Culto

Byung-Chul Han y sus escritos buscando a Dios: “En la actualidad, nuestra atención gira en torno al yo”

Sobre Dios. Pensar con Simone Weil (Paidós), se llama la más reciente publicación del filósofo surcoreano, en el que en base a las ideas de la francesa se adentra en una reflexión sobre Dios y la sociedad actual. Con su habitual mirada crítica, Han explora las causas por las que, a su juicio, hay una crisis de la religión.

Byung-Chul Han y sus escritos buscando a Dios: “En la actualidad, nuestra atención gira en torno al yo”

Vuelve Byung-Chul Han. Acaso el filósofo más reconocido de los últimos tiempos ahora regala otra dimensión de sus pensamientos. En su flamante ensayo Sobre Dios. Pensar con Simone Weil (Paidós), se adentra en un aspecto más bien religioso y místico. En base a las ideas de la célebre pensadora cristiana francesa de la primera mitad del siglo XX. Si bien nació como judía, sus escritos se volvieron profundamente cristianos y su experiencia espiritual se acercó a la fe católica, sin convertirse de manera formal.

En base a los pensamientos de Weil, Byung-Chul Han reflexiona sobre el mundo de hoy, siempre desde su punto de vista crítico a la sociedad de consumo y el capitalismo, que ha caracterizado sus otros escritos. Aunque de una manera fluida y accesible para cualquier hijo de vecino. “Hace ya algún tiempo que Simone Weil se coló en mi interior -dice Han-. Se instaló en mi alma. Y hoy en día sigue viviendo y hablando dentro de mí. En su momento, comencé una conversación interna, íntima, con ella. Empecé a sentir una profunda simpatía por su pensamiento”.

“Weil se dirigió a una parte de mi alma de la que yo no había sido muy consciente hasta entonces, pero que había albergado en mi interior en todo momento y con toda viveza. Entró en mi vida en una etapa en la que yo también estaba sintiendo esa fuerza procedente de arriba y más poderosa que yo mismo, la que en 1937 hizo que Simone Weil se postrase de rodillas en la pequeña capilla románica de Santa Maria degli Angeli, en Asís, a la que San Francisco acudía a menudo para rezar”.

Y es en base a esas ideas en que Han reflexiona sobre -como diría Nicanor Parra- los vicios del mundo moderno. Uno de ellos, asegura, es el desplazamiento de lo religioso en la ajetrada vida moderna, que el sitúa en otro fenómeno, la crisis de la atención. “La crisis actual de la religión no puede atribuirse sin más al hecho de que ciertos contenidos de la fe hayan perdido su validez, de que ya no creamos en Dios o de que la Iglesia haya agotado toda su credibilidad. Más bien habría que explicarla por una serie de razones estructurales de las que no somos conscientes, pero que son responsables de la ausencia de Dios. Entre ellas se encuentra el declive de la atención. La crisis de la religión también es, por tanto, una crisis de la atención, una crisis de la vista y del oído. No es Dios quien ha muerto, sino el ser humano al que Dios se revelaba”.

Esa crisis de la atención, para Han, tiene mucho que ver con cómo se vive actualmente. “La percepción prácticamente se ceba con basura: basura de información y comunicación, basura de sonidos y de visiones. Nos estamos convirtiendo en ganado consumidor. La percepción se guía cada vez en mayor medida por los estímulos y la adicción. Puesto que solo se centra en comer, ya no puede mirar”.

Y agrega: “Hoy en día nos distraemos constantemente. Sal-tamos, tambaleándonos incluso, de una información a otra, de un estímulo a otro. Esta constante distracción ha bastado para que Dios nos haya abandonado: ‘Dios es la atención sin distracción’. Si no nos distrajéramos, estaríamos con Dios. Para encontrar a Dios bastaría con que mirásemos atentamente a todas partes: ‘La atención absolutamente pura, la atención que solo es atención, es la atención que se dirige a Dios, porque Él solo está presente mientras hay atención’. Lo que genera adicción no necesita atención alguna para desplegar sus efectos. La adicción funciona mejor cuanta menos atención le prestemos. Los estímulos que nos hacen adictos adormecen la atención”.

¿Cómo se sale de esto? Han propone el camino de la quietud. “En este sentido, Simone Weil escribe: ‘... mirar y comer son dos cosas diferentes. Hay que optar por la una o por la otra. A ambas se las considera amor. Solo hay alguna esperanza de salvación para quienes consigan permane cer un tiempo mirando en lugar de comiendo’. Comer sirve exclusivamente para saciar una necesidad. Mirar es lo único que nos redime de la inmanencia del consumo, desprovista de sentido”.

Han también aborda la dimensión del culto al ego en la actualidad. “Otra de las razones estructurales de la crisis de la religión, más allá del declive de la atención, es el enorme fortalecimiento del yo. En la actualidad, nuestra atención gira única y exclusivamente en torno al yo. Celebramos el culto, el oficio religioso del yo, en el que cada cual es sacerdote de sí mismo. En el vocabulario del régimen neoliberal, el sacerdote de uno mismo es el equivalente del empresario de uno mismo. Cada persona se produce y se presenta a sí misma. El ruidoso yo mantiene a Dios alejado de nosotros: ‘Cuando se venera a Dios en un ser humano, ese ser debe convertirse en un objeto a través de la pasividad, debe sufrir una pasión y sufrirla, además, en silencio’. La pasividad del objeto se opone diametralmente a la permanente actividad del actual sujeto del rendimiento. El sujeto activo, que es incapaz de sufrir pasión alguna, no tiene acceso a Dios, a la verdadera creación".

Han -siempre en base a los planteamientos de Weil- también reivindica al silencio como una conducta que permitiría acerarse a Dios y sobrevivir al frenético mundo de hoy. “Desde el punto de vista estructural, otra de las causas de la crisis de la religión es la pérdida del silencio. La nuestra es una época de ruido. Nietzsche habría podido decir perfectamente: ‘El ruido ha matado a Dios’. De hecho, él ya acusó al creciente ruido de ser el responsable de la crisis del pensamiento. El genio de la atención necesita silencio".

“En nuestros días, el mercado se ha vuelto aún más extenso y estridente. El mundo entero se está convirtiendo en un ruidoso mercado. Hoy todo es una mercancía. Por eso todo es bullicioso y reclama a gritos atención. La vida misma adquiere forma de mercado y mercancía. Cada persona es ya empresaria de sí misma y se produce y se presenta a sí misma constantemente, hasta acabar pareciéndose a un mercader que pregona sus artículos. Al capitalismo no le gusta el silencio. Cuanto mayor es la productividad, más ruido se genera. El ruido multiplica el capital. O el capital hace ruido para multiplicarse. El silencio no produce. La presión neoliberal del rendimiento y la optimización, como presión interna que es, enferma al alma al someterla a un exceso de ruido. Las presiones internas producen en el alma un estruendo mayor que el que desencadenan las presiones externas. Le impiden alcanzar la serenidad. El síndrome de desgaste profesional se asemeja a una pérdida súbita de audición provocada por el ruido interno. No oimos ese silencio de dentro que nos hace felices. Ya lo decía Simone Weil: ‘No hay dicha comparable a la del silencio interior’”.

“Hoy en día ya no podemos rezar porque nos encontramos constantemente expuestos al ruido de la información y la comunicación. No nos es posible cerrar los ojos porque nuestros ojos están obligados al atracón constante, a ‘comer’. Cerrar los ojos significa permanecer en silencio: ‘Al orar y al contemplar, toda el alma debe permanecer en silencio y soportar el vacío para que solo trabaje la parte sobrenatural, para que trabaje en ese vacío, para que se una al punto máximo de toda la energía del alma’”.

Byung-Chul Han.

Sobre eso mismo, también defiende la inactividad, una condición fatua para ese necesario silencio. “La digitalización del mundo de la vida demuestra igualmente que el ser humano se convierte en esclavo de su propia producción. La soga digital es más asfixiante que la soga mecánica en la que creía hallarse atrapada Simone Weil. La digitalización, que nos promete más libertad, no produce, a fin de cuentas, sino una cárcel panóptica. Nos degradamos hasta transformarnos en paquetes de datos, en ganado de datos que se deja vigilar y dirigir. Nos volvemos dependientes de las sustancias digitales”.

“Así, somos adictos a estímulos que arrasan nuestra atención. La consecuencia es la sociedad de la adicción. La libertad cede ante la adicción. Aunque estamos convencidos de que somos libres, en el fondo nos movemos, tambaleantes, de una adicción a otra, de una dependencia a otra”.

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