos sus esfuerzos y han escuchado un “te quiero” una y mil veces. Será esta confianza ganada la que nos permitirá protegerlos.

Y finalmente normar. Dejemos de creer que normar es simplemente sancionar o imponer una conducta. Normar va mucho más allá. Normar es guiar, acompañar, proteger y prevenir a nuestros hijos. Normas basadas en vínculos profundos, valores familiares y confianza mutua.

¿Qué estamos cultivando como familia y como padres? ¿Cuántas instancias estamos creando diariamente como familia para realmente proteger a nuestros hijos? Comencemos un cambio hoy. Aquí y ahora.

María José Lacámara (@joselacamarapsicologa) es psicóloga infanto juvenil, especialista en terapia breve y supervisora clínica.

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