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Entre las películas y las carnes ahumadas: la doble militancia de un cineasta chileno

A Juan Francisco Olea le tomó una década materializar Oro Amargo, su segundo largometraje como director. En el intertanto, mientras seguía desarrollando su carrera como realizador, fundó un reconocido local especializado en preparaciones de estilo texano. “Me gusta mucho el cine comercial y me encantan las películas de género. Viene de cerca, pero siento que tengo dedos para el piano”, indica a Culto.

Entre las películas y las carnes ahumadas: la doble militancia de un cineasta chileno

En noviembre de 2023, a cerca de una década del origen de la idea, Juan Francisco Olea finalmente inició el rodaje de Oro amargo, una historia de codicia y sobrevivencia que se desarrolla en el norte del país. El director superó todos los obstáculos (las dificultades propias de la industria, la pandemia) y, con el respaldo del Fondo Audiovisual y la contribución de productoras de Chile, Uruguay, México y Alemania, pudo materializar el segundo largometraje de su carrera.

A diferencia de lo que le ocurrió durante las filmaciones de El cordero (2014), su primera película, de la miniserie Martín, el hombre y la leyenda (2018) o de diversos comerciales, en esta ocasión no sintió nervios. Por el contrario, durante sus días en el set en Copiapó prevaleció la calma.

Foto: Moisés Sepúlveda

Este rodaje lo disfruté tanto, porque ya tenía un manejo tan rico de personas, por la experiencia de estar todos los días dirigiendo grupos grandes. Estuvimos casi un mes en el norte, y sentí que todos estuvieron cómodos y hubo muy buena comunicación”, señala a Culto.

Su respuesta está estrechamente ligada al surgimiento y rápida consolidación de su segunda faceta profesional: la de empresario del rubro gastronómico. El cineasta es uno de los socios fundadores de CuracaRibs, el célebre local de carnes ahumadas a leña que creó a fines de 2017 junto a un amigo de infancia y que se ha ampliado considerablemente en los últimos años.

Si el nombre de la empresa no resulta familiar (ya suma ocho sucursales en el país), tal vez sea reconocible la apariencia de Olea: la de un tipo con barba rojiza y gorro que aparece en redes sociales hablando en detalle del proceso detrás de sus productos. El realizador cuenta que en más de una ocasión los clientes le han preguntado si él es una persona contratada para desempeñar esa función, y que la gente se sorprende cuando les dice que es uno de los dueños.

Ese exitoso emprendimiento demanda la mayor parte de su tiempo, pero por estos días, en que Oro amargo acaba de debutar en las salas del país, la balanza se ha inclinado hacia el lado del cineasta.

Foto: Eduardo Muñoz

Del set al ahumador

¿Dónde es más probable encontrar a Juan Francisco Olea? En la casa matriz de su local, en el kilómetro 45,5 de la Ruta 68. “Voy a dejar a mis hijas al colegio en Curacaví y me voy a CuracaRibs. Me siento en el comedor con mi cafecito y me pongo a trabajar, viendo que esté todo bien, preocupándome de que esté todo en orden, que la gente esté pasándolo bien. Ese es mi hábitat mientras trabajo. Me enorgullece harto, porque es algo que fue construido con tantos años y tanto cariño”.

Y subraya: “Siento que la gente está en mi casa. Tengo que atenderlos a todos y que estén todos felices. Para mí ese es el propósito de CuracaRibs: que la gente sea feliz. No me importa nada más”.

La idea de comercializar preparaciones con estilo texano nació como un pasatiempo. Junto a su amigo Fernando Costa compartían una pasión: el amor por las costillas y la comida estadounidense. A fines de 2017, cuando Oro amargo ya existía como proyecto, la dupla empezó a ahumar carnes en Curacaví, donde Olea acababa de comprar una parcela junto a su esposa. Pronto se les sumó Gerardo Costa, hermano de Fernando.

Sin ningún ánimo de montar un negocio, empezaron a vender sus “pruebas” entre su círculo más cercano. Ese grupo incluía a amigos y conocidos del mundo del cine. “A los colegas que iban a la productora les decía: oye, ¿no quieres probar una cuestión que estoy haciendo? Íbamos a los rodajes y yo llevaba costillitas y después me pedían que llevara de nuevo. La marca empezó a expandirse más allá de nuestros amigos, los conocidos y la familia”.

Foto: Eduardo Muñoz

La venta de sus productos se disparó durante la pandemia y actualmente, además de su casa matriz, poseen siete locales y cuentan con 80 personas contratadas. Aunque su crecimiento ha superado con creces cualquier clase de cálculo, Olea y sus socios siguen plenamente involucrados en el día a día. De hecho, él mismo está a cargo de las redes sociales y de crear y subir contenido. “No quiero delegar, porque es algo muy personal”, declara.

Para viajar al norte a filmar Oro amargo tuvo que tomarse una pausa de cerca de dos meses de sus obligaciones habituales. “Hacer una película en Chile es algo muy especial, algo que no todos tienen la oportunidad de contar. Eso se honró desde todas partes. Hasta en mi casa, donde también estuve bien desaparecido. Me echaron mucho de menos, pero el papá estaba haciendo una película. Es una oportunidad que quizás más adelante no vas a tener, nadie sabe”, expresa.

Moisés Sepúlveda y Francisco Hervé, quienes se unieron a la cinta en medio del proceso, pudieron conocer de primera mano las fortalezas de Olea. “Tiene una habilidad poco común: sabe liderar equipos humanos con verdadera maestría. No todos los directores tienen la capacidad de sacar lo mejor de cada área. Hay quienes destacan por su mirada visual o su sensibilidad con los actores, pero no necesariamente logran que el director de arte, el director de fotografía, el equipo de iluminación y todos los demás trabajen de forma realmente integrada”, explica Sepúlveda, productor y guionista de Oro amargo.

“La mayor virtud de Juan, en mi opinión, es precisamente esa: su capacidad de alinear a todo el equipo hacia un objetivo común, potenciando lo mejor de cada uno. Y en una película como esta, hecha en tiempos muy ajustados y con recursos limitados, creo sinceramente que no podría haber tenido un mejor resultado que el que logró bajo su dirección”, añade.

Olea aplicó todas sus destrezas en la narración de la historia de un pirquinero, Pacífico (Francisco Melo), y su hija, Carola (Kat Sánchez), quienes descubren una veta de oro y pretenden dejar atrás su vida en el norte. Durante las filmaciones no sólo reafirmó su buen manejo de grupos numerosos (50 personas en el set y entre 75 y 80 si se cuenta la etapa de postproducción), sino que sacó brillo a su gusto por el cine de género, desde el thriller y el western hasta el gore.

“Me gusta el cine comercial, no tengo miedo en decirlo. De repente acá en Chile hay directores a los que les gustan las cosas un poquito más innovadoras. A mí me gusta mucho el cine comercial y me encantan las películas de género. Viene de cerca, pero siento que tengo dedos para el piano. Me gusta, lo disfruto, y me encantaría seguir haciendo cine comercial”, indica Olea, quien además tiene una faceta como músico (se encargó de ese apartado en Martín, el hombre y la leyenda).

Algo de esa impronta cinematográfica está presente en las sucursales de CuracaRibs, en particular en el smokehouse que tienen en Curacaví, parada habitual para vecinos y turistas de la zona.

Foto: Eduardo Muñoz

“El lugar tiene mucha personalidad. Es como si uno entrara a un set, pero no a un set falso. Uno dice: estoy en otro mundo, estoy en otro lugar, no en un restaurante clásico de la carretera en Chile... Básicamente estoy en una película”, sintetiza.

Rodrigo Cuevas coincidió con él en la realización de la miniserie biográfica de Marín Vargas. Un amigo en común, el guionista Nicolás Wellmann, los conectó poco antes de que se cerrara la convocatoria 2015 del Fondo CNTV, una instancia que ganaron y les permitió realizar la ficción de cuatro episodios centrada en el boxeador nacional.

“Me encontré con un director muy talentoso, muy flexible también, con la capacidad de trabajar con un presupuesto muy acotado”, sostiene el guionista de Los 80. “Sobre todo los actores y los técnicos son muy sensibles a creerle a la persona que tienen arriba. Cosa que no es fácil cuando eres muy joven. Pero él lo logró y sacó adelante la serie, en poco tiempo y con condiciones no ideales, manteniendo siempre un muy buen ambiente de trabajo”.

“Él ha estado dedicado a otras cosas en los últimos años, pero dan ganas de verlo haciendo más cosas, de que pueda hacer más películas, más series. Yo creo que tiene absolutamente el talento para hacerlo”, opina Cuevas.

Foto: Eduardo Muñoz

Aunque tiene algunas ideas, Olea actualmente no sabe cuándo ni cómo hará su siguiente proyecto audiovisual, en parte porque ha estado ocupado con las tareas en su empresa de carnes ahumadas. Sin embargo, posee la certeza de que volverá al set.

“En mi fuero interno sé que voy a hacer otra película. Quiero hacerla. Mi vocación es el cine, es el arte, es transmitir, es contar historias. Eso es lo que realmente me apasiona. Alejarme de eso no me hace muy bien. Lo quiero hacer y lo voy a hacer”, concluye.

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