El legado de Gary Becker

Gary Becker fue el economista más importante e influyente de los últimos 50 años, y su trabajo no sólo redefinió la manera en que entendemos la economía como ciencia social, sino que tuvo un impacto significativo en otras disciplinas como el derecho y la sociología.
Becker mostró cómo el instrumental económico podía ser una herramienta poderosa y relevante para entender temas antes ajenos a la economía, como las decisiones de matrimonio, la tasa de natalidad, o la discriminación contra las minorías. Para Becker la economía era una herramienta para tratar de entender el comportamiento humano en todas sus dimensiones. Para Becker, las personas toman decisiones con el objetivo de hacerlo lo “mejor posible”, dadas las restricciones que enfrentan. Crucialmente, ese “mejor posible” depende de cada individuo y por tanto no se asocia necesariamente a ganancias financieras, sino que a bienestar en un sentido amplio. Ello implica que los individuos pueden ser egoístas o altruistas, motivados por el dinero o por la gloria En cualquier caso, responden a incentivos y a los precios implícitos asociados a las diferentes opciones que enfrentan.
Eso no significa que sólo el análisis económico puede proveer respuestas válidas, o que lo que nos dicen otras disciplinas sea irrelevante. Pero sí nos dice que la economía, y la noción de que las personas ponderan costos y beneficios, nos puede ayudar a entender no sólo los problemas habitualmente asociados a esta disciplina, sino otros en apariencia lejanos, como el efecto de las leyes en la tasa de criminalidad o la política óptima frente a las drogas.
En lo personal, tuve la fortuna de interactuar bastante con Becker durante mis estudios de doctorado en Chicago entre 2004 y 2010. Becker dictaba, en conjunto con Kevin Murphy, los dos primeros cursos de la secuencia de microeconomía. En términos técnicos, el material cubierto por Becker no era más difícil que el de un buen curso de pregrado en Chile. Lo que lo hacía especial, sin embargo, era la manera en que Becker mostraba el poder de ese instrumental para entender el mundo.
La clase de Becker era muy interactiva, con preguntas permanentes a los alumnos. Era stress para muchos el momento en que Becker paraba de hablar, se ponía sus anteojos, y tomaba la lista de clases para buscar un nombre al que le preguntaría. Becker no se enojaba si la respuesta era errada, pero si le molestaba si el alumno no estaba atento o no hacía un esfuerzo por pensar y responder.
Quizá lo más distintivo de la clase de Becker eran las tareas. Cada martes se publicaba una nueva tarea, que debía ser entregada por cada alumno el viernes, tras lo cual la solución era discutida por el ayudante. La pregunta de Becker era siempre la descripción de un caso que a priori parecía no tener relación directa con la economía (como la instalación de alarmas antirrobo en casa, la propaganda política, el combate al terrorismo), el que se nos pedía modelar en términos económicos y usar ese instrumental para responder preguntas. Cada una de esas tareas implicó muchas horas de quebrarse la cabeza, pero fueron una oportunidad de aprendizaje impagable.
Después tuve la suerte de que Becker me escogiera como uno de sus ayudantes para este mismo curso. Como ayudantes también recibíamos los problemas un martes y también teníamos que resolverlos, para juntarnos con Becker y Murphy el jueves a discutir nuestras soluciones antes de preséntaselas a la clase al día siguiente. Esa oportunidad de discutir una hora cara a cara con Becker un problema económico distinto cada semana, ha sido la mejor experiencia de aprendizaje que he tenido.
En los restantes años en el doctorado seguí interactuando frecuentemente con él, primero como su ayudante en un curso de Capital Humano, después teniéndolo como mi asesor principal de tesis. Una vez que egresé del doctorado, él siempre tuvo la mejor voluntad para recibirme cada vez que volví a Chicago, y darme su opinión respecto a los proyectos en que yo estaba trabajando.
Gary Becker era una muy buena persona, cálida y amena, pese que en una primera impresión podía parecer duro. Siempre tenía la mejor disposición a conversar con alumnos y colegas. Era siempre incisivo, pero nunca de manera destructiva. Tenía la virtud de entender de inmediato lo esencial de un problema y de dar respuestas profundas usando un instrumental básico. Hasta el final se mantuvo plenamente activo como investigador, docente, y en la discusión de políticas públicas. Con su muerte, Chicago y la economía como ciencia social sufren una pérdida irreparable. Los que aprendimos de él, como economista y como persona, lamentamos su partida y haremos lo posible por mantener su legado.
Profesor asistente Instituto de Economía Universidad Católica.
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