“En mi próxima vida quiero ser gato”: de Borges a Bukoswki, cuando los escritores aman a los felinos

“En mi próxima vida quiero ser gato”: de Borges a Bukoswki, cuando los escritores aman a los felinos

En el marco del Día Internacional del Gato, en Culto rescatamos aquellos vínculos entrañables que autores y autoras han establecido con los felinos. Algunos han llevado lejos su gusto e incluso han escrito sobre ellos.


Uno de los grandes referentes creativos en la literatura han sido los gatos. Un fan de ellos fue el estadounidense Edgar Allan Poe, justamente autor de un imperdible cuento llamado El gato negro. “Pluto –así se llamaba el gato– era mi mascota y mi compañero de juegos preferido. Solo yo lo alimentaba, y él me seguía por toda la casa. Era complicado impedirle que me siguiera por las calles”, escribió.

Pero la felina que le robó el corazón no se llamaba Pluto sino Catarina, y la dueña era en rigor su esposa, Virginia Clemm. Según sus biografías, Poe tuvo más de un ejemplar, pero Catarina acaparaba sus preferencias. Al parecer, vivía con la pareja desde en 1839, antes de que se mudaran a Cates Street. Catarina acompañó a su dueña, Virginia, hasta el día de su muerte y se convirtió en el consuelo de Poe en los momentos donde reinaba el dolor y el desencanto.

Edgar Allan Poe (Photo by © CORBIS/Corbis via Getty Images)

Otra autora fanática de los gatos fue la texana Patricia Highsmith, quizás la reina de la novela Negra. En total, llegó a tener compañía de seis gatos en total. De hecho, mostró su cariño a la especie en un relato llamado Lo que trajo el gato, ahí hizo una vívida descripción de un felino.

“El gato hizo un ruido más prolongado en su trampilla y, ya con la negra cola y los cuartos traseros a manchas dentro de la casa, retrocedió tirando de algo hasta que pasó por el óvalo de plástico. Lo que había metido en casa era blancuzco (…) ¡Son dedos humanos!, dijo Phyllis. Todos miraron incrédulos acercándose despacio desde la mesa de juego. El gato miraba, orgulloso, las caras de los cuatro humanos que estaban contemplándolo. Gladys contuvo el aliento. Los dos dedos estaban muy blancos e hinchados, no había rastro de sangre, ni siquiera en la base de los dedos, que incluía unos cinco centímetros de lo que había sido la mano”.

Otro escritor estadounidense y fan de los gatos fue Charles Bukoswki. El hombre de Cartero y Mujeres, pese a la imagen ruda que mostraba de sí mismo, y de su narrativa callejera y directa, tenía una actitud mucho más enternecedora cuando se trataba de los felinos. El biógrafo Howard Sounes aseguró: “Se volvió sentimental con respecto a los gatos en su vejez”.

“En mi próxima vida quiero ser gato. Dormir 20 horas al día y que me den de comer. Pasarme el día lamiéndome el culo. Los humanos son demasiado miserables e iracundos y siempre están haciendo cosas”, llegó a escribir. Incluso llegó a escribir sobre ellos, y esos textos se reunieron en un volumen llamado Gatos, publicado en la Colección Visor de Poesía.

“Cuando los elementos me atenazan y paralizan, me limito a mirar a mis gatos. Tengo nueve. Miro a uno de ellos, dormido o medio dormido, y me relajo. Escribir también es mi gato. La escritura me ayuda a plantarle cara a todo. Me apacigua. Aunque solo sea durante unos instantes. Luego se me cruzan los cables de nuevo y vuelta a empezar de cero.”

Ernest Hemingway fue otro fanático de los gatos. En su casa situada en la isla de Key West, en Florida, llegó a tener más de 30 gatos (otras fuentes hablan de 50). La mayoría de ellos eran descendientes de un particular pater familias: Snowball, un pequeño felino que le regaló un capitán de mar. “Un gato simplemente lleva a otro –escribió Ernest en una carta a su primera esposa, Hadley Mowrer–. El lugar es tan malditamente grande que en realidad no parece que hubiera muchos gatos hasta que los ves moviéndose como una migración masiva a la hora de comer”.

Incluso, en otra oportunidad, Hemingway escribió: “Los gatos tienen una absoluta honestidad emocional, mientras que los seres humanos pueden ocultar los sentimientos”.

Ernest Hemingway

En Latinoamérica, quizás el mayor fan de los gatos entre los escritores fue el argentino Julio Cortázar. El autor de Casa tomada tuvo una gata fiel llamada Flanelle, por su pelaje suave, y otro que vio en algunas vacaciones de verano, llamado Theodor W. Adorno, como el filósofo, esto amén de su alto espíritu intelectual. Ambos aparecieron en algunos de sus relatos.

Por ejemplo en Queremos tanto a Glenda se aprecian varias referencias a Flanelle, especialmente en el cuento Orientación de los gatos. En tanto, el segundo tiene su lugar en La entrada en religión de Teodoro W. Adorno, publicado en el volumen Último round, donde Cortázar narra su historia con el minino.

Otro que amaba a los gatos era Jorge Luis Borges. Tal como alguna vez contara su amiga, Silvina Ocampo, cuando el hombre de El Aleph abría una puerta en la Biblioteca Nacional, pedía permiso: “¿Se puede entrar?”, pero la pregunta se la dirigía al gato que vivía el lugar. Si el felino estaba sentado en su silla habitual, él simplemente elegía otra para trabajar. Hay que decir también que Borges tuvo dos ejemplares en su casa: Odín y Beppo.

Incluso, escribió un poema llamado A un gato: “No son más silenciosos los espejos\ni más furtiva el alba aventurera; \eres, bajo la luna, esa pantera\que nos es dado divisar de lejos.\Por obra indescifrable de un decreto\divino, te buscamos vanamente; \más remoto que el Ganges y el poniente, \tuya es la soledad, tuyo el secreto.\Tu lomo condesciende a la morosa\caricia de mi mano. Has admitido, \desde esa eternidad que ya es olvido, \el amor de la mano recelosa.\En otro tiempo estás. Eres el dueño\de un ámbito cerrado como un sueño”.

Jorge Luis Borges.

En la actualidad, una reconocida fanática de los gatos es la escritora argentina Selva Almada. “Tengo tres gatos, una es la loca del altillo, vive en un cuartito de arriba y no baja nunca -contó en declaraciones recogidas por Infobae-. No se deja tocar por nadie salvo por mí y sólo si estoy en estado horizontal. Con Grillo, mi marido, pensamos que debe tener una fobia porque cuando estamos en la cama se sube y se deja acariciar, pero cuando nos incorporamos sale corriendo. Se llama Ceniza”.

“Corazón es el gato más pegote que tuve en toda la vida, se mete dentro del pelo de la gente ya que los pelos y las barbas son su fascinación. Y la Negrita es herencia de Alberto Laiseca. Vivía con él todo el día llena de humo, entonces la gata empezó a estar desquiciada y Lai me llamó y me dijo que le tenía miedo, que no podía vivir más con la gata y que me la llevara. Al venir a casa pasó de ser una loca que mordía a todos a ser la gata más zen que he tenido. Yo creo que la falta de oxígeno la tenía muy loca”.

Selva Almada. Foto por Grillo Valdez.

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