¿Vientos a babor o estribor?

Hace sólo un par de meses a uno lo hubiesen tildado de inexperto si es que proyectaba que el índice S&P 500 estaría rondando los 1.950 puntos y que el prestigioso Dow estaría a un soplo de los 17.000 puntos, ambos alcanzando niveles históricos. Por su parte, en esta arremetida bursátil que se viene registrando desde mediados de marzo, hemos visto como los mercados accionarios de Argentina, Brasil y Turquía han rentado por encima de 20%, mientras que otro segmento del mercado optó por refugiar sus fondos en deuda soberana estadounidense y europea, también llevando las tasas largas de estos instrumentos a niveles inesperados.
Sin embargo, a medida que los precios de los activos financieros han trepado sin tregua, la volatilidad ha cedido inexorablemente, replicando niveles exhibidos en la pre crisis financiera, y los volúmenes transados se han reducido sustancialmente formando con ello un frágil equilibrio bursátil entrando a la segunda mitad del año.
Dentro de los factores que han generado un viento a favor se encuentra una reaceleración macroeconómica estadounidense, que por lo demás se contrajo económicamente de forma importante durante el primer trimestre del año (1%). El segundo elemento que ha generado impulso ha sido la actividad empresarial, que aprovechando el ajuste en la estructura de tasas trajo consigo grandes anuncios de fusiones y adquisiciones, justificando con ello las valorizaciones en el mercado de renta variable. Otra ráfaga de viento a favor nació de la intervención verbal y posteriormente formal de algunos bancos centrales a nivel mundial. Por ejemplo, la semana pasada el Banco Central Europeo (BCE) anunció un programa holístico para abordar las presiones desinflacionarias que viene registrando la región, mientras que el Banco Central de China (BCC) optó por introducir una dosificación gradual de liquidez para reactivar su economía. Finalmente, la última corriente que permitió este despunte fue el inexistente riesgo geopolítico en las últimas semanas tras las elecciones en Ucrania.
Entre medio de este escenario aparentemente más benigno, sin vientos en contra, los inversionistas retail estadounidenses optaron por reducir su exposición en renta variable a través de fondos mutuos en más de US$5 mil millones en mayo, algo que no ocurría desde finales del año 2012. A medida que los administradores más sofisticados, en particular los hedge funds, compraban cobertura barata a través del índice de volatilidad (VIX), actualmente en 11 puntos base, para resguardar sus ganancias en caso de que se registre una toma de utilidades repentina. Esta aversión al riesgo, que se ha plasmado principalmente en las tasas largas estadounidenses, las cuales han cedido casi 40 puntos base desde principios de año, hace prever que un segmento del mercado esta empezando a posicionar sus portfolios de inversión frente a un cambio de expectativas.
Es en este escenario, con posibles vientos bifurcados, que uno debiese adoptar una estrategia en función de los riesgos que podrían primar en las semanas siguientes. Puede que la volatilidad que eventualmente emane tenga efectos transitorios, por ende generando una oportunidad de entrada; sin embargo, si es que la volatilidad emana, por ejemplo, en el mercado de renta fija o en el energético, puede que el impacto sea más permanente, como analizaremos a continuación.
Partamos tomando como ejemplo no solo a las tasas a diez años estadounidenses, sino que también a las de España e Italia, que en los últimos días han cedido hacia niveles de 2,6% a 2,7%, alineándose todas estas dentro de un mismo rango. De haber un desanclaje rápido e impetuoso en esta clase de activos, el impacto podría ser permanente sobre la demanda interna de dichas economías. En Estados Unidos vimos, a finales del año anterior, como un repunte de las tasas a diez años cuajó la recuperación que se venía registrando en el sector inmobiliario. Mientras que una desaceleración adicional, producto de un repunte en las tasas de las economías periféricas europeas, podría generar eventualmente una desaceleración macroeconómica adicional con un desenlace deflacionario.
Supongamos que la volatilidad emana del precio del petróleo, como ha sucedido en varias ocasiones en la post crisis. Dado que el precio promedio de la gasolina en EEUU, entrando al período estival, se encuentra ad portas de US$3,75 el galón, un repunte abrupto en el precio del petróleo impactaría de forma adversa a la demanda interna del país y al resto de los países que vienen recuperando dinamismo. Ello, a su vez, genera costos adicionales de operación a las empresas mundiales, dejando con ello una huella profunda sobre los mercados bursátiles.
Sin embargo, si es que el riesgo se plasma en el precio del oro, como ha ocurrido en situaciones anteriores, es muy probable que el impacto sobre el resto de los mercados sea transitorio, simplemente porque dicho activo solo tiene un impacto marginal sobre la economía real.
En conclusión, aun cuando los vientos siguen a favor, es un buen momento para evaluar si es que las brisas futuras vendrán a babor o estribor, para luego posicionar las carteras de inversión en función de dichas ráfagas.
*El autor es gerente general de BCI Securities en Estados Unidos.
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