Actualidad: La RAE ye, ye, ye
Los cambios -menores, de toda lógica, y la mayoría ya sancionados por el uso- simplifican un sistema que cada vez menos gente sabe usar, ésa es la cruel verdad.<br>

Acostumbrada a que los asuntos ortográficos le importen un fleco a la gente sana, entre la que desgraciadamente no me cuento (una vez escribí una columna entera sobre el punto y coma; mis amigos todavía se están riendo), me sorprendió la respuesta relativamente masiva y definitivamente indignada de mis contertulios en Twitter al comentar las reglas propuestas por la última edición de la Ortografía de la RAE. Ya saben, la i griega será ye, la ch y la ll ya no serán letras del alfabeto (más lo que molestaban), la extraña q de quórum se va para la casa, la vieja y querida ó entre números -resabio de las Olympia y Olivetti, que hoy son carne de anticuario- se elimina por pasada de moda, como el resto de los sombreros, y así otras novedades.
El alud de comentarios fue mayormente de esta laya: "La RAE en viaje de opio", "Me tienen anonadada los cambios...", "Fin al signo de apertura de interrogación y exclamación!", "Desde hoy no reconozco a la RAE como autoridad", "La RAE puede ser real y española, pero de academia, pocazo, (¿)no?", "¿Cuán vinculantes serán todos estos desatinos?". Bah, ¿de adónde salió tanto preocupado del idioma? Como en los mismos días se anunció un estudio que dice que un 52,8% de los chilenos no lee un libro ni amarrado, los llamados a la rebelión ortográfica, que cundieron entre la grey tuitera (sesgada, como todas), me llenaron de felicidad, pero solo hasta reconocer un pequeño, pequeño problema: no estoy de acuerdo.
Se tiene una idea de la RAE como una manga de vejetes naftalinosos que en su fría torre de marfil deciden cosas espantosas que luego nos imponen, sin preguntarnos. Ya el nombre tiene connotaciones desagradables: real, academia y española, sin ir más lejos, es decir ñoña, enclaustrada, imperialista. (De repente lo que nos jode es no haber sido colonizados por una potencia más choriflái: si hubiesen sido los holandeses, por ejemplo, tendríamos pólderes, una reina que no molesta, más libertades, más sexo y queso Gouda. En cambio, tenemos empanadas, vicios cortesanos y algo parecido al "que inventen ellos" de Unamuno). La verdad, con todos sus peros, es que los anquilosados somos nosotros, que no hemos renovado nuestra visión sobre una institución que hace rato viene bajando el moño, interneteando la torre y adecuándose a los bastos tiempos que corren.
Los argumentos antiimperialistas contra la estandarización lingüística siempre caben, pero no los argumentos contra la estandarización en sí misma, cuando es sinónimo de mejor comunicación. Los cambios -menores, de toda lógica, y la mayoría ya sancionados por el uso- simplifican un sistema que cada vez menos gente sabe usar, ésa es la cruel verdad. Como lo que prevalece es la comunicación, incluso por sobre el patrimonio inmaterial que es la lengua, los tecno-vejetes van por buen camino, mal que nos pese a los futuros parias que leemos mucho. ¿Que nivela para abajo? Sí, bueno, la democracia también. Las reglas de la lengua tienen la fuerza que nosotros les demos, por lo demás; se imponen por consenso informal, no exactamente como los estándares ISO, pero por eso mismo es imposible que opinemos todos. (No les tengo que explicar cómo sería el mundo si no hubiese acuerdo en la medida de las arandelas, los enchufes, las hojas de papel, los sobres y las ranuras de los buzones, por otra parte). Y si rebelión es lo que queremos, hay unas cuantas ideas mejores que esta, o ésta.
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