Will Ferrell se declara mi enemigo: un relato de Jaime Bayly
Tal vez Will Ferrell tiene razón. No soy el patito feo porque sea horriblemente feo, sino porque he nacido en un corral de patos, pero no soy pato como mis hermanos. Al final, como en el cuento, soy un cisne, pero antes de descubrir que soy un cisne, se han burlado de mí por no ser un pato.
Como todos los sábados, mi esposa y yo llegamos a un restaurante en la isla, saludamos a los camareros y nos sentamos a una mesa discreta, al fondo, porque la terraza se encontraba desbordada de gente. Mi mujer pidió entraña y vino tinto. Yo pedí asado y limonada. Parecía una noche tranquila y feliz. A veces, sin embargo, las apariencias engañan.
Poco después, se acercó el camarero, un joven alto, rubio, guapo, encantador. Es un músico talentoso. Ha grabado varias canciones. Ha nacido para cantar. Pero, mientras espera a que el éxito se pose suavemente como una paloma blanca sobre su cabeza, no le molesta servirnos con una sonrisa amable.
-Hay un señor afuera que me está hablando mal de usted -me dijo, mortificado, bajando la voz.
-No le discutas -le dije-. Dile que tiene razón. No me defiendas.
El mesero parecía nervioso.
-¿Qué ha dicho ese señor? -preguntó mi esposa, comprensiblemente curiosa.
-Me preguntó: ¿ese que ha entrado es Bayly? -dijo el mozo-. Yo le dije que sí. Y él hizo un gesto feo y dijo: a ese Bayly no lo quiere nadie.
-Me temo que tiene razón -dije.
-¿Es peruano? -preguntó mi mujer.
-Creo que sí -confirmó el camarero-. Habla con acento peruano. Yo le dije que en este restaurante a ustedes los queremos mucho.
-Muchas gracias -le dije-. Pero no pierdas el tiempo defendiéndome. Si no me quiere, déjalo que se exprese.
-Y después nos cuentas -dijo maliciosamente mi esposa.
-No te preocupes, que estoy acostumbrado desde niño a que hablen mal de mí -dije.
No bromeaba. Cuando era un niño, mi padre me decía cosas mezquinas, venenosas. Desde entonces, estoy resignado a que hablen mal de mí, con razón o sin ella.
-Averigua cómo se llama -sugirió mi mujer, cinturón negro en karate, lista para someter con llaves de agarre, derribo y sumisión a mi enemigo.
-No sé su nombre -dijo el mesero-. Pero es idéntico a Will Ferrell.
Solté una carcajada y pregunté:
-¿Will Ferrell, el comediante?
-Sí -confirmó el mozo.
-Will Ferrell es un genio -opiné.
Luego el camarero se retiró a la terraza. Poco después regresó y, bajando la voz, en tono conspirativo, me dijo:
-Dice Will Ferrell que usted es un sonso.
Yo reí de buena gana, aunque mi esposa frunció el ceño.
-Yo no lo entendía -prosiguió el mesero-. Pensé que decía que usted es un soso. Entonces le pregunté: ¿usted dice que Jaime es soso o sonso? Y él me dijo: Es un sonso.
-Qué desubicado -opinó mi mujer-. Porque ya le has dicho que eres amigo de Jaime. Y sigue criticándolo.
-Pero Will Ferrell tiene razón -discrepé.
-¿Cómo así? -se sorprendió el mozo.
-Es cierto que soy un hombre soso -dije-. Y también que soy un sonso.
-No es cierto, amor -se erizó mi esposa-. Eres un hombre muy inteligente.
-El amor te impide ver las cosas como son -dije-. Soy un sonso soso y un soso sonso. Will Ferrell me conoce mejor que nadie.
-Yo no conocía la palabra sonso -dijo el mesero-. ¿Qué significa sonso? -preguntó.
-Significa que soy un tonto, un estúpido -dije.
-Usted no es un tonto -se puso serio el camarero.
-Eso es discutible -dije.
Luego el mozo se retiró sin saber si debía discutir con Will Ferrell o si mejor le daba la razón. Entonces me levanté, me asomé discretamente a la ventana y paseé mi mirada por las mesas de la terraza hasta detectar a Will Ferrell, acompañado por una mujer guapa que acaso era su esposa. Era alto, canoso y llevaba anteojos, tal como nos lo había descrito el camarero. Volví a mi mesa y le dije a mi esposa:
-Me parece que sé quién es nuestro Will Ferrell.
-¿Quién? -se encendió de curiosidad mi mujer.
Siempre he tenido buena memoria para los rostros y los nombres.
-Creo que se llama Rafael Romero.
Abrimos nuestros celulares, lo buscamos con impaciencia en las redes y aparecieron unas pocas fotos de él, Rafael Romero Guzmán. Mi esposa vio las fotos, se puso de pie, se asomó a la ventana y, al volver, me dijo:
-Sin duda es él.
Yo lo tenía en mi radar como un hombre de éxito: sobrino de un banquero legendario, miembro de un grupo económico poderoso, director de una compañía de seguros. No tenía cómo saber que Rafael Romero me detestaba. Vine a saberlo gracias al camarero, quien volvió a nuestra mesa y susurró:
-Dice Will Ferrell que él es amigo de sus hermanos y que a usted en su familia nadie lo quiere.
Volví a reírme.
-Este Will Ferrell se las trae, joder.
-No es verdad que todos tus hermanos no te quieren -me defendió mi mujer.
-No todos -dije-. Pero casi todos.
Tengo siete hermanos varones, todos bastante más varones que yo. A algunos les molesta que yo sea escritor, que cuente historias personales, que sea bisexual sin ocultarlo, que el pudor y la discreción no sean virtudes que me adornen.
-De mis siete hermanos, cuatro no me quieren nada -reconocí-. Me quieren todavía menos que Will Ferrell.
El mesero se sorprendió ante mi franqueza.
-Pero hay tres que sí me quieren -dije.
Luego, en honor a la verdad, maticé:
-Me quieren, pero no me leen.
-No se puede contentar a todo el mundo -dijo mi esposa-. Los que no te quieren, no te aceptan como eres. Ellos quieren que seas atleta, religioso, político, heterosexual.
-Si tratara de ser todo eso, moriría pronto -dije.
El mozo volvió a la mesa de mi enemigo y regresó con más chismes:
-Dice que usted es el patito feo de su familia -comentó, risueño, y por fin se animó a reírse.
-¿El patito feo? -me sorprendió.
-Qué ganas de darle una cachetada a ese pavo -dijo mi mujer.
-No se te ocurra -la calmé.
Luego añadí:
-Tal vez Will Ferrell tiene razón. No soy el patito feo porque sea horriblemente feo, sino porque he nacido en un corral de patos, pero no soy pato como mis hermanos. Al final, como en el cuento, soy un cisne, pero antes de descubrir que soy un cisne, se han burlado de mí por no ser un pato.
No eran mis hermanos quienes más me escarnecían y se mofaban de mí por ser cisne y no pato. Era mi padre, el señor que vivía molesto, el pato cojo, quien me decía:
-Vas a ser un fracasado. Vas a ser un vendedor de ropa de la tienda Oeschle. Vas a vender zapatos en Tía o Monterey.
Cuando el camarero nos trajo los helados, lucía de pronto enojado, la mirada turbada por una molestia repentina:
-Dice Will Ferrell que usted es un inculto y que ya no tiene éxito como antes -nos contó.
-Qué mala leche la de ese tipo -comentó mi esposa.
-Seguramente él es más culto que yo -dije.
-No parece -dijo el mesero-. Porque si él fuese culto, no seguiría hablándome mal de usted, cuando ya le dije que usted es mi amigo.
-Tienes un punto -dije-. Si ser culto es ser sabio, él, Rafael Romero Guzmán, no está siendo sabio esta noche.
Poco después, llamé al mozo y le dije:
-Vamos a darle una sorpresa: cuando te pida la cuenta, dile que yo se la he pagado.
Le extendí mi tarjeta de crédito.
-¡De ninguna manera! -protestó mi mujer.
-Quiero tener un gesto de cariño con él -dije-. Si le pago la cuenta, tal vez Rafael Romero pensará que no soy tan soso, tan sonso, tan patito feo, tan inculto, tan fracasado.
El camarero me miró con simpatía y enseguida me dio la mala noticia:
-Muy tarde, Jaime. Ya Will Ferrell pagó la cuenta. Y se fue molesto, sin despedirse de mí.
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