Revista Que Pasa

La mancha negra del desierto

En Chile hay 12 zonas saturadas de contaminación. Tocopilla es el caso más dramático. Ahí, sus habitantes llevan más de 30 años sufriendo con la polución de sus empresas: el arsénico, el hierro, el petcoke y el hollín que se acumula en sus ojos, gargantas y su paisaje. Sus altas tasas de mortalidad y enfermedades alarman. Hoy, sus residentes siguen atentos las noticias del desastre medioambiental de Ventanas, y aprenden las lecciones: la próxima pelea tendrá que ser judicial.

Una tarde, hace ya ocho años, Malvy Huerta (dueña de casa, 61 años) contemplaba desde el balcón de su casa las cuatro chimeneas de las industrias que coronan el paisaje del puerto de Tocopilla. Ese día, Malvy sintió cómo de nuevo su hogar era invadido por ese polvillo negro, denso y persistente que desaparecía con la limpieza, sólo para volver unas horas más tarde. Ese día, ella no aguantó más y decidió actuar.

Malvy no fue a la municipalidad, ni al hospital. Ni siquiera a protestar ante aquellas empresas a las cuales culpa por ese hollín que no la deja en paz. Su protesta fue privada. Comenzó a encerrar el polvo negro que recogía en bolsas transparentes, como queriendo aprisionarlo y vigilarlo para que no se escapara. Hoy sigue guardando bolsitas, recordando día a día que el enemigo no se ha ido. Que sigue ahí. "La casa no se mantiene nunca limpia. Mire cómo está mi garganta", dice con una voz amable, pero ronca, tal como la mayoría de los habitantes del puerto.

No existe ninguna casa en Tocopilla que no tenga rastros de ese hollín. Los marcos de las puertas y los vidrios son las víctimas preferidas. También el suelo, que tiene una capa oscura y algo pegajosa. A esa situación se suma, además, el terremoto de 7,7 grados Richter que azotó a la ciudad el 14 de noviembre del 2007 y que dejó a buena parte de las construcciones inutilizables o dañadas. El polvo, amo y señor, le da un color avejentado y gris al pueblo. Tocopilla es una ciudad en tonos sepia.

Las industrias están literalmente en el medio del puerto. A poco más de un kilómetro del centro, y rodeados de diversas poblaciones, están los complejos industriales de las termoeléctricas E-CL y Norgener. Las cuatro chimeneas que tienen entre ambas empresas son lo primero que se divisa al llegar a Tocopilla. Al lado de ellas, se ubican las plantas de la firma de salitre Soquimich y la refinadora de cobre Lipesed.

El carboncillo, producto de las faenas de todas estas empresas, es el símbolo más patente del tema que hoy preocupa a los tocopillanos: los efectos de la contaminación de la ciudad en su salud. Declarada por el gobierno en 2006 como zona saturada, sus 23 mil habitantes están habituados a convivir con ese indeseado extraño que tiñe las fachadas, ensucia los autos y daña los artefactos domésticos. Pero en las calles se respira el temor de que ese carboncillo sea sólo el aspecto visible de una amenaza todavía mayor. Un peligro latente para el que nadie en Tocopilla tiene aún una respuesta clara.

En 2008, la tasa de mortalidad en el grupo de menores de un año en la provincia de Tocopilla fue de 14,2. El promedio nacional se situó en cerca de la mitad: 7,8.

Dudas letales

A pocas cuadras del centro de la ciudad, en la Escuela Pablo Neruda, Patricia Díaz da clases de Educación Medioambiental. En las paredes de la sala hay dibujos de los alumnos sobre la contaminación; las chimeneas son el símbolo principal. Mientras los niños trabajan, Díaz relata que debe barrer cuatro veces al día la sala para sacar el polvillo que se acumula. "La gente acá ha sido muy pasiva, no como en Puchuncaví", critica.

Malvy Huerta también siguió las noticias de la Escuela La Greda, en Puchuncaví, pero ella ya no sale a protestar. Lo hizo hace cinco años, antes de que decretaran a Tocopilla como zona saturada. Salían a marchar junto a amigas, niños y organizaciones comunitarias por las calles de la ciudad, disfrazados de chimeneas. Entonces, parecía que el tema quedaría instalado como una preocupación permanente. Pero vino el terremoto y las inquietudes  más urgentes postergaron el asunto. Por eso, hoy mira con interés y cierta  envidia lo que pasa en Ventanas.

La suciedad molesta, pero no es lo que más preocupa a los habitantes. Las estadísticas oficiales revelan que Tocopilla tiene altos índices de cáncer y enfermedades cardiovasculares. Según el Servicio de Salud de Antofagasta, entre 2003 y 2008 la tasa de mortalidad de la comuna se disparó, para llegar a ser la mayor de la región y una de las más altas del país. Incluso, en 2005, su índice dobló al promedio de la zona: alcanzó 8,8 contra 4,4. La cifra a nivel país fue de 5,3.

Los datos del año pasado aún no están disponibles oficialmente. Pero para Isabel Cortés eso no es un problema. Desde hace 21 años, administra el cementerio de Tocopilla, el mismo que saltó a la fama luego de que se supiera que hace una década un joven Alexis Sánchez limpiaba autos en su entrada para ayudar a su madre. Isabel lleva una minuciosa cuenta de todos los ingresos de difuntos. Asegura que, en promedio, se entierra entre 16 y 18 personas al mes. Las cifras la avalan: el registro de 2010 consigna 196 defunciones, es decir, uno de cada 120 tocopillanos. En comparación, y aunque  todavía no hay registro oficial sobre las defunciones a nivel país durante el año pasado, los últimos datos entregados, del 2008, son reveladores: la proporción de fallecimientos en Chile fue de un caso cada 185 personas, y en la Región de Antofagasta fue de una muerte por cada 202 habitantes.

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