Javier Cercas, escritor español: “Es con aquellos a quienes votamos con los que debemos ser más críticos”

El escritor español Javier Cercas. Foto: Mario Téllez.

El galardonado novelista y columnista apunta al momento que viven muchas democracias: “El principal instrumento del nacionalpopulismo ha sido la mentira”. Además, elogia la gestión de Macron, se muestra crítico de Pedro Sánchez y sostiene que la gran revolución es la de las mujeres, “pero en la que los hombres también debemos participar”.


La obra del escritor español Javier Cercas (Ibahernando, 1962) ha traspasado fronteras. Soldados de Salamina (2001), La velocidad de la luz (2005), Anatomía de un instante (2009), El impostor (2014) y El monarca de las sombras (2017), entre muchas otras, han sido traducidas a treinta idiomas, ganado importantes premios nacionales e internacionales y fascinado a una amplia gama de lectores. Ha sido reconocido también con el Prix Ulysse, en Francia, el Premio Internazionale del Salone del Libro di Torino, el Premio Friuladria, el Premio Internazionale Città di Vigevano y el Premio Sicilia, todos ellos en Italia.

Cercas es también un agudo columnista y su último volumen, No callar (2023), es justamente una selección de crónicas, ensayos y artículos publicados entre 2000 y 2022. Veinte años de escritura de diario (y conferencias) en casi 750 páginas en que el escritor mira el mundo y a sí mismo. Política, música, deporte, con su pluma libre, intensa e inteligente, como dijo el diario El País, donde escribe.

En la presentación de su libro en España, Cercas dijo que “me ha gustado mucho hacerlo, aunque me ha dado una trabajera terrorífica”. Al mismo tiempo calificó No callar como “una suerte de diccionario enciclopédico propio”. Aseguró que “no soy periodista, sino como mucho ese espécimen que es el escritor que escribe en los periódicos”, y que redactar columnas-las que piensa cuando corre- “me cambió la manera de escribir en general”, y que no entiende “la baja autoestima que tienen los periodistas”, un oficio que admira.

Sus escritos -lúcidos y de valor bastante universal- lo reflejan como el destacado intelectual público que es, uno que no ha dudado en contrariar a los suyos cuando lo ha ameritado. Vía email contesta las preguntas de La Tercera.

En su libro No callar dice que es partidario desde que es adulto del socialismo democrático. ¿Cómo ve a ese socialismo hoy en Europa y en el mundo, y cuáles son sus mayores amenazas?

En Europa -a diferencia de Estados Unidos-, la socialdemocracia ha triunfado: la prueba es que solo la ultraderecha -y con matices- pone en cuestión el Estado del bienestar, que es el emblema de la socialdemocracia. Pero es verdad que, incluso en los lugares donde más ha triunfado, como los países escandinavos, algunos están intentando recortarlo o incluso destruirlo. Lo que hay que hacer es mejorarlo, que es la única forma de defenderlo, porque, en democracia, lo que no mejora empeora. Así que las dos mayores amenazas del socialismo democrático son la ultraderecha y la autocomplacencia (es decir, la incapacidad para la autocrítica).

También sostiene -como Eric Hobsbawm- que “la única sociedad en la que merece la pena vivir es aquella que no ha sido diseñada para los ricos, los inteligentes y los excepcionales, sino para las personas que “no son nada de otro mundo”. Una sociedad así requiere de solidaridad, ¿no? ¿Es esa una batalla cultural difícil hoy, en que más bien se refuerza o triunfa la idea de lo individual?

La batalla de la solidaridad siempre es difícil, porque los seres humanos somos como somos y porque hay gente que no entiende que se vive mucho mejor en una sociedad justa, libre e igualitaria que en una sociedad injusta, esclava y desigual, donde los pobres viven mal y los ricos, aunque en apariencia vivan bien, en el fondo viven con el miedo de que no podrán seguir haciéndolo (y con el miedo a los pobres). Déjeme añadir que, si no recuerdo mal, la cita de Hobsbawn no está completa: en la sociedad soñada por él -y por mí- los excepcionales -los más fuertes, los más inteligentes- también tienen un papel. Y un papel relevante.

El jefe del gobierno español, Pedro Sánchez, el 2 de mayo, cerca de Barcelona. Foto: Reuters.

Usted ha sido crítico de Pedro Sánchez y también votó por él. ¿Por qué?

¿Y por qué no? Votar por un gobernante no significa que tengamos que estar siempre de acuerdo con él: sólo faltaría. De hecho, es con aquellos a quienes votamos con quienes debemos ser más críticos y a quienes más debemos exigir. En el caso de Sánchez, lo voté porque su partido representa mejor que ningún otro el socialismo democrático en España y porque en su primera legislatura hizo un trabajo correcto (con errores, como es natural, pero correcto). En esta segunda, en cambio, los errores están siendo mucho más graves; el principal: una amnistía a políticos prófugos de la justicia que en realidad no es una amnistía sino un intercambio de impunidad a cambio de unos votos en el Parlamento que le permiten al propio Sánchez seguir en el poder. Me parece muy mala idea, y acabará mal. Y por eso la he criticado.

A su juicio, ¿qué explica el alza de la ultraderecha en muchos países? ¿Cómo ve a Vox hoy en España?

Hay muchas razones que explican la emergencia de la ultraderecha. En Europa y Estados Unidos fue fundamental la crisis de 2008, que dio lugar a la emergencia del nacionalpopulismo, un fenómeno que no es fascismo, pero sí una evolución histórica del fascismo (o, más generalmente, del totalitarismo), en muchos sentidos tan peligroso como él. Vox es una manifestación española del nacionalpopulismo que recorre Occidente (igual que los totalitarismos recorrieron Occidente tras la crisis de 1929). Si lo hiciéramos bien, en España podría desaparecer, entre otras razones porque, a diferencia de lo que ocurre en otros países europeos (Francia, por ejemplo), sus raíces no son fuertes; pero no lo estamos haciendo bien, y hay demasiada gente interesada en que prospere. Por lo demás, en España no tenemos una sola ultraderecha, sino dos (como mínimo): el separatismo catalán, tal y como ha crecido en los últimos años -justamente, a raíz de la crisis de 2008-, es también una forma de nacionalpopulismo: un movimiento reaccionario, insolidario, supremacista y xenófobo. Uno de los errores que ha cometido Sánchez es apoyarse en él para seguir en el poder.

¿Cómo se compite estratégicamente frente a líderes como Trump, Milei, Bolsonaro?

De entrada, con la verdad: el principal instrumento del nacionalpopulismo ha sido la mentira. Por supuesto, en política se ha mentido siempre y, aunque probablemente hoy se digan tantas mentiras como siempre, lo cierto es que, gracias a internet y las redes sociales, la mentira tiene mayor capacidad de difusión que nunca, con lo que el descrédito de la verdad es mayor que nunca. De eso se aprovechan los tiranos o aspirantes a tiranos, o simplemente los malos políticos (incluidos por supuesto los políticos democráticos); de eso se ha aprovechado el nacionalpopulismo. Y por eso sus grandes gestas han venido acompañadas de auténticas inundaciones de mentiras: la llegada de Trump al poder, el Brexit, la crisis catalana de 2017. No hay que cansarse de repetirlo: la verdad hace hombres y mujeres libres, como más o menos dice el Evangelio, lo cual quiere decir que la mentira hace esclavos. Eso es lo que busca el nacionalpopulismo (como lo buscaba el fascismo): esclavos.

¿Cómo ve a la derecha tradicional -en Europa y América Latina- frente a esta ultraderecha? ¿Qué esperaría?

Lo esencial: que no se contagie de la ultraderecha. Que sea una derecha liberal, es decir, una derecha democrática.

El escritor español Javier Cercas, en marzo de 2021. Foto: LLUIS GENE / AFP

Hablando de Europa, usted hizo en El País una extensa y profunda entrevista al Presidente Macron. ¿Qué es lo que más le impresiona de su liderazgo? ¿Por qué?

Me temo que aquí hay un malentendido. No fui yo quien quiso conocer al Presidente Macron; fue el Presidente Macron quien quiso conocerme a mí porque había leído mis libros (espero que esto no suene presuntuoso: es la verdad). Luego, por una serie de circunstancias, lo que iba a ser un encuentro privado se convirtió en una conversación pública (tampoco fue una entrevista; es usted demasiado generosa: no soy periodista y no he hecho una entrevista en mi vida). Dicho esto, Macron siempre me había interesado, por muchos motivos; el principal es que es el político europeo con una visión más clara, articulada y ambiciosa de lo que debe ser Europa. Yo soy un europeísta extremista: yo creo que una Europa unida de verdad es el proyecto político más revolucionario y ambicioso del siglo XXI, y también el único que puede preservar la paz, la prosperidad y la democracia en Europa. Y creo que Macron es el único político europeo importante que piensa lo mismo. Por lo demás, salta a la vista que ningún político europeo actual tiene una preparación intelectual y una visión política comparable a la suya.

La filósofa Susan Neiman sostiene que “la izquierda no es woke”. ¿Coincide? ¿Qué relación podría ser posible entre la izquierda tradicional y la “woke”?

No he leído el libro de Neiman, y muchas veces no acabo de entender muy bien todo el asunto del wokismo: creo que se mezclan demasiadas cosas bajo esa etiqueta. En todo caso, está claro que la izquierda no es necesariamente woke, aunque sí -tal y como yo la entiendo- obligadamente antirracista y feminista (pero no identitaria: la obsesión identitaria repele a la izquierda, no digamos el nacionalismo: la izquierda es por definición internacionalista, no nacionalista). De hecho, creo que la gran revolución de nuestro tiempo es la revolución de las mujeres; es decir: la revolución de la igualdad entre hombres y mujeres. Es una revolución descomunal, tan importante o más que la abolición de la esclavitud: una revolución que -sobra decirlo- protagonizan las mujeres, pero en la que los hombres también debemos participar, entre otras razones porque las mujeres solas no podréis culminarla.

Hablemos de Chile. ¿Cuál es su mirada sobre el gobierno del Presidente Boric?

Me interesa mucho lo que ocurre en Chile, en particular lo que ha ocurrido en los últimos años (desde octubre de 2019). He viajado muchas veces allí, tengo muchos amigos allí y sigo por la prensa lo que ocurre allí, pero no me considero autorizado a opinar: no tengo los suficientes elementos de juicio. Lo mismo me pasa con la política interior de cualquier otro país (Francia, sin ir más lejos). En fin: sobre Boric solo le diré que vi con mucha simpatía su elección.

El Presidente Gabriel Boric. Foto: presidencia.cl

En Nunca hubo un milagro español, escribe: “Ni antes éramos tan maravillosos ni ahora somos tan horribles”, y afirma que los últimos treinta y tantos años han sido los mejores de España. ¿Podría aplicarse eso mismo a Chile, en su opinión?

Lo de que los últimos cuarenta años han sido los mejores de la historia moderna de España no es una opinión: es un hecho; pero, dado que no conozco la historia de Chile como la de España, no me atrevería a decir lo mismo sobre Chile. En cambio -está bien: opinaré-, sí es verdad que ni el Chile de antes era tan estupendo como decían unos ni el de ahora es tan malo como dicen otros.

Que la democracia está en crisis ya es evidente. ¿Qué se puede hacer para propender a una esfera pública en que no primen la polarización y el descrédito del adversario político?

Muchas cosas. La primera, combatir las mentiras. Y la segunda-que no es menos importante que la primera-, abrir la democracia a la ciudadanía. Una democracia que consiste en votar cada equis años apenas es una democracia. En No callar repito varias veces algo que se olvida a menudo, y es que la palabra democracia significa etimológicamente poder del pueblo: hay que habilitar mecanismos para que la gente participe en las decisiones políticas mucho más de lo que lo hace. Creo que ese es uno de los grandes desafíos de las democracias de todo el mundo.

Dijo que el mal intelectual es el que no se atreve a desafiar a los suyos. Aparte de esto, ¿qué otras lecciones saca y comparte de estas más de dos décadas de columnista (articulista) de actualidad y política?

Sobre todo, una elemental: que política viene de polis, que en griego significa más o menos ciudad, y la ciudad es de todos. Eso significa que la política no es cosa de los políticos: es cosa de todos. En otras palabras: la política es algo demasiado importante para dejarla en manos de los políticos. Por lo demás, aquí estamos hablando de política, pero la mayoría de mis artículos no hablan de política o de lo que suele entenderse por política (y mucho menos de política española). Algunos sí lo hacen, y no me avergüenza en absoluto: yo soy antes que nada un escritor (mejor dicho, un novelista), pero también soy un ciudadano. Por eso hablo de lo que no solo me atañe a mí, sino que nos atañe a todos. Eso es la política.

En la solapa de su libro se lee que este ayuda a entendernos mejor a nosotros mismos. ¿Se ha entendido mejor a sí mismo después de estos años de observación y escritura de la actualidad?

Para eso escribo: para intentar entenderme, que es la mejor forma de intentar entender la realidad y a los demás. Eso sí: de momento sigo a ciegas. Es lo que decía Faulkner: escribir es como encender una cerilla en mitad de una noche oscura; sigues sin ver nada a tu alrededor, pero al menos ves la oscuridad.

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