La pérdida de pelo no es una broma




A veces, hay momentos donde las cosas llegan a un punto de no retorno. Es cuando las personas tocan fondo y viven un momento de lucidez, dentro de una oscuridad que se arrastra como una piedra pesada. Tocar fondo es cuando se sale de una relación tóxica, cuando se cortan las cosas de raíz, cuando se toman nuevas decisiones. Es tomar acción.

Elisa Cotelo (28) recuerda que ese estado de claridad se dio, un día, cuando estaba en la ducha. Hace meses se había dado cuenta de que su pelo ya no estaba como antes. Que cada vez se le caía con más frecuencia. Lo veía en su cepillo, en su almohada, en el suelo de su casa. Esa desesperación la llevó a consultar con un médico que le dijo que esa caída era producto de la anemia que tenía por entonces, y que no se preocupara, que probablemente esto iba a pasar. Pero no fue así. Ese día, en el baño, se miró al espejo y se dio cuenta que su cuero cabelludo estaba prácticamente al descubierto. Ya sin más opción, recurrió a otro especialista -esta vez, un dermatólogo- que le confirmó su diagnóstico: efluvio telógeno, un tipo de alopecia caracterizada por una caída del pelo difusa, pero en gran cantidad.

A grandes rasgos, esta es la misma enfermedad que sufre la actriz y directora Jada Pinkett, esposa de Will Smith que esta semana estuvo en el ojo mediático por la desafortunada broma que le hizo el comediante Chris Rock en la ceremonia de la 94.ª edición de los premios Óscar.

Jada Pinkett confesó públicamente en 2018 - en su programa Red Table Talk- que padece de alopecia areata, una enfermedad que podría estar originada tanto por predisposición genética como por situaciones de estrés, y que genera que el sistema inmune ataque por error los folículos pilosos del cuero cabelludo. “Cuidar de mi pelo solía ser un ritual hermoso, al igual que contar con la posibilidad de tenerlo o no. Y un día de repente me dije a mí misma: ‘Dios mío, es posible que ya no tenga esa opción’. Me hice todas las pruebas que corresponden en estos casos, pero no obtuve ninguna respuesta”, confesó.

Se estima que el ser humano pierde alrededor de 100 o 150 pelos al día. Sin embargo, cuando se trata de alopecia, dice la dermatóloga de la Clínica Alemana, Francisca Daza (@franciscadazadermatologia), esa caída es más visible, e incluso radical. “Pasa que las personas se sientan y comienzan a ver pelos al pararse, o en la almohada, al despertarse. Otra señal es que empiezan a salir mechones enteros al traccionarse o a verse más el cuero cabelludo. Respecto a la alopecia, existen diferentes tipos y causas, y los tratamientos van a depender de eso. Cuando se trata de una pérdida total, se necesitan tratamientos más agresivos que, por ejemplo, cuando las personas tienen solo un pelón. Lo importante -a nivel médico- es hacer un buen diagnóstico y determinar si existen otras patologías de base como alteraciones a la tiroides o al tracto gastrointestinal”.

Según la Fundación Piel Sana, organización española sin fines de lucro impulsada por la Academia Española de Dermatología; entre las mujeres, la alopecia alcanza una incidencia superior al 20%. Un porcentaje que llega, incluso, hasta un 64% cuando se trata de embarazadas post-parto, momento donde las mujeres pierden mucho pelo a raíz de los cambios hormonales del período.

Ya sea por causas temporales o definitivas, esa pérdida habitualmente supone un fuerte impacto en la identidad y autoestima de quién la vive. Así le pasó a Elisa Cotelo que, cuando se dio cuenta de su caída de pelo, no solo se sentía incomoda con su imagen, sino triste al ser una situación de la que poco tenía control. “Es algo traumático. Yo entiendo que no es una enfermedad grave, pero estamos en una sociedad donde la imagen es muy importante por las redes sociales, entonces esto impacta fuertemente tu salud mental y autoestima. Además, para las mujeres creo que es más dramático porque el pelo es casi un símbolo de feminidad, mal entendida obviamente. En general tenemos más asumido que a los hombres les puede pasar algo así en algún minuto, pero a nosotras no”, cuenta.

Como la situación no era sostenible, Elisa decidió cortarse el pelo. Inicialmente tenía la intención de raparse al cero, pero después de conversar con su peluquera, se dio cuenta que aún se podía hacer un corte. “Al final, cuando salí, me sentí liberada. Si bien no me sentía guapa, me sentía normal”, cuenta. En ese momento, y ya con el pelo corto, lo que más llamó la atención fueron los cuestionamientos de la gente. “Me preguntaban: ¿Qué te hiciste? ¿Qué te pasó? ¿Qué opina tu novio del cambio?, como diciendo seguro a él no le ha gustado. Cuando les cuento lo que me pasa y que esto se trata de una enfermedad, esa actitud cambia. Al final, esas son opiniones que surgen de los cánones de belleza”.

Esther Pineda, doctora en Ciencias Sociales, y autora del libro “Bellas para morir. Estereotipos de género y violencia estética contra la mujer”, explica que esa mirada negativa que la sociedad tiene sobre una mujer calva, se relaciona de manera directa con el rígido imaginario que existe en torno a la apariencia femenina. “El estereotipo de belleza es por excelencia el de la mujer delgada, joven, blanca y cabello largo y liso, como símbolo de la feminidad. Cualquier otra opción de pelo, proporción corporal, color de piel o facciones son consideradas no estéticas según el mandato de belleza”, dice. Así, salir de esa hegemonía -en este caso, del “no pelo”-, hace que las mujeres sientan incomodidad, inconformidad y vergüenza.

Ese contexto, entonces, impulsa a las personas -de manera inconsciente- a vivir la caída del cabello como un fracaso. “Porque existe una pérdida simbólica muy grande, sobre todo para aquellas mujeres que lo valoran como símbolo estético, identidad o belleza. Se transforma en un duelo porque no pasa por una decisión personal, sino por una enfermedad. Y ese duelo se debe elaborar. Eso implica ver cómo yo proceso todo lo que me está pasando con la pérdida y, a partir de ahí, se pueden tomar acciones para llevar mejor la situación, como usar pelucas, raparse, tatuarse, etc. Cada persona es un universo en sí mismo, entonces cada una lo va a vivir de diferente manera”, sostiene José Pinedo, psicólogo y jefe de la Unidad de Psicología Hospitalaria de la Red Salud UC Christus.

Apoyarse en el proceso

A los 11 años, Ana Arenas (41) se quedó calva, sin un pelo en su cabeza. Eran años donde el tema de la alopecia era poco conocido, y donde los tratamientos eran bastante más limitados, aunque ella -cuenta- intentó de todo: lociones, champús y corticoides, probablemente el más invasivo. Con ese método -recuerda-, recibía todos los meses 40 pinchazos en la cabeza. “Eran agüjillas muy pequeñas, pero que generaban un dolor impresionante”, cuenta.

Su diagnóstico era alopecia total. Aunque era recién una adolescente, a sus 14 años Ana decidió no seguir adelante con los tratamientos. “Eran difíciles de llevar y en mi caso, no hubo resultados. Desistí porque no quería hacerme más daño del que ya estaba soportando y además, en ese período murió mi madre. Ahí me di cuenta que tenía que cambiar el foco de lo que estaba viviendo hacia lo que estaba perdiendo. Concentré ese dolor en otra situación de mi vida, y desvié la atención de la alopecia”, dice.

En medio de ese doble duelo, fue cuando Ana se puso su primera peluca. La vida se descomprimió un poco. Desde ahí, comenzó a reconstruir su imagen, apoyada por su entorno. “Yo creo que este tema sí me afecto cuando era adolescente, pero mi entorno lo llevó bien. Me trataban como si yo llevase pelo igual que todos. Obviamente me afectaba, porque este tema no deja de ser importante en la imagen, sobre todo porque antes mi pelo daba que hablar. El no tenerlo se notó mucho”, dice y agrega: “Eso sí, recibí crueldad desde la calle porque ahí me gritaban cosas. Eso dolía y si quería llorar, lo hacía. No ha sido fácil, pero he tratado que este no sea el gran tema que gire entorno a mi”.

Durante el proceso, Ana ha usado de todo: pelucas, gorros e incluso, ahora, tiene un tatuaje en la cabeza. Se trata de una micropigmentación con efecto rapado que se hizo en España, país donde vive. Con eso, ha podido llevar mejor esta situación, aunque en un momento se dio cuenta que se sentía un tanto sola con esta enfermedad. Necesitaba saber que existía más gente como ella. “Por esa razón, en 2010 formé un grupo en España con más mujeres que hablábamos del tema. Ahí me di cuenta que realmente era necesario hablar y encontrar a otras para generar identidad”, cuenta.

Eso que partió como un chat de Facebook, hoy es una comunidad de más de 5.000 personas a lo largo del mundo (@alopeciafemenina). En Chile, por su parte, existe la Fundación Alopecia Nacional (@fundacionalopecianacional), una organización sin fines de lucro que surgió en 2018 por un grupo de mujeres con alopecia areata. Además de generar grupos de encuentro, esta organización provee a los pacientes y sus cuidadores orientación médica y psicológica en el tratamiento de la alopecia. “Es impresionante lo mal que la gente lleva este tema. Con el diagnóstico es como si se acabara su vida. Con estos grupos, las personas nos vamos apoyando y nos centramos en otros aspectos de la vida”, finaliza Ana.

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