Columna de psicología: La impenetrabilidad de la violencia
"Una sociedad puede considerarse humana en la medida en que sus miembros se confirman entre sí" (Martin Buber)

Durante estas dos últimas semanas los chilenos hemos estado expuestos a altas dosis de violencia. La gran mayoría la rechaza y lamenta y aunque unos pocos la intenten comprender o justificar, la verdad es que es difícil sostener una lógica argumentativa frente a lo que sucede en nuestras calles y en nuestras pantallas.
¿Por qué destruyen? ¿Por qué golpean? ¿Por qué queman? ¿Por qué disparan?
Son preguntas complejas, tan difíciles de responder, como tratar de explicar por qué las marchas pacíficas, terminan de manera violenta. Y esta confusión, para los amantes de las conspiraciones, es un caldo de cultivo para toda suerte de aventuras, razón por la cual, desde las comunicaciones, me gustaría aportar con un poco de estructura teórica.
Así, para comprender la violencia ejercida por algunos grupos y personas, contra otros grupos, personas e infraestructuras, agarro la Teoría de la comunicación humana, y me dirijo a un capítulo donde Paul Watzlawick sostiene que los tres procesos que afectan la construcción de nuestro self y el otro, son la confirmación, el rechazo y la desconfirmación.
Para este autor, la clave para nuestro desarrollo y para nuestra estabilidad mental es la de ser confirmados, pues "aparte del mero intercambio de información, el hombre tiene que comunicarse con los otros a los fines de su autopercepción y percatación, y la verificación experimental de este supuesto intuitivo se hace cada vez más convincente a partir de las investigaciones sobre la deprivación sensorial, que demuestra que el hombre es incapaz de mantener su estabilidad emocional durante períodos prolongados en que sólo se comunica consigo mismo".
Si, los seres humanos necesitamos ser confirmados por los otros, por nuestros padres, hermanos, profesores, vecinos y amigos y es por ello que el filósofo y psicólogo estadounidense William James (1842-1910) sostenía que "no podría idearse un castigo más monstruoso, aún cuando ello fuera físicamente posible, que soltar a un individuo en una sociedad y hacer que pasara totalmente desapercibido para sus miembros".
En Chile ya han salido voces a decir lo mismo que William James y algunos han hecho un llamado a hacernos cargo de estos sujetos a los que la televisión y los políticos etiquetan de marginales, pues estos chilenos, son producto de una sociedad que históricamente los ha rechazado y desconfirmado.
Y es que estos grupos de "excluidos" han vivido por décadas y probablemente por generaciones, en la alienación. Para Watzlawick estos sujetos han perdido, al igual que los pacientes esquizofrénicos, su mismidad, pues los otros -es decir, nosotros- lejos de confirmarlos, les hemos transmitido, en el mejor de los casos, nuestro rechazo y, en el peor, que no existen.
Y de repente, como Godzilla, aparecieron para quemar estaciones de metro, saquear comercios y destruir todo el mobiliario de la calle, irrupción que nos conectó con el terror, la desconfianza y la confusión, pues estos comportamientos nos resultan tan incomprensibles como impenetrables.
En definitiva, nos cuesta aceptar que no entendemos nada, pues nuestra visión de estos sujetos, está muy distante de la visión que estos sujetos tienen de sí mismos... y de nosotros. Y esta brecha, de acuerdo a Paul Watzlawick, "determina, más que cualquier otro factor, la naturaleza de nuestra relación y, por consiguiente mi sensación (y la del otro) de ser entendidos y tener una identidad".
Y es que así como algunos no entendemos por qué alguien quemaría una micro o arrasaría con un supermercado, hay otros que no entienden el actuar de las fuerzas del orden, de los políticos, de las instituciones y de la sociedad -no marginada- en su conjunto. Y estas discrepancias no resueltas son, siguiendo a Watzlawick, las que nos llevan a profundos "impasses interaccionales en los que, en algunas ocasiones, se hacen acusaciones mutuas de locura o maldad".
En definitiva, lo que nos dice Watzlawick, es que nuestras interacciones, marcadamente patológicas, muestran una enorme brecha entre la imagen que hemos construido de los otros y su verdadera identidad, lo que nos lleva a un sinnúmero de paradojas que nuestra cabeza no sabe cómo abordar.
Y es que las legítimas demandas de la mañana se pueden transformar en ilegítimas acciones en la noche y el accionar de las fuerzas del orden pueden traer caos y desorden. En cámara, podemos ver a sujetos que, a los gritos, piden marchar en paz y a uniformados que, por acción u omisión, dejan en total desprotección a aquellos que supuestamente debieran proteger.
No entendemos y nuestra forma de descansar y de salir rápido de tanta contradicción es atribuirle maldad o locura al accionar de los otros y es por ello que hoy, más que nunca, debemos recordar las sabias palabras del filósofo del diálogo Martin Buber (1878-1965), quien sostenía un siglo atrás que nuestra incapacidad de confirmar a los hombres por lo que son y por lo que pueden llegar a ser es nuestra principal debilidad como seres humanos.
Así, ya sea desde nuestras casas, desde la calle o desde nuestras pantallas, la invitación es a aceptar la impenetrabilidad de la violencia, aceptar que nuestra mirada es limitada y a evitar etiquetar el incomprensible comportamiento de los otros, como actos de maldad o locura.
Confirmemos, confirmemos a los que piensan o actúan de modos que habitualmente rechazamos o desconfirmamos, pues de no hacerlo, va a ser imposible que nos sentemos a conversar. Y este ciclo, de no ser acogido y abordado, se volverá a comunicar a través de igual o mayor violencia, pues nos guste o no, es la forma más efectiva que han encontrado de ser escuchados.
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