Javier Cercas: “No soy un santo; dentro de mí llevo furia y ansias de venganza”

El escritor Javier Cercas, en marzo pasado, para el lanzamiento de Independencia en España.

Reconocido internacionalmente, el autor español habla de su novela Independencia, donde ofrece un oscuro retrato de la élite económica catalana. En la forma de una saga policial, el libro encierra una pregunta moral: ¿Es legítima la venganza cuando la justicia es injusta?


Sintió que estaba en una encrucijada. Entre 2001 y 2017, Javier Cercas dio forma a un ciclo de novelas excepcionales, entre ellas Soldados de Salamina, La velocidad de la luz y Anatomía de un instante. En ellas exploró los cruces entre historia, autobiografía y ficción con destreza narrativa, lucidez y audacia para enfrentar dilemas morales. Cuando concluyó El monarca de las sombras, inspirada en un personaje de su familia, sintió que se cerraba una etapa. “Corría el riesgo de repetirme, convertirme en un imitador de mí mismo, y eso es la muerte para un escritor. Tenía la necesidad de reinventarme o callarme para siempre”, cuenta.

Por entonces la realidad vino a salvarlo, dice vía Zoom desde su casa en España: “La crisis catalana que estalló en 2016 me ayudó en la reinvención”.

De este modo escribió Terra Alta, novela atravesada por las tensiones que provocó el intento separatista catalán. Fue el inicio de un nuevo ciclo donde el autor despliega los códigos del género policial sobre un vasto campo de referencias literarias y alusiones políticas, para volver a plantear preguntas de connotaciones éticas.

Con ella, Javier Cercas obtuvo el Premio Planeta, el más popular y cotizado de los galardones editoriales. “Cuando me dieron el premio, el mundo literario pensó Cercas escribió una novelita de policías para ganar el Planeta, a nadie se le ocurrió pensar bien, porque para qué, si es mejor pensar mal”.

Aun con toda la visibilidad y el monto que entrega el premio (unos $ 600 millones), el autor dice que su vida no se modificó sustancialmente. “Una vez García Márquez me dijo: Javier, los escritores somos pobres con plata, y lo decía él que era el más rico de todos, jaja. Somos pobres, todos; la mitad del dinero se la lleva Hacienda. El Planeta es un premio bonito, porque es popular. Hay gente que no te había leído y de pronto te lee, el mundillo literario se enfada y deja de leerte. Por lo demás, no cambia nada”.

El héroe de la saga es Melchor Marín, el hijo de una prostituta asesinada, exdelincuente juvenil, reconvertido en policía. Admirador de Los miserables, de Víctor Hugo, carga un Jean Valjean en su interior y una poderosa e inclaudicable sed de justicia.

Independencia es la segunda entrega de la saga. Ambientada en 2025, en ella Melchor Marín -al borde del retiro- enfrenta un caso de extorsión política que esconde una siniestra trama de delitos asociados a miembros del poder económico. Escrita con ritmo vertiginoso y arrebatadora fuerza narrativa, la novela retrata un mundo sombrío.

En este nuevo ciclo literario usted adopta un género popular y no tan apreciado por los autores más intelectuales...

Eso es un grave error. Borges decía que todas las novelas son policiales, y yo estoy de acuerdo; en todas mis novelas hay un misterio por resolver. En literatura no existen los géneros mayores y menores, existen formas mayores y menores de usar los géneros. Solo existe la buena y mala literatura. Tú has dicho popular; es una palabra exactísima, una de las cosas que más me gusta es su carácter popular, su humildad, y creo que es lo mismo que le gustaba a Borges frente a tanta novela pomposa. Y ojalá la literatura volviera a ser popular. Uno de los prejuicios más arraigados es que la buena literatura solo puede ser secreta, minoritaria, de catacumbas. Es un prejuicio, por decirlo en suave, estúpido. Hay un libro que se llama Don Quijote de La Mancha, no creo que sea mala literatura, que fue enormemente popular, y por eso tal vez hoy Cervantes no ganaría el Premio Cervantes. Creo que el mejor destino de la literatura y de la novela en particular es que vuelva a ser popular.

Javier Cercas desde su casa en España.

A través de la figura de Ricky Ramírez, un personaje que busca ingresar al círculo del poder económico, la novela ofrece un retrato crudo de la élite catalana. ¿Hasta qué punto se aproxima a la realidad?

Para mí es un retrato muy realista. Esta novela se titula Independencia por muchos motivos. Es la historia de Ricky Ramírez, el protagonista secreto de la novela, la contrafigura de Melchor Marín. Sería un aspirante a pituco, ¿cómo dicen en Chile?

Cuico.

Cuico. Ricky Ramírez sería un aspirante a cuico, Melchor es el anticuico, o ¿cómo sería allá?

Abajista.

Abajista, mira qué bueno, me gusta. Bien, esta es la historia de un hombre que aspira a la independencia individual, moral, de la manera equivocada. Su padre le dice arrímate a los buenos, que es lo que le dice la madre a Lázaro en Lazarillo de Tormes, y lo que hace es arrimarse a los ricos y poderosos, a la élite económica barcelonesa, y ellos hacen lo que hacen las élites incrustadas en el poder: usarlo como papel higiénico y luego prescindir de él. Esta es una metáfora de lo que ha ocurrido en Cataluña: en el año 2012, cuando todo Occidente estaba sumido en una gran crisis, la élite catalana operó como suelen hacerlo: buscaron la manera de salir de ella presionando al poder político, ¿y cómo?, colaborando para sacar a la gente a la calle. Lo hicieron porque había un descontento fuerte, porque tenían el poder de los medios y ofreciéndoles una utopía disponible: vamos a crear un nuevo Estado donde seremos independientes, felices y ricos, y nos libraremos de esos españoles que nos han estado robando desde siempre. Y la gente se lo creyó. El problema es que sacar a la gente a la calle es fácil, lo difícil es devolverla a casa. Lo que le ocurre a Ricky Ramírez es lo que le ha ocurrido a muchísima gente en Cataluña, y fue un inmenso engaño que vamos a pagar todos, menos la élite. Me gusta lo que dice la editorial: la novela es un furioso alegato contra la tiranía de los amos del dinero. Y esto ocurre en todas partes, con distintas formas. La democracia es el mejor instrumento para protegernos de las élites enquistadas en el poder.

¿Las explosiones de ira en la calle sirven a este propósito? ¿Afectan la democracia?

Es lo peor que puedes hacer. Quemar las calles no sirve de nada, lo que hay que hacer es profundizar la democracia, que sea de verdad el gobierno de la gente, del pueblo, y eso tenemos que hacerlo entre todos. No existe la democracia perfecta, la democracia perfecta es una dictadura. El general Franco a su dictadura la llamaba democracia orgánica. Lo que define a la democracia es que es infinitamente perfectible, y es tarea de todos. Yo entiendo los estallidos sociales, entiendo la furia de la gente y que eso degenere en un momento determinado en violencia, lo entiendo, pero es una pésima solución. A las élites no les hace cosquillas, al país le jode, pero a las élites les da lo mismo. Hay que educar a la gente en lo que es la democracia de verdad.

¿Melchor Marín es su alter ego?

Melchor Marín no se parece a mí en nada aparentemente, su biografía es muchísimo más complicada que la mía y en apariencia no tiene que ver conmigo, pero profundamente sí lo tiene. Flaubert dijo: Madame Bovary soy yo, y yo podría decir Melchor Marín soy yo; su furia es mi furia, su dolor, sus contradicciones son las mías. Melchor Marín sale de lo más profundo de mí, aunque es mejor que yo, sin duda.

Para Marín, la literatura es su salvación, literalmente. ¿Qué ha sido para usted?

Sin la literatura mi vida sería más pobre, triste, no quiero ni imaginarlo. La literatura es antes que nada un placer y también una forma de conocimiento. La literatura es una forma de vivir más rica, más compleja y más intensa. Si yo no hubiese tenido la literatura mi vida hubiese sido apagada, pobre, sería mucho menos yo de lo que soy.

Marín lleva un Jean Valjean interior, ¿Le permite a usted expresar sus furias?

En mi vida cotidiana intento ser una persona razonable, pero no soy un santo, no somos ángeles; dentro de mí llevo furia, dolor, llevo ansias de venganza. Eso Bataille lo llamó la parte maldita, el mal. Él decía que dentro de nosotros hay una bestia encerrada y si abrimos la puerta la bestia sale. Esa bestia no debe salir, porque nos destruiría y destruiría a los demás, sería imposible convivir. La literatura es el lugar de esa bestia, la literatura es el lugar del mal, de la parte maldita, allí podemos vengarnos. Ahí podemos sacar toda la furia, las ansias de venganza, y además ¡lo podemos celebrar! Yo quiero que el lector, al final de esta novela, celebre cómo Melchor Marín ha matado ¡a cinco hijos de puta! Jaja. Y que de repente se diga qué estoy haciendo, estoy celebrando la muerte de cinco personas. Eso es la literatura: nos saca de nuestras casillas, por eso pienso que es útil, siempre y cuando no se proponga ser útil. Cuando la literatura se propone ser útil se convierte en propaganda o pedagogía y deja de ser útil.

Eso se vincula con la pregunta moral de la novela...

La pregunta fundamental de esta novela es esta: ¿Es justa la venganza cuando la justicia no nos hace justicia? La respuesta en la vida es no, la justicia es la justicia, tiene que seguir sus pasos, respetar sus formas. Pero en la ficción no es así. Ya te digo, la literatura es una forma de conocimiento, y en qué consiste, en colocarnos en un lugar moralmente incómodo, en poner en cuestión nuestras certezas, en obligarnos a empatizar con actitudes, con hechos inmorales, brutales, que nunca aprobaríamos. Tú ves Ricardo III de Shakespeare, que es el monstruo más grande de la literatura universal y te sorprendes estando de su lado. Ves El Padrino y estás del lado de Michael Corleone, que ha matado a su hermano. A esto Artistóteles lo llamaba la catarsis, la purificación. Y eso habría que decirles a esos chicos que queman Santiago, que lean, que se tomen en serio la democracia y lean a Cervantes, así se hacen las revoluciones.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.