Columna de Ernesto Ottone: Cuidado con los juanetes

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Al final del día y después de tanto denuesto, la manera de salir adelante va a ser con acuerdos en serio, para que el país avance en un mundo cada vez más complejo y competitivo.



El primer año de gobierno es políticamente un año corto, comienza en marzo y termina en diciembre. Está por concluir el primer año de gobierno del Presidente Piñera y, como corresponde, "le contarán las costillas", le harán las evaluaciones de sus aciertos y errores, de sus méritos y desméritos desde distintos ángulos, con buena y mala voluntad; es lo que toca cuando se vive en democracia.

El padre del análisis político Nicolás Maquiavelo, usando un lenguaje a caballo entre el siglo XV y el XVI, señalaba que el príncipe, vale decir el gobernante, realiza su gestión con un débil margen de maniobra, porque la producción de la historia, la marcha de las cosas, el resultado de la acción del gobierno, como diríamos en palabras de hoy, dependen de cómo se conjugan dos factores: la "virtud" y la "fortuna".

La "virtud" representa la iniciativa del gobernante, lo que propone hacer por el bienestar de los gobernados y por mantener la legitimidad de su poder y finalmente su poder.

La "fortuna" representa la realidad con la que le toca medirse, los problemas que surgen día a día, los obstáculos a los que deberá enfrentarse en el ejercicio del poder.

Esos problemas y obstáculos en los tiempos de Maquiavelo eran más bien las intrigas de las grandes familias, las invasiones, las guerras, las catástrofes y las pestes.

En nuestros tiempos son más bien las tendencias de la economía mundial, la mejor solidez o fragilidad de las instituciones, las demandas y los conflictos sociales y territoriales que existen en un país que tiene un nivel de desarrollo medio-alto, y que viven en democracia en la era de la información.

El arte de gobernar, sin embargo, tanto ayer como hoy, consiste en que sabiendo que la fortuna no depende sino muy parcialmente de su voluntad, el gobernante debe utilizar la virtud para aminorar los efectos negativos de la fortuna y desarrollar de la manera más sabia los elementos positivos para que las cosas marchen lo mejor posible.

Analizando el año transcurrido tengo la impresión de que el actual gobierno, quizás como fruto de un resultado electoral cómodo, tenía una visión algo rosada de la fortuna que le esperaba.

Se había convencido de su discurso a tal punto que creía que todos los problemas que enfrentaba Chile, eran fruto de las reformas económicas y sociales del gobierno anterior, construidas de manera torcida y con malos materiales, por lo tanto, la falta de crecimiento económico, la baja productividad y los avances sociales patizambos se debían solo a la virtud defectuosa de su predecesora y que una vez que el nuevo príncipe estuviera entronizado, el velo de la mediocridad desaparecería raudamente, las cosas mejorarían muy rápido, los chilenos cambiarían el ceño gruñón por una mirada plácida, lloverían los empleos y los inversionistas correrían a invertir.

Es verdad que el Presidente Piñera mostró desde los primeros meses que era un hombre capaz de aprender lecciones, ya no prometió que terminaría de un plumazo con la delincuencia, ni que en 20 días haría más que sus predecesores en 20 años.

Esa bobería no se produjo, lo que le otorgó una envergadura política más densa y le rindió no pocos resultados positivos para hacer frente a demandas callejeras inesperadas y producir ordenamientos bien recibidos, entre otras cosas.

Ello, junto a un mayor crecimiento económico le dio un apoyo inicial tranquilizador.

Pero después, el diablo metió la cola, pareciera que demasiado satisfechos, él y sus colaboradores se entusiasmaron más de la cuenta y en vez de mirar la realidad con modestia y prudencia, pusieron los ojos en una supervictoria de larga duración.

Elevaron, en consecuencia, la apuesta y comenzaron a prometer más y más cosas que se lograrían más y más rápido, inflaron las expectativas y atacaron en todos los frentes.

Claro, los alentaba también una oposición diversa en su composición, pero, salvo pocas excepciones, de ideas cortas y en ocasiones desatinadas, que no termina de construir alternativas creíbles.

Junto con el exceso de entusiasmo vino el atolondramiento, los pasos en falso y hasta errores patagüinos, como ha sido el rechazo al pacto de migración, que hiere el multilateralismo histórico de Chile, sin fundamentos insalvables en el texto y en muy mala compañía.

La fortuna mostró que los datos de la economía mundial sí son parte importante de los avatares de nuestra realidad, al margen de los errores endógenos, que el trabajo no brota rápido y que lo prometido se lograría con moderación.

Por si aquello fuera poco, la fortuna mostró en instituciones permanentes de la República que la corrupción no era el monopolio de algunos políticos y empresarios, sino que tenía una presencia organizada e indecorosa entre aquellos a quienes hemos entregado nada menos que el monopolio de las armas.

Vale decir la realidad se volvió aún más hosca y aumentó la desconfianza generalizada respecto de instituciones importantes civiles y armadas.

El mando de Carabineros sufrió un duro golpe a su credibilidad en La Araucanía, la Iglesia Católica todavía no sabe a qué santo encomendarse y los partidos políticos no levantan cabeza mientras viatican demasiado o a la UDI se le cae el sistema. Hasta la Contraloría perdió el control.

Estas cosas, en general, no se le pueden achacar al gobierno, pero le corresponde su manejo general. Sabemos que de la fortaleza de nuestras instituciones depende la calidad de nuestra democracia.

No es casualidad que en este cuadro el apoyo al gobierno haya descendido, hasta ahora no de manera catastrófica, sigue siendo comparativamente respetable para los tiempos que corren, pero la tendencia puede ser descendente.

El gobierno haría bien en pensar en una cura de templanza, revisar la cantidad y la calidad de sus proyectos de ley, pensar más en los equilibrios del país que en los de su coalición política, no solo hablar, sino escuchar, y abandonar automatismos que nunca han funcionado, como la relación de baja de impuesto progresivos y alza de inversión. A la inversión lo que le hace bien en un país que funciona bien.

Fíjense ustedes que al final de día y después de tanto denuesto, la manera de salir adelante va a ser con acuerdos en serio para que el país avance en un mundo cada vez más complejo y competitivo.

Si eso no se hace, se puede ir creando poco a poco un espacio creciente a los malos sentimientos y las rabias, empeorará el estado de ánimo del país y se creará terreno fértil para que con el tiempo surjan Bolsonaros o Maduros que se construyan como resultado de la decepción.

Ello parece lejos, muy lejos del país en que vivimos, pero donde ello aconteció tampoco se veía a la vuelta de la esquina algunos años antes.

Sería muy bueno que este mes de diciembre nuestros políticos y, sobre todo el Presidente, le prestaran atención a una copla del Albertió, de la Violeta Parra.

"Al pasito por las piedras

Cuidado con los juanetes

Que aquí no ha nacido naide

Con una estrella en la frente".R

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