La Tercera PM

Imágenes de muerte

Basta pensar cómo esta semana (que aún no termina) dibujó una línea directa que comenzaba en la foto del empresario que amenazó con una pistola a un mapuche el lunes, interrumpiendo una ceremonia en Lican Ray; y terminaba en el rostro del joven Camilo Cantrillanca que el artista visual Octavio Gana proyectó anoche en una manifestación sobre los edificios de Plaza Italia con unos versos de Raúl Zurita.

Camilo Catrillanca

En uno de los mejores capítulos de "Pacto de sangre", el actual culebrón nocturno del 13, una niña abre un refrigerador en el cocina de su casa y saca una caja. La caja está sellada; posiblemente contiene una cabeza humana. La menor juega con ella, trata de abrirla, algo la interrumpe. Ya sabemos que el congelador está lleno de fragmentos del cuerpo de una adolescente. La muchacha murió por accidente en una despedida de soltero en una casa de Zapallar. Trabajaba haciendo shows eróticos por webcam y estaba embarazada. Los asistentes a la despedida enterraron el cuerpo a escondidas y luego lo movieron para meterlo en una bodega. Los padres de la niña luego fueron a la bodega y lo descuartizaron. En la ficción, ambos son católicos y rezan juntos. La madre dice hacer todo para proteger a su familia: mentir, orar, cocinar y sonreír, cortar un cuerpo, esconderlo a la vista de todos, seguir como si nada hubiese pasado. En la ficción, en la que aparecen además un general retirado que trafica armas y un asesino en serie, los verdaderos villanos son los otros; los ciudadanos normales, los profesionales de mediana edad exitosos (médicos, maestros, empresarios) que apenas pueden con la culpa mientras lidian con una violencia y alienación que quizás los define.

Suena excesivo pero parece cercano. La trama que se hunde en lo real para interpretarlo, retratando un infierno que también es un código cifrado que remite a lo que pasa fuera de la pantalla, a las noticias del desastre, a las imágenes de la catástrofe cotidiana, al Chile diario. En ese Chile todos están solos. Todos han triunfado y han perdido algo parecido al alma. La vendieron, la rompieron, se olvidaron de ella, los alcanzó el horror y la frivolidad, sus plegarias fueron atendidas; y luego de éxito solo vino el vacío, el tedio, las vidas secretas, las rutinas pechoñas de la iglesia como club social, el cinismo hueco, la crisis de los cuarenta, los hijos como un lastre, la agresión como la lengua de lo doméstico. Ahí todas las instituciones carecen de rumbo y la vida es una trama hecha de malentendidos interrumpidos por actos inesperados o irracionales, puras rutinas determinadas por un pánico silencioso. Ahí, los únicos inocentes son los adolescentes que miran cómo todo lo que los rodea ha sido corrompido: la familia, el colegio, el sexo, los modos del afecto. Están solos y no hay salvación para ellos pues los condenaron sus padres y los devoró de antemano este "paisaje que no faculta para la vida humana", como anotó Marcelo Mellado en uno de sus relatos más célebres.

Hay un mensaje ahí, en ese relato que ni siquiera nos da la posibilidad de la catarsis al remitirnos a este país extraño donde todo parece arder a una distancia engañosa. Ahí, ni siquiera la ficción nos salva pues nos recuerda de que nada se libera nunca. Ahí, la entropía es un hilo y las imágenes de la ficción están enlazadas a las imágenes de la realidad porque tal vez la prefiguran. Basta pensar cómo esta semana (que aún no termina) dibujó una línea directa que comenzaba en la foto del empresario que amenazó con una pistola a un mapuche el lunes, interrumpiendo una ceremonia en Lican Ray; y y terminaba en el rostro del joven Camilo Cantrillanca que el artista visual Octavio Gana proyectó anoche en una manifestación sobre los edificios de Plaza Italia con unos versos de Raúl Zurita. "Que su rostro cubra el horizonte", decían. Cantrillanca había sido asesinado, al parecer, por un disparo proveniente de el Comando Jungla (¿"Comando Jungla"?¿"Operación Huracán"?¿De dónde saca los nombres esta gente?), un grupo táctico de la policía que fue llevado a esta nueva pacificación de la Araucanía que ha montado el gobierno de Piñera, cuyos funcionarios se han empeñado en defender tesis de que se trató de un procedimiento policial donde se perseguía un robo.

Entre esas imágenes hay una en la que no dejo de pensar. La vi en las noticias de TVN. En ella, el cuerpo del muchacho era transportado en una bolsa plástica azul, sobre una bandeja metálica, para luego ser subido a una ambulancia. La cámara estaba cerca, quizás demasiado, como si fuera una extensión de la escena de la niña, el congelador y la caja sellada. Pero aquí y ahora no hay consuelo, ni ficción alguna, ni moraleja. La caja ha sido abierta y por ahora es imposible no recordar algo que anotó Enrique Lihn en "Cámara de tortura", un poema de comienzos de los ochenta: "Su tranquilidad es mi muerte por la espalda".

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