Revista Que Pasa

Vampiros victorianos

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En 1999, Alan Moore y Kevin O'Neill crearon La Liga de los Caballeros Extraordinarios, un cómic que tomaba a los viejos íconos de la literatura popular del siglo XIX (de Mina Hacker a Mr. Hyde, pasando por Allan Quatermain y el Capitán Nemo) y construía con ellos una especie de metanarrativa de aventuras, capaz de preguntarse sobre cómo leer la memoria literaria en el filo del fin de siglo. El cómic fue un éxito y no sólo engendró una película malísima sino que también una serie de secuelas, casi siempre brillantes, que daban cuenta del genio de Moore y de la inmensa capacidad de O'Neill como dibujante.

Anoto lo anterior porque, a primera vista, Penny Dreadful, el show de horror creado por John Logan y Sam Mendes para Showtime parece un plagio más o menos descarado del trabajo de Moore/O'Neill: en plena época victoriana el espectador asiste al encuentro entre personajes de Stoker, de Oscar Wilde y Mary Shelley, en un mundo hipotético donde Dorian Gray anda por las mismas calles que Victor Frankenstein. Pero la serie supera esta cita y es capaz de enterrarla. En Penny Dreadful hay algo raro, quizás inquietante, que tiene como trama principal la persecución de un clan anciano de vampiros en el corazón de Londres.

Quizás sea el tono, pues con los dos primeros capítulos dirigidos con eficacia por J. A. Bayona queda claro que lo interesante del show radica en su ejecución, en una colección de momentos sueltos que tienen una densidad propia. Por ahora, se me ocurren dos: el momento final del piloto donde Victor Frankenstein contempla cómo un hombre vuelve de la muerte y la sesión de espiritismo del segundo episodio, donde una impresionante Eva Green actúa como médium de voces insondables. Entre ambas escenas se debate el corazón de Penny Dreadful, esa mirada compasiva pero terrible de lo humano y una mirada a lo que sucede en un más allá oscuro e inhóspito.

“Penny Dreadful”.

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