Pulso

Un Clinton no devolverá a EEUU los buenos tiempos

EN 1992, cuando Bill Clinton aceptó la nominación demócrata para la presidencia, él estaba en el escenario con su esposa, Hillary, y su hija Chelsea. La canción que sonaba era “Don’t stop thinking about tomorrow”. Era la quintaesencia del mensaje estadounidense: optimista y mirando hacia adelante.

En contraste, si es que Hillary Clinton corre por la presidencia en 2016, su himno no oficial de campaña podría ser “Yesterday”. La apelación más poderosa del apellido Clinton es a la nostalgia por los buenos años ‘90, cuando los problemas de los estadounidenses parecían tan lejanos (como reza la canción de The Beatles).

Las encuestas de opinión muestran que Bill Clinton ahora es fácilmente el presidente mejor recordado de los últimos 25 años. La señora Clinton tiene su propio currículum, como senadora y secretaria de Estado. Pero una gran parte de su atractivo todavía recae en el cálido brillo de la marca Clinton. Como Maureen Dowd del New York Times apuntó en una columna reciente, incluso sus enemigos más amargos parecen estar sucumbiendo a la nostalgia. Dowd citó a Bill O’Reilly, la estrella de TV conservadora: “Con Hillary tienes a Bill. Y Bill sabe lo que está pasando”.

Pero si bien Bill puede volver a la Casa Blanca como marido de una presidenta, los años de los Clinton nunca volverán. Bill tuvo sus fortalezas como presidente (inteligencia, empatía, perspicacia), por sobre todas las cosas él tuvo suerte en el momento. Llegó al poder en una época dorada para Estados Unidos tanto desde el punto de vista económico como político.

La Unión Soviética había colapsado en 1991, un año antes de que Clinton fuera elegido por primera vez. En sus ocho años de presidencia, no hubo un competidor serio para el cargo. Los japoneses, que habían perseguido los sueños de los estadounidenses en los ‘80, entraron en una prolongada caída a comienzos de los ‘90, de la cual no han salido. China estuvo al margen por la masacre estudiantil en 1989. La economía china creció rápidamente en los ‘90, pero todavía era sólo 12% del tamaño de la economía de EEUU cuando Clinton dejó el cargo.

El nombre de Osama bin Laden todavía no se conocía. Al-Qaeda atacó Washington y Nueva York nueve meses después de la salida de Clinton. Las preocupaciones en política exterior en los años de Clinton eran más dilemas morales -como Ruanda o Bosnia- en vez de amenazas a la seguridad nacional.

La herencia económica de Clinton fue igual de brillante: los aterradores déficit de los años Reagan desaparecieron en los ‘90, en parte debido a decisiones fiscales sensibles tomadas por el presidente George HW Bush. Para cuando Clinton llegó al poder, la economía estadounidense ya se recuperaba fuertemente. Fue el beneficiario de un aumento en la productividad, tras la transformación de las oficinas gracias a los computadores. Con el desempleo en sólo 4% y la inflación bajo control, se hablaba de una “Nueva Economía”.

Dada la afortunada combinación de circunstancias, ¿es de extrañar que el presidente tuviera tiempo para flirtear en el Salón Oval? Ahora comparemos la herencia de Clinton con el Estados Unidos que enfrentó Obama. El colapso de Lehman Brothers, sólo dos meses antes de la elección presidencial de 2008, significó que Obama y su equipo se hicieron cargo enfrentando una aguda crisis financiera y económica, que continúa opacando su presidencia, seis años después. (Pese a esto, Obama logró avanzar en una reforma de salud completa que eludieron Clinton y su esposa, a quienes se había puesto a cargo del primer esfuerzo por asegurar cobertura universal).

La imagen internacional que enfrentó Obama fue igual de desalentadora. El “momento unipolar” que gozó Clinton ya estaba llegando a su fin para cuando Obama llegó al poder. Estados Unidos luchaba por liberarse de guerras en Irak y Afganistán. Cuando Obama deje el poder en enero de 2017, quizás para dar paso a la presidenta Hillary Clinton, China ya habrá desplazado a EEUU como la mayor economía mundial (en términos de paridad de poder de compra). Los comentaristas conservadores, como O’Reilly, a menudo culpan de estos retrocesos a la “debilidad” de Obama o los fracasos de liderazgo. En realidad, él estuvo en una posición mucho más débil que cualquiera de sus predecesores recientes.

La nostalgia por la era Clinton también se extiende a temas de estilo. Obama, alguna vez aplaudido por su estilo, ahora es condenado por “frío”. Clinton, en cambio, ahora es aplaudida por su humanidad. Es cierto que Clinton llevó calidez a la presidencia de la cual carece Obama. Por otra parte, Obama se ha manejado con una dignidad que eludió Bill Clinton.

A medida que Hillary Clinton se prepara para su premio mayor, con la publicación de un libro y numerosas apariciones en TV- ella espera que los estadounidenses recuerden lo bueno de la época Clinton y olviden lo malo. El contraste real entre las presidencias de Obama y Clinton, sin embargo, no es de personalidades, sino de eras.

Sería bueno creer que otro Clinton en la Casa Blanca de alguna forma recrearía mágicamente las circunstancias económicas y políticas doradas de los ‘90. Pero como Fleetwood Mac alguna vez lo cantó: “Yesterday’s gone, yesterday’s gone.”

*El autor es comentarista de relaciones exteriores de Financial Times.

COPY RIGHT FINANCIAL TIMES

© The Financial Times Ltd, 2011.

Más sobre:Portada

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

Piensa sin límites. Accede a todo el contenido

Nuevo Plan digital $990/mes por 5 meses SUSCRÍBETE