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Tommy Hilfiger: un nombre transado por un imperio

Mientras la Semana de la Moda de Nueva York estaba en marcha, las oficinas en Manhattan de Tommy Hilfiger eran un frenesí de actividad. Los trabajadores más jóvenes correteaban con sus pitillos por los pasillos, con paredes cubiertas ingeniosamente con estrellas,  banderas y pop art. Los teléfonos sonaban sin cesar y el estado de ánimo se asemejaba bastante al pánico.

Pero un alegre Hilfiger, que se preparaba para recorrer la pasarela después de presentar la colección primavera-verano 2015, se mantuvo imperturbable en medio de la tormenta. “He estado en el negocio de la moda por 40 años, así que he visto todo esto antes”, dice con una sonrisa.

Con 63 años, su carrera ha incluido un montón de vueltas y giros. Es el segundo de nueve hijos, nacidos y criados en una pequeña ciudad al norte del estado de Nueva York. Mostró tempranas aspiraciones para jugar fútbol americano profesional, hasta que le dijeron que era demasiado pequeño. En 1969, con 18 años, volcó su atención a iniciar un negocio de venta de jeans y pantalones acampanados a  universitarios.

“Mis padres estaban furiosos, desesperados porque fuera a la universidad. Pero yo sabía que era un emprendedor. Había encontrado este gran nicho en el mercado”, dice Hilfiger. Pero sin ninguna comprensión real de la mecánica de un negocio, se fue a la quiebra a los 23 años. Fue mi versión de un MBA y un infierno de un duro despertar”, dice.

Con el respaldo financiero del empresario indio, Mohan Murjani, en 1985 se sentía listo para lanzar una marca epónima.  Lo hizo con un cartel en Times Square junto a grandes diseñadores de moda masculina, como Calvin Klein y Ralph Lauren: “Fue una gran apuesta y en ese momento estaba aterrorizado”.

Pero el riesgo valió la pena y la marca se convirtió en un hit. Hilfiger se dio cuenta de que esta vez él no estaba interesado en la gestión del negocio, por lo que en 1989 lo vendió al empresario canadiense Lawrence Stroll y al magnate textil de Hong Kong, Silas Chou. Si bien el acuerdo establecía que Hilfiger retendría una participación del 22,5%, cedió el control de su propio nombre. Él insiste en que la pérdida de la propiedad no es algo que le importe mucho. En 1992, se abrió a la Bolsa de Nueva York.

“La belleza de nuestra marca fue la que hizo un llamado a una amplia audiencia en edades y niveles económicos, colores y credos. Tenía la credibilidad a través del poder de las estrellas”, dice su fundador.

Hoy en día, algunos de los principales actores en el mercado mundial de la moda de Estados Unidos son las marcas de lujo asequibles, como Michael Kors, Tory Burch y Ralph Lauren, ayudados por el gasto aspiracional de las clases medias en los mercados maduros y emergentes. Hilfiger dice que ha estado operando en ese tramo de precios durante décadas.

“Desde hace años que realmente no somos respetados por la alta costura, que no nos consideran suficientemente “de lujo”. Pero sabíamos que el vestirse bien no es algo que sólo resuena con los consumidores en el extremo más alto del espectro. Entendimos esto mucho antes que cualquiera”.  Ha sido lo que  Hilfiger llama irónicamente “algunos baches en el camino”.

Después de ser aprobada y posteriormente abandonada por la comunidad del rap y el mercado adolescente, hubo una fuerte caída de las ventas en la década de 2000. El exceso de oferta significaba que la marca Tommy Hilfiger se había convertido en un commoditie en EEUU y las acciones de la compañía sufrieron. Una compra de US$1.600 millones por Apax Partners alimentó una expansión en Europa, el grupo luchó con una caída en los pedidos de los grandes almacenes estadounidenses y luego vendió a su actual propietaria,  PVH por US$3.000 millones a la que también pertenece Calvin Klein.

“Pero Tommy es como un gato con nueve vidas y no creo que le importe lo que digan los escépticos”, decía  el consultor de la marca de lujo Robert Burke. Así, los ingresos de Tommy Hilfiger en el último tiempo aumentaron un saludable 9% a US$870 millones. Hilfiger es lo suficientemente rico como para dejar de trabajar si quisiera. Pero todavía se “obsesiona implacablemente” afinando detalles, el color y ajuste a través de sus colecciones, así como la publicidad y las campañas en redes sociales.

Con respecto a la actualidad, el diseñador dice que ha habido un cambio tectónico en el sector de la moda, provocada por la globalización. Él apunta a las marcas “fast fashion”, como Zara, H&M y Topshop “están en cada esquina, ofrecen un gran producto y buenos precios”. Sin embargo, sostiene que en la batalla por los corazones, las mentes y las billeteras de los consumidores siempre habrá un lugar para las etiquetas que están vendiendo un sueño junto a un par de jeans.

“Siempre habrá compradores que adquieran lo que estamos vendiendo. En última instancia, el poder de un diseñador de marca es algo que nunca decaerá”, concluye Hilfiger.

COPY RIGHT FINANCIAL TIMES

© The Financial Times Ltd, 2011.

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