Jorge Teillier versus Enrique Lihn: historia de una rivalidad entre puñetazos, pistolas y un triángulo amoroso

A mediados del siglo XX, fueron nombres estelares de dos formas distintas de entender la poesía, pero la enemistad entre los colosos de la Generación literaria del 50 tuvo su origen en una rencilla personal. Ahí, ambos protagonizaron incidentes como una gresca y hasta un duelo en el que no hubo ganadores. Aquí revivimos la historia, a propósito de la recién aparecida antología poética Cuando Todos se Vayan, de Teillier.


Caía la tarde en Santiago y la neblina amenazaba con asomarse. Avanzando entre esculturas, plazuelas, bancos, pasillos tupidos de palmeras y jardines de senderos que se bifurcan, el poeta Enrique Lihn Carrasco iba furioso. Llevaba una pistola en la mano. Entre las 36 hectáreas de la Quinta Normal buscaba incesantemente a su rival, a quien él mismo había retado a duelo. El poeta Jorge Teillier Sandoval.

A principios de los 60, ambos poetas protagonizaron una rivalidad que ha quedado en los anaqueles de la literatura chilena, quizás solo comparable con la guerrilla literaria entre Pablo Neruda, Pablo De Rokha y Vicente Huidobro. Su inicio -al menos de manera pública- fue fundamentalmente literario. Pero como veremos, los orígenes ya venían de manera subterránea un tiempo antes. No nos apresuremos.

Archivo Histórico / Cedoc Copesa.

Pasa que en mayo de 1965, Jorge Teillier hizo público aquel artículo llamado Los poetas de los lares en el Boletín nº 56 de la Universidad de Chile, donde de alguna manera llamaba la atención sobre un tipo de poesía bucólica, pedestre, donde el poeta volvía a la aldea. Ahí citaba nombres como Efraín Barquero, Alfonso Calderón, Rolando Cárdenas, Carlos de Rokha, Pablo Guiñez, Floridor Pérez y Alberto Rubio.

Los poetas nuevos han regresado a la tierra, sacan su fuerza de ella. Y este movimiento lárico ha tocado curiosamente a los poetas de generaciones pasadas, como Teófilo Cid y Braulio Arenas que fueran iniciadores del movimiento surrealista en Chile, creadores de paisajes mentales, que sin embargo tomaron a la larga conciencia de la tierra y la reflejan en sus últimas obras”, comentaba. De ahí a que su trabajo fue siempre etiquetado como “poesía lárica”, mote que nunca pareció acomodarle mucho.

Pero como en todo debate cultural, hubo respuesta. En 1966, Enrique Lihn publicó un ensayo titulado Definición de un poeta, donde criticó seriamente este regreso a la provincia. Fiel a su carácter torrencial, disparó con artillería pesada.

Este falso provincianismo de intención supralocal, desprovisto de una ingenuidad que lo justifique históricamente, quiere reivindicar una poesía que naturalmente no tiene ya nada que decir, en nombre de otra, artificiosa, cuyo supuesto y cuya falacia estriban en que, ante un mundo moderno de una complejidad creciente, desmesurado en todos sentidos y en tan grande medida peligroso, la actitud poética razonable estaría en restituirse a la Arcadia perdida, pasando, en un amable silencio, escéptico, minimizador, los motivos inquietantes de toda índole que acosan al escritor actual abierto al mundo y oponiéndole a este un pequeño mundo encantatorio, falso de falsedad absoluta, con sus gallinas, sus gansos y sus hortalizas”.

Teillier y Lihn eran autores que compartían espacio en la llamada Generación literaria del 50. Junto con ellos, descollaban narradores como Guillermo Blanco, Enrique Lafourcade, Jorge Edwards, o José Donoso. Y también autoras, como Maria Elena Gertner, Margarita Aguirre, Elisa Serrano, Mercedes Valdivieso, Marta Blanco. Curiosamente, el movimiento de alguna manera tuvo en común el concentrar la vista al interior de las casas, en las ciudades, y no en el campo y en lo costumbrista. “Es un movimiento importantísimo porque por primera vez la literatura chilena abandonó el campo, la forma especial del naturalismo en Chile que se llamó criollismo y la ciudad entra a ser protagonista de todos los libros”, detalló el crítico Camilo Marks a este medio, en 2019.

De alguna forma, Teillier era un islote dentro de este grupo. Pero si algo lo vinculaba con Lihn, era que ambos vivían buenos momentos de sus carreras literarias. Para 1965, el oriundo de Lautaro ya había publicado algunos de los poemarios que le dieron un nombre: Para ángeles y gorriones (1956), El cielo cae con las hojas (1958), El árbol de la memoria (1961), Los trenes de la noche y otros poemas (1961). Por su parte, Lihn ya tenía en los escaparates unos libros que habían llamado la atención de la crítica por sus versos largos y arrojados: La pieza oscura (1963) y Poesía de paso (1966). Si bien, había publicado dos libros previos, Nada se escurre (1949) y Poemas de este tiempo y de otro (1955), siempre consideró que su verdadero origen como poeta estaba en La pieza oscura. Ahí por fin había encontrado algo que a los poetas por lo general les cuesta mucho: la voz propia, el tono.

Golpes y un duelo

En rigor, las diferencias entre ambos tuvieron origen en el ámbito personal. Según cuenta el cronista Roberto Merino en su libro Lihn. Ensayos biográficos (Ediciones UDP, 2016), todo comenzó por un lío amoroso. Lihn inició un romance con una joven llamada Beatriz Ortíz de Zárate. La relación parecía andar bien, e incluso, el vate quiso llevar las cosas más allá. Ceremonioso, fue junto a sus padres a pedir la mano de la muchacha a su casa.

Sin embargo, algo pasó. “Jorge Teillier, amigo de la pareja, se interpuso de manera insistente entre ellos, halagando los oídos de la niña con desesperadas declaraciones de amor”, cuenta Merino en el citado volumen. ¿Resultado? Beatriz eligió a Teillier.

Esto ocurrió porque Lihn no pudo responder de la mejor manera en un momento clave de su pareja. Resulta que en el invierno de 1962, el hermano de Beatriz, Rodrigo, se suicidó descerrajándose un tiro en la cien. Merino cita un testimonio que dio posteriormente la propia Beatriz en la que explica el hecho: “Eso hizo trastabillar el noviazgo que yo tenía con Enrique. Él nunca se dio cuenta del cambio que suscitó en mi persona”.

Enrique Lihn

Ahí apareció Teillier, ofreciendo el compañerismo que Beatriz sentía que le faltaba. “¿Cuándo empecé a hablar con Jorge? No lo recuerdo exactamente. Solo puedo ver una soledad inmensa y una larga conversación con él. Habla de mi hermano con palabras que reivindican la vida y me transporta desde las tinieblas hacia un pasaje sereno”.

Ya no se separarían. Beatriz se encargó de romper el compromiso con Lihn y ella misma se lo comunicó. “Le explico que algo importante puede suceder entre Jorge y yo. Pero él se niega a escuchar mis razones. Se endurece y encabrita. Nombra a Jorge como un felón. Creo que elegí el camino más difícil”.

Lihn quedó molesto, y producto de ello protagonizó una pelea a puñetazos con Teillier en el bar de la sede de la Sociedad de Escritores. Así lo narra Merino: “En una mesa estaban Teillier, Beatriz y el escritor Guillermo Atías. En la otra, Lihn con Cecilia Casanova y Enrique Moletto. En un momento Lihn acusó a Teillier de tirar migas de pan hacia su mesa —lo que según Beatriz era imposible porque solo estaban tomando una botella de vino—, pero insistió y amenazó además con golpearlo. Para Beatriz fue otra prueba más del infantilismo de ambos, como si los poetas pudieran conservar la infancia a voluntad. El hecho es que Enrique se trenzó a puñetes con Teillier en la Sociedad de Escritores. Una señora se desmayó y la escena se volvía cómica: daban puñetes al aire y nunca se apuntaban, hasta que Lihn tomó de la corbata a Teillier y Beatriz se lanzó a defender a su novio”.

Archivo Histórico / Cedoc Copesa.

Las cosas no quedarían así. Luego de la monumental gresca, Lihn retó a duelo a Teillier. Sí, tal como Luis Carrera y Juan Mackenna en el lejano 1814. Algo por supuesto, completamente desfasado en el tiempo. Merino cuenta que lo hizo presencialmente, y de manera escandalosa. “Una medianoche Lihn se presentó acompañado de Enrique Moletto a la casa de Guillermo Atías, donde sabía que estaban Teillier y Beatriz. Exigió a gritos que saliera ‘el felón’, como lo llamaba, lanzando golpes a través de la reja del antejardín. Atías intervino, manifestando que le parecía inaceptable que los poetas se estuviesen peleando a las afueras de su casa”, relata Roberto Merino.

Acto seguido, Lihn estableció las condiciones. A pistola, al atardecer en la Quinta Normal. Incluso, para hacerlo más estrambótico aún —y siguiendo las tradicionales normas del duelo— cada uno debía llevar un padrino. Mientras Lihn designó a Enrique Moletto, Teillier hizo lo propio con Germán Marín.

“No es necesario especificar que a principios de los años sesenta el duelo —al igual que la petición de mano— constituía un anacronismo. Esto habla, por cierto, de una inadecuación de Enrique Lihn para enrolarse en la sociedad de su época, un desajuste no deliberado que fue por lo demás parte innegable del encanto de su personalidad”, señala Merino en el citado volumen.

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Llegado el momento, ambos contendientes junto a sus padrinos se dirigieron al tradicional parque santiaguino. Sin embargo, el duelo nunca llegó a concretarse. ¿Qué pasó? “Ya fuera porque la tarde del lance había niebla o porque las indicaciones de la cita eran poco precisas para un recinto tan grande como la Quinta Normal, el hecho es que los contendores y sus padrinos anduvieron caminando en círculos por el parque sin jamás encontrarse”, cuenta Merino. En suma, un lance sin vencedores.

Pero la vida daría otra vuelta. Al momento de iniciarse el romance con Beatriz, Jorge Teillier tenía una relación con Sybila Arredondo, hija de la escritora Matilde Ladrón de Guevara, con quien se había casado en 1955. Tras el quiebre del enlace, Arredondo tuvo un nuevo hombre en su vida. Sí. Nada menos que el mismísimo (y despechado) Enrique Lihn.

Posteriormente, ambos tendrían nuevas parejas en sus vidas. Teillier con Cristina Wenke; y Lihn con Paulina del Río, la escritora Adriana Valdés, la periodista Claudia Donoso y la poeta Guadalupe Santa Cruz. Anteriormente había estado con la bailarina Ivette Mingram, con quien tuvo a su única hija, Andrea.

Archivo Histórico / Cedoc Copesa.

Pero como la literatura no se trata de peleas y rencillas, y no hay enojo que dure un siglo, finalmente, 20 años después, ambos hicieron las paces. Según consta en el libro Nostalgia del futuro. Biografía del poeta Jorge Teillier, escrito por Carlos Valverde y Luis Marín, ello ocurrió en 1982, en un encuentro que ambos sostuvieron en Temuco. Teillier ya no estaba con Beatriz, entonces cualquier molestia por parte de Lihn ya no se justificaba.

En ese volumen, es el mismo lautarino quien relata el momento del armisticio. “Me reprochan que hago chistes idiotas sobre cosas serias. Me lo dijo muy bien mi difunto amigo Enrique Lihn: que yo era una persona que escribía con sonido y con furia sobre cosas que no significan nada. Pero resulta que él está muerto y yo estoy vivo. Una pequeña diferencia… Él estaba resentido porque yo era feliz. Lee su poesía…Enrique es un gran poeta, y lo admiro como tal… Lo único válido es que el año 1982 en Temuco nos encontramos en el Hotel Continental, nos abrazamos y seguimos siendo amigos. Lo que pasa es que Enrique no entendía que la gente tuviera cierta tranquilidad y no aspirara a más de lo necesario…Enrique Lihn era una persona que miraba la muerte con rabia, con protesta. Como Dylan Thomas. Rabia, rabia contra la luz que se extingue. Pero es un gran poeta, y eso nunca estuvo en discusión”.

Cristián Warnken, editor, profesor de literatura y conductor en radio Pauta, es sobrino del autor de La pieza oscura, y consultado por este medio, señaló sobre la rivalidad. “Yo admiro mucho a Enrique Lihn, pero hizo unos comentarios bien irónicos sobre Teillier, decía que era una ‘poesía de ovejas’, como de campo. Yo creo que ahí se equivocó”.

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Fue el mismo Warnken quien le hizo una de sus últimas entrevistas a Jorge Teillier, en 1995, un año antes de su muerte, en el marco del primer ciclo de su programa La belleza de pensar. Ya en el ocaso de su vida, y visiblemente consumido por la cirrosis, el poeta lautarino daba vuelta la página definitivamente, dejando atrás las chimuchinas y polémicas innecesarias. Además, Enrique Lihn no estaba para defenderse, pues falleció de cáncer en 1988.

A Enrique Lihn le tuve gran respeto siempre como poeta, aunque no era de mi línea. Aunque en algunos aspectos sí, como hablar del tiempo de otros. Tiene una reminiscencia de la infancia muy fuerte. Le tuve gran respeto como poeta y como intelectual. Era un hombre de acción y de concepto, con mucho sentido del humor. Uno se refleja siempre en su poesía”.

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