La amenaza para el bienestar personal y social de no jugar

Durante los primeros años de vida se construye la base y la arquitectura cerebral que sostendrá en el tiempo los aprendizajes que permiten a las personas funcionar adecuadamente en la vida cotidiana. Esta construcción debe verse lo más beneficiada posible para que sea sólida y duradera. Surge entonces la pregunta ¿Cómo logramos un buen desarrollo cerebral durante la infancia?
La respuesta clave es el juego. Jugar permite el despliegue del desarrollo óptimo, integrando cada parte del ser humano: su mente, cuerpo, emociones, habilidades y capacidades.
Es real la amenaza para el bienestar personal y social de no jugar. La evidencia se acumula y el juego aparece, tímidamente aún, en algunas políticas públicas focalizadas, pero falta un largo recorrido para que ocupe el relevante lugar que le corresponde si lo que buscamos es mejorar la calidad de vida de las personas y por tanto, nuestro capital social.
Stuart Brown, fundador del Instituto Nacional del Juego en California, lleva décadas estudiando los efectos de la privación del juego a lo largo de la vida, incluyendo en su investigación más de 6.000 entrevistas a diversas "historias" de juego. Dentro de sus conclusiones ha visto el impacto devastador de la ausencia sistemática de experiencias lúdicas en el adecuado desarrollo infantil, principalmente en el aspecto socioemocional, la capacidad de resolver problemas o el instinto del autocuidado.
Con el paso del tiempo, la falta de adaptabilidad lleva a las personas a aislarse, sin tener la capacidad de comprender e interpretar correctamente lo que pasa en su entorno, con baja capacidad para integrarse a la dinámica social y llegando, muchas veces, a problemas de salud mental que van desde la falta de regulación emocional, como pérdidas de control en los impulsos, hasta la depresión.
El juego incluye, en su esencia, una fuerza transformadora que debe permear las distintas esferas de la vida. Procurar espacios para esta actividad es fundamental si queremos evitar las consecuencias endémicas que la ausencia del juego está produciendo en nuestra sociedad y en la cultura actual. Así las cosas es necesario constatar y tomar conciencia que no jugar genera una amenaza real al bienestar personal y social y, por lo tanto, a la salud pública.
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