Dolores emocionales derivados de una guerra altamente mediatizada

Un bombero frente a un edificio bombardeado por el ejército ruso en Kiev, Ucrania. Foto: AP

El convulsionado escenario por el que transitamos como sociedad- marcado por levantamientos sociales, una pandemia en constante mutación y el agravante de un conflicto bélico con insospechadas consecuencias globales y un horizonte de término poco claro- está cargado de hechos que son particularmente complejos en términos de su carga emocional, los cuales, de no gestionarse de manera adecuada, podrían dejar huellas en el colectivo de personas tornándose en experiencias traumáticas.

Es importante aclarar que estas vivencias no se fundamentan en los sucesos, sino en la manera en que las personas experimentan las distintas situaciones. Bajo este punto de vista, cobran relevancia la percepción de desborde, la amenaza para la vida, la ausencia de expresión y el hecho de experimentar estas circunstancias en soledad. Por lo tanto, expresiones como “tuve un día traumático…”, resultan imprecisas. Si bien toda experiencia traumática es estresante, no toda experiencia estresante se transforma en traumática.

Cuando pensamos en eventos que potencialmente se pudieran convertir en traumatizantes, inmediatamente vienen a nuestra mente las catástrofes naturales, las cuales en general son ajenas a la controlabilidad humana. No obstante, las huellas que estos hechos pudieran generar, claramente cuando interviene el factor humano, en términos de intencionalidad, planificación e instrumentalización, son todavía mayores, porque nos hacen incluso replantearnos la forma en que funcionamos como sociedad.

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Las cicatrices emocionales afectan no solo a nuestro entorno inmediato, sino que también podemos evidenciar que su efecto nocivo se puede traspasar a generaciones posteriores. A esto le llamamos transmisión transgeneracional del trauma. Esto quiere decir que las experiencias que se tornan traumatizantes para las personas, pueden llegar a tener un efecto horizontal (en nuestra propia generación) y vertical (en las venideras).

Dado que vivimos en un entramado social marcado por la globalidad interconectada y que la fisiología de nuestro sistema nervioso se crea en interacción con la de otras personas, claramente nos vemos permeados por las experiencias de los demás. El poder de los medios hace que se difuminen y circulen ciertas emociones que adquieren el carácter de colectivas, lo que se acentúa con la imposibilidad de no comunicar nuestras vivencias afectivas. Las comunicamos inevitablemente.

Resulta muy difícil, si no imposible, separar los traumas individuales de los colectivos, al igual que las emociones personales de las colectivas. Los traumas también se pueden colectivizar si no se tramitan de manera matizada. En este contexto, es necesario considerar el efecto, tal como si fueran ondas concéntricas, de estas experiencias no solo en nuestro funcionamiento vital actual, sino también en las futuras generaciones, quienes absorben dichas vivencias y le dan continuidad.

Claramente, el conflicto bélico del cual estamos siendo testigos a través de los medios de comunicación, además de nuestros propios discursos dominantes basados en lo que se enuncia y aquello que se dice de manera implícita, puede desencadenar en una sobrecarga emocional que provoque ira, miedo, frustración, desesperanza y la manera de conectarnos colectivamente, lo que tendrá repercusiones en cierta tonalidad emotiva predominante.

Es por esa razón que resulta vital que realicemos un trabajo de introspección personal, para que le demos cierto espacio a lo difícil y doloroso con una actitud de cuidado, de respeto hacia nosotros mismos y los demás. Esta actitud de cuidado empático, hacia nosotros mismos y los demás, nos puede conducir a un sentido de vulnerabilidad compartida, que lejos de hacernos daño, nos otorgará mayor conexión en tanto se genera mayor tejido social, cuestión esencial para activar nuestro sistema inmunológico colectivo.

En este proceso de auto indagación respetuosa, conviene preguntarse: ¿Qué me está pasando con esto que percibo?, ¿Con qué emociones estoy conviviendo?, ¿Cómo dichas emociones influyen en mí y los demás?, ¿Qué hago con ellas cuando las reconozco?, ¿Será que las tiendo a enmascarar con actividades u otras emociones para que no perciban mi fragilidad?, ¿Qué necesidades tengo que cubrir con lo que estoy sintiendo? Al responder estas interrogantes, en un espacio conversacional, estamos dando el primer paso para brindar primeros auxilios emocionales a quienes se encuentren en estas circunstancias.

Bajo este punto de vista, las recomendaciones se centran en gestionar adecuadamente estas emociones:

  • Detenerse para otorgarle un espacio a la emoción y validarla: “Lo que siento está bien…”. Toda emoción, incluso intensa, es una reacción esperable frente a un contexto altamente complejo.
  • Asignarle un nombre a la emoción, hace mirarla con en cierta perspectiva.
  • Reconocer el mensaje adaptativo de la emoción.
  • Reflexionar y decidir qué hacer con el mensaje emocional.

¿Cómo sobrellevar las emociones colectivas?

  • Evita la sobrexposición a información, puesto que los medios indirectamente pueden desencadenar mayor miedo. La percepción reiterada de imágenes intensas predispone a nuestro cuerpo a estados de alerta y preocupación, lo que nos hace vulnerables a enfermar.
  • Podemos mitigar el miedo y el estrés tranquilizando el ambiente. Por ejemplo, dejando de enviar imágenes por las redes sociales sobre la situación o chequear constantemente noticias del conflicto.
  • La higiene mental resulta tan importante como las medidas generales de autocuidado: Cambia o alterna tus focos de atención, realiza pausas, medita o construye tu propia imagen relajante para desconectarte (resulta útil una experiencia vivida o recuerdo gratificante) a la cual puedes recurrir en momentos de tensión.
  • Es momento de reconocer nuestra vulnerabilidad como parte de nuestra condición humana frente al contexto actual. Para manejar este sentido de fragilidad, permítete compartir tus emociones o hablar en familia sobre el miedo, la angustia e incertidumbre o cualquier otra emoción.
  • Para evitar críticas a lo que pudiera sentir el otro, mantén una actitud de acogida y validación frente a los distintos tipos de reacciones emocionales. Son normales y saludables en un contexto de mayor complejidad. Esta actitud facilitará el alivio emocional.
  • Si te toca contener a uno de los tuyos, evita decir: Relájate, no pasa nada, no te preocupes, estamos muy lejos del lugar. Todo esto provocará que el otro se sienta escasamente comprendido y validado.
  • Puedes decir: Te entiendo, podemos hablar de esto con apertura y aceptación; me quedaré contigo hasta que estés tranquila, también he sentido algo parecido y conversar me ha ayudado; eso nos pasa cuando estamos preocupados.
  • El sistema inmunológico emocional se fortalece en la medida que se refuerzan emociones positivas, vinculadas a actividades que puedes realizar con tu familia directa. Es momento de cultivar la empatía y compasión por los demás.
  • Invierte tiempo en jugar, en conversar con quien menos acostumbras, en fortalecer relaciones de colaboración, en realizar ejercicio de manera moderada y dormir adecuadamente.
  • La posible tendencia a la negatividad se puede sobrellevar con una bitácora diaria de las cosas positivas (los tres momentos más significativos), porque esta manera el cerebro se entrenará en la captación de lo positivo.
  • Busca nuevas formas de entretenerte en familia. El juego es un factor esencial en las relaciones sociales. Contribuye a estrechar vínculos, aumentar la positividad y distender el ambiente.

*Psicólogo y Referente de Salud Mental Funcionaria del Servicio de Salud Metropolitano Sur Oriente (SSMSO).

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