Los estudios de economía no se cansan en demostrar los efectos nocivos para el mercado laboral que tiene la introducción de costos mínimos de empleo. Un reciente informe publicado en el NBER analizó este impacto en diversas dinámicas de empleo, para concluir que “el sueldo mínimo reduce la creación de empleos e introduce un esfuerzo mayor de búsqueda por parte de trabajadores desempleados”. Ni siquiera la eventual “mayor coincidencia entre empleador y empleado” alcanza para compensar el efecto negativo de esta fijación salarial. La experiencia local también entrega antecedentes en esta línea, en particular cuando se trata de analizar el efecto sobre la productividad. “La combinación de un fuerte incremento en el salario mínimo durante tres años seguidos (1998-2000), sumado a los elevados costos de despidos, generaron un shock que hizo disminuir el crecimiento en la productividad”, dice un estudio. A pesar de su relevancia, el factor productividad, es decir, el aumento de los rendimientos en función del trabajo necesario para la elaboración de un producto final, parece ausente de la discusión política asociada al proyecto de reajuste del salario mínimo. Tampoco los estudios sobre los efectos negativos de esta fijación forman parte del debate. Y los principales afectados siguen siendo los trabajadores.